Muchos objetos de plástico, como los desechables o los embalajes, se fabrican sin considerar su larga vida útil, es decir la gran cantidad de años que permanece en el ambiente sin degradar. Según un reciente estudio, se calcula que casi 270.000 toneladas de plásticos flotan en los océanos del planeta.
El shrilk, un nuevo material producto de una mezcla a base de quitosano, presente en caparazones de crustáceos e insectos, y fibroína, una proteína de la seda, abre un escenario prometedor para la industria y la medicina por su propiedad de biodegradabilidad.
Javier Fernández, doctor en Nanobiotecnología por la Universidad de Barcelona, investigador en Harvard y docente de la Singapore University of Technology and Design, ha dedicado su carrera a reducir el consumo de plástico y es quién deposita su entusiasmo y esperanzas en el quitosano.
La introducción del plástico, un producto que el investigador califica como “el material del siglo XX”, hizo que se detuviera la investigación del quitosano y otros materiales. En el caso del quitosano, se descubrió en el siglo XIX y a principios del XX se investigaron sus propiedades. Al punto que la empresa DuPont conserva patentes de esa época.
El Dr. Fernández, quién ya suma tres publicaciones científicas sobre las propiedades de este material, ha estudiado minuciosamente los caparazones de insectos y crustáceos dando con las bases para crear el shrilk. El investigador reprodujo la estructura de los insectos en la naturaleza para diseñar este material que duplica en fuerza a la del plástico y es, además, biodegradable. Lo explica de este modo: “La piel de un insecto está hecha de quitosano, proteínas y, en la parte más externa, hay una capa similar a la cera resistente al agua. El quitosano y la fibroína se combinan para dotar al esqueleto de rigidez (alas) o elasticidad (articulaciones)”.
Una de las principales ventajas del quitosano, además de ser segundo material orgánico más abundante en la Tierra por detrás de la celulosa, es que se trata de uno muy barato: “Tradicionalmente, lo hemos usado como un desecho”, dice el investigador. “Es el caso de cabezas y caparazones de gamba recogidos por la industria pesquera que, en su mayoría van directo a la basura”.
Uno de los trabajos, publicado a principios de 2014, ahonda en las posibilidades del quitosano como material para imprimir grandes estructuras en 3D y hacer la producción escalable, aunque requiere que las empresas modifiquen su proceso productivo.
En el video a continuación se muestra cómo una semilla plantada sobre una superficie de quitosano crece y florece en 20 días, demostrando que el material se degrada en el medio ambiente y no entorpece el crecimiento de otras especies.