Revista Filosofía

El rechazo a la globalización

Por Anveger

“Imagine all the people sharing all the world” John Lennon.

Decía Thomas Friedman en The World is Flat que en la relación entre los países siempre será necesario un elevado grado de flexibilidad que favorezca la globalización porque eso conlleva enormes ventajas para la sociedad, pero también un cierto número de barreras que evitan poner en peligro la misma globalización, ya que la flexibilidad o movilidad absoluta puede presentar riesgos elevados para la misma.

Por otra parte, en numerosas ocasiones a lo largo de toda la historia, el mundo ha evolucionado dando dos pasos hacia delante y luego uno hacia atrás, período donde se consolidan los cambios anteriormente acontecidos. Parece pues que, a veces, los avances no pueden consolidarse si no se experimentan ciertos errores o fallos. Las dos guerras mundiales vividas en Europa fueron un acicate sin parangón para la creación de la Unión Europea, un proyecto de gran avance para Europa y el mundo en general. La experiencia comunista de algunos países de Asia (Camboya, Vietnam y China) y de algunos países de Europa (Bielorrusia, Ucrania, Polonia) ha servido como escarmiento para que estos rechacen bien de facto o bien de iure el comunismo, por ejemplo.

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Parece ser que esto es lo que está sucediendo actualmente en el mundo en que vivimos, que tras un período globalizador sin precedentes, se está produciendo un proceso de reacción en contra de la globalización donde los ciudadanos de diferentes países reclaman mayores restricciones a la libertad que hace posible la globalización. Fundamentalmente este hecho está sucediendo en el mundo occidental y no tanto en países de Asia donde, debido a grandes barreras lingüísticas y culturales, todavía no se ha producido un proceso globalizador de las dimensiones del que ha experimentado el mundo occidental.

Para entender esta tesis plenamente, conviene estudiar los efectos y el comportamiento de la globalización en el mundo. La globalización es un resultado o efecto espontáneo del sistema económico, político y tecnológico actual. No es un proceso deliberado, creado o dirigido. La tecnología desde la primera revolución industrial en el siglo XVIII empezó a cambiar el comercio, la energía y el transporte. Cada vez era más boyante el comercio, existía más energía disponible y el coste y el tiempo de viaje de un lugar a otro decrecieron ostensiblemente desde entonces. Los efectos de estos cambios no pueden dejar inalterado el sistema político y económico mundial, también han provocado modificaciones en la estructura de las Naciones y los Estados.

En primer lugar, los Estados ven amenazadas sus estructuras, pues el coste de abandonar un Estado para un ciudadano particular se hace más reducido con la globalización. La emigración es más fácil que nunca. Cuando un Estado comete algún tipo de abuso, los ciudadanos pueden emigrar a otro país huyendo de los abusos cometidos (lo estamos viendo actualmente con Venezuela), lo cual es un desincentivo a que los Estados se vuelvan autoritarios (a excepción de aquellos países que cierran sus fronteras y retienen a su población en el interior). No quiere decir que los Estados no puedan volverse autoritarios, sino que, si lo hacen, asumirán un coste mayor que otrora.

Por otra parte, los lazos entre los ciudadanos de todos los países se estrechan y, gracias a la especialización internacional, el comercio y la división del trabajo, se crean mecanismos de cooperación internacional entre los ciudadanos de muchos países, creando la llamada cadena de suministro global (global supply chain). Pensemos en que, por ejemplo, nuestros móviles son diseñados en Corea del Sur, ensamblados en China y diseñados en Estados Unidos, porque cada uno de los países mencionados tiene ventajas en la actividad que desarrolla frente al resto de países.

Así, se crea una competencia internacional entre los Estados y las posibilidades para las personas que quieran transferir sus recursos de un lugar a otro o su residencia puedan hacerlo con mayor facilidad. Así surgen los mercados financieros globales, que son flujos de dinero entre multitud de países a una velocidad vertiginosa, buscando la mayor rentabilidad posible entre todas las alternativas existentes en el mundo y con un solo clic de ordenador es posible trasferir grandes cantidades de dinero de una parte del mundo a otra a ningún coste.

