Acabo de leer la crónica quiteña de mi amigo Rafa con el que, ya saben ustedes, he tenido el placer de viajar, junto con su mujer Lola. Viaje, como él ya cuenta, lleno de risas e incluso carcajadas. Su visión también comparto.
Una visión tamizada sin duda porque lo que hemos conocido, con guía de privilegio, es un Quito de clase media, media alta, entre los que es muy destacable su facilidad para "adquirir metros cuadrados", o cúbico y lineales, que ya ni se.
Sus casas, me refiero a las de esta privilegiada clase quiteña, son amplias, espaciosas, algo que me llamó la atención cuando sabemos la complejidad que supone en España disponer de ese cada vez más inasequible metro cuadrado.
A cambio de eso es cierto que nuestro sistema de protección social, en todos sus aspectos es, por comparación, un lujo asiático para aquellos parajes. Si la protección social es así para esa clase media, qué decirles de las clases más populares, que son el porcentaje mayor en Ecuador. Por algo su porcentaje de emigrantes es elevadísimo.
La llegada a Quito desde el avión es espectacular y se observa como sus habitantes se van extendiendo, y escalando con sus casas, esas alturas imponentes del altiplano andino. Edificaciones que no son favelas, pero que están construidas con pésimos y dudosos materiales. Casas inacabadas, a cuya estructura van añadiendo metros en la medida en que la familia, siempre numerosa, muy numerosa, lo va requiriendo. Casas en calles, las más de las veces, sin asfaltar y en donde reina el caos urbanístico.
En esencia, Quito es una ciudad caótica y al decir de los propios quiteños destrozada por los abusos construidos. Sin embargo, su casco antiguo rezuma belleza, sus iglesias barrocas se encuentran en cada esquina, sus casas del casco antiguo están bellamente ornamentadas y sus plazas cuidadas y con una vegetación imponente.
Hoy me detengo en una de mis plazas preferidas y regida por la Iglesia-Monasterio de San Francisco que da nombre a la plaza. Es la más antigua de la ciudad y comenzada su construcción, que duró 70 años, en 1534.
Su pórtico tallado en piedra reluce aún más si cabe gracias a la fachada de paredes blancas que de forma imponente preside la plaza. Le llaman por su majestuosidad "El Escorial de los Andes".
La leyenda cuenta que el indio Cantuña se comprometió a terminar el claustro en plazo imposible y para no perder su obra pactó con el diablo, a cambio de concederle su alma. La obra fue terminada en esa larga noche pero cuando el diablo exigió lo prometido, el indio Cantuña había dejado una pequeña piedra sin poner con lo que así pudo salvar su alma. Esa es la versión contada por los devotos quiteños.
A esta belleza particular de Quito hay que añadir como las altas montañas rodean la ciudad permitiendo desde casi cualquier punto observar la imponente cordillera andina con algunas de sus más bellas cumbres.
Las fotos tan solo muestran una parte mínima del Quito de mi retina. Fotos de sus calles, sus mejores plazas y jardines, sus paisanos.
Como dice Rafa, esto continuará... Aunque les prometo no aburrirles con fotos y fotos. Prometo. Dedicaré una entrada a la presencia de la Compañía de Jesús en Quito.
Que ustedes disfruten. Son 40 fotografías. La última numerada.