
La guerra, en la mayoría de ocasiones, es la causante de tales huidas. Esa opresión es la que fuerza el abandono y llena las maletas para intentar recobrar la vida y la normalidad fuera de las fronteras familiares. Así lo vivió Mascha Kaléko. Mujer, judía, alemana y poeta, mala combinación en tiempos del Nazismo. En Tres maneras de estar sola narra en verso esa nostalgia hacia las calles berlinesas. Cómo a su vuelta, tras tantos años de expulsión, se siente forastera donde antaño reconocía hasta el vuelo de los gorriones. Esa dureza del retorno, y aún más de la estancia en el exterior, hace que muchas veces, como relataba W.G. Sebald en Los emigrados, se cambien los recuerdos. De ciertos momentos vividos uno consiga que desaparezcan hasta las personas de las instantáneas, antes acomodadas en la memoria de manera tan distinta, posteriormente con otro color que el tiempo y la distancia han modificado. Y todo esto es porque Lurdes se va. Y no se va a otro país, ni hay una guerra, ni se perderá el contacto, ni hará falta que escribamos cartas ni enviemos palomas mensajeras. Tampoco se va tan lejos, pero se va. No nos damos cuenta de la importancia de las miradas entre prisas, de todo lo que no se ha dicho, de los momentos que no se han aprovechado. No nos damos cuenta hasta que sabemos que no encontraremos la mirada en el pasillo. Entonces lo sabremos, cuando la busquemos. Estará bien donde esté. Ella lo sabe. Como Jhumpa Lahiri nos cuenta siempre en sus relatos, de la India a New York, que es capaz de trasladar consigo el olor a comino y la imagen del sari allí donde vaya. Ella hará lo mismo, por eso este chal. Para que se lleve un trocito de lo vivido aquí. Un patrón muy sencillo, todo en punto bobo y tejido con las calidades Sur y Nacar de Lanas Stop. Un dibujo geométrico, cuadriculado, ordenado, como nosotras. Para que no olvide nunca donde pasó estos años, para que no desdibuje las caras como los emigrados alpinos, para que no viva la nostalgia de encontrarse al otro lado del charco, para que no se sienta extranjera cuando vuelva. Porque no es un exilio, es una vida nueva que será aún más placentera, seguro. He aquí el chal terminado a la velocidad del rayo, con un final de curso de por medio y un adiós tejido entre algodones. Sin olvidar que, tal vez sea cierto aquello que afirmó Simone Weil, “el pertenecer a un lugar quizá sea la mayor y menos reconocida necesidad del alma humana”.
Título del post extraído del artículo publicado en El País por Tomás Eloy Martínez, "Sebald o el lugar de la conciencia".