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Como consecuencia, aparecen grandes fondos de inversión de diferente tipo (Mutual Funds, Hedge Funds, Retirement Funds, etc.) con un capital financiero cada vez mayor. Esto hace que los Estados deban orientar su comportamiento a los mercados financieros, ya que la gran mayoría de los Estados emiten deuda pública en el mercado y la sostenibilidad de la misma depende de las condiciones del mercado. Asimismo, surgen empresas internacionales que pueden llegar a facturar más que el PIB de un determinado país, ya que operan en una multitud de países.

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Valor de los activos manejados por los 18 fondos de inversión más importantes del mundo y valor del PIB de España (2016).

La globalización por tanto es una consecuencia de la libertad inherente al ser humano y el desarrollo de la tecnología (Internet, transporte, comunicaciones, servicios bancarios internacionales, etc.) que hace que los Estados pierdan poder y se vean limitados al incrementarse la competencia entre los diferentes Estados del mundo. Como resultado, las barreras necesarias de las que hablaba Thomas Friedman están desapareciendo a un ritmo vertiginoso: las culturas empiezan a mezclarse, las tradiciones corren el riesgo de desaparecer, el poder nacional se reduce en favor del internacional.

Estos hechos que paradójicamente suponen a la vez el debilitamiento de la nación y el fortalecimiento del individuo y el internacionalismo, provocan una reacción en defensa de la nación y por tanto en contra de la globalización. Es paradójico porque los individuos, a la vez que toman sus decisiones de consumo o de migración motu proprio que aumentan la fuerza de la globalización y el poder de las empresas, en el terreno político la población parece dirigirse en contra de los efectos de la globalización demandando políticos que defiendan su nación particular.

El origen de este sentimiento antiglobalización quizá pueda radicar en la desconfianza en lo ajeno o en el amor propio, que tiende a rechazar todo aquello que sea diferente o alejado de la naturaleza de cada individuo particular. Cuantas menos características un individuo comparta con otro, menor es la probabilidad de que surja la empatía y por tanto la creación de un grupo entre ambos. El individuo necesita sentir la pertenencia a un grupo (en este caso, nación) antes de abrazar la sociedad global, para la cual todavía no estamos preparados o aclimatados.

Como vemos, pues, el surgimiento de movimientos populistas en todo el mundo parecen compartir algo en común: el rechazo de los efectos de la globalización.

En Reino Unido, la facción más dura del Partido Conservador y los euroescépticos, han canalizado el rechazo a la globalización a través del rechazo a la Unión Europea, culpándola de los problemas migratorios que el Reino Unido tiene, aunque si bien es cierto que muchas de las críticas que el Reino Unido lanza contra la Unión Europea sí están más que justificadas desde el punto de vista liberal (rechazo a la burocracia europea, rechazo a la Política Agraria Comunitaria, rechazo a la cesión de soberanía, apoyo a la limitación del presupuesto europeo, etc.).

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En EEUU, está cobrando cada vez más fuerza el movimiento liderado por Donald Trump, un movimiento populista y contrario al espíritu fundador y constitucional americano, que defiende una política antiinmigración muy restrictiva y una defensa a ultranza del proteccionismo que, según Trump, llevará América a liderar la economía mundial de nuevo, que según nos cuenta China le ha arrebatado o le están arrebatando. En realidad, la causa del desarrollo de China se debe a la globalización, al igual que la deslocalización de las empresas americanas allí, hecho que ha permitido a los estadounidenses liberar trabajadores para dedicarlos a otras actividades y acceder a bienes de consumo más baratos, aumentando su nivel de ahorro y permitiendo que la Reserva Federal pudiese mantener bajos sus tipos de interés por un período más dilatado.

En Francia, al igual que algunos países del norte de Europa, el movimiento también ha sido antiinmigratorio, mientras que en los países mediterráneos es un movimiento populista en favor del mantenimiento del Estado del Bienestar cada vez más amenazado por la globalización, como está ocurriendo en Grecia, España, Italia y Portugal.

En definitiva, vivimos en un mundo posglobal, es decir, una vez que la globalización es una realidad y se ha insertado en la vida de muchos individuos, se produce un rechazo. Rechazo que evidentemente tiene el riesgo de suponer una involución en el progreso del mundo, pero quizá pueda servir para que en el futuro la globalización vuelva a reinar con mayor fuerza que nunca.  Es posible que las tecnologías y la economía avance más rápido de lo que lo hace nuestra sociedad, nuestra política y nuestra mentalidad.


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