Don Quijote, el caballero errante que cree pertenecer al viejo orden, es par excellence el héroe de la modernidad. Sale al mundo no tanto para conquistarlo como para buscar y verificar su sentido. Pero tal sentido no existe, y su búsqueda obstinada acarrea al caballero catástrofes, palizas e indecorosas humillaciones que, sin embargo, no afectan su profunda ansia. La obra maestra de Cervantes demuestra la unidad indisoluble de utopía y desencanto. La utopía da sentido a la vida porque insiste, contra todas las pruebas que demuestran lo contrario, en que la vida tiene un significado. Don Quijote persiste en creer, contra toda evidencia, que la bacía del barbero es el yelmo de Mambrino, y que la basta Aldonza es la adorable Dulcinea. Se equivoca, y Sancho Panza ve que el yelmo no es más que bacía, y siente el aroma a establo que se desprende de Aldonza. Sin embargo Sancho comprende que el mundo no es verdadero ni completo sin esa búsqueda de la belleza radiante y del yelmo encantado, y por el hecho de necesitarlos se refleja su propia luz sobre las bacías herrumbrosas y la realidad adquiere el esplendor del significado. Cuando el caballero recobra el entendimiento, Sancho se siente perdido y mutilado sin aquellas aventuras hechiceras, y entonces es él el verdadero don Quijote.
Pero también don Quijote sería un ser vacío y peligroso sin Sancho Panza, porque carecería de los colores, los sabores y la concreción de la existencia; serían tan peligrosos como lo es la utopía cuando ultraja la realidad, confundiéndola con su propio sueño e imponiendo brutalmente ese sueño sobre los demás, como suele ser el caso de las utopías políticas y totalitarias. El Quijotismo auténtico y alejado de la retórica toma partido por Sancho Panza, y hunde el estandarte de lo ideal en el polvo de lo cotidiano como para reclamar el derecho a volverlo a elevar de nuevo. Cuando Sancho, oyendo a su maestro ensalzar las maravillas y prodigios vistos en la cueva de Montesinos, le dice que probablemente sólo sean cuentos chinos, don Quijote se muestra de acuerdo. Y es esta capacidad de creer y de no creer, de unir indisolublemente entusiasmo y desilusión, lo que en realidad nos capacita para vivir.
Claudio Magris
Utopía y desencanto
Película: Don Quijote de Orson Welles
Previamente en Calle del Orco:
La existencia transcurre entre dos abismos, Milan Kundera