Revista Educación

El reencuentro (anécdotas para no dormir)

Por Siempreenmedio @Siempreblog

—Señores, el ventorrillo no lo abro hasta las ocho, así que vayan a darse una vueltita a la plaza si llegan antes—, nos anunciaba Lucy a través del grupo de Whatsapp.

Había llegado el día del que veníamos hablando a diario durante horas en las últimas semanas. Esta cita, que parecía imposible, estaba poniendo nervioso a más de uno. ¿Nos reconoceremos todos?

Empiezan a llegar los primeros mensajes de los que ya van llegando. “¿Lucy, por dónde se sube?”, preguntan en el grupo. “Imagino que por la puerta”, pensé tratando de hacer un chiste malo a mí misma mientras aparcaba el coche y negándome que también sentía unnosequé en el estómago.

Ya arriba, en aquella terraza desde la que se divisa buena parte del pueblo, sentí como si no hubieran pasado esos 28 años. Besos y abrazos por doquier. “No me lo creo, ¿de verdad que estamos aquí?”, se oyó desde algún lado. “¡Cómo hemos cambiado desde aquella foto del aguapark de Málaga!”, comentan. “A mejor, sin duda”, añade alguien. Entonces éramos unos niños, la mayoría no habíamos cumplido los 14.

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Aquí la generación del 88 del colegio público Teófilo Pérez de Tegueste, a la que hemos recurrido todos estos días para buscarnos, con Humberto, Jose, doña María y Sotero, como almas pacientes para aguantarnos y cuidarnos.

Y ahí estábamos, con el optimismo desbocado de una Lucy anfitriona; con Marifé y Tere como impulsoras entusiastas de este reencuentro; con Marcel y Jorge accidentados en pierna y mano, pero allí estaban, como una puncha, ¡cómo se lo iban a perder! A su lado, Aránzazu y las Mónicas, González y Abreu, charlan animosamente. La escena es como de gente que se ve a diario, con una naturalidad pasmosa.

—”Estoy saliendo de Los Rodeos, ¿alguien quiere que lo baje?”—, pregunta Omar a través de Whatsapp.

La unión de varias mesas augura una cena intensa. Buena parte del reencuentro es obra de Mar y de su increíble agenda personal o su capacidad para localizar teléfonos, digna de una buena producción de informativos de televisión.

“¿Pero tú eras de octavo A o de octavo B?”, pregunta insistentemente Víctor, en la que se convierte desde ese momento en la pregunta más repetida y más contestada de esa noche y que se impone ya como la broma del encuentro. La memoria prodigiosa de Diego pone orden en el pequeño tumulto. “A ver, los que venían de sexto y séptimo A fueron a octavo A; los de sexto y séptimo B, fueron a octavo B; y los de sexto y séptimo C se dividieron entre octavo A y octavo B”. Gracias, Diego, fin de la pelea.

Ana Belén, Jéssica y Ángeles (Pochola) conversan en un lado, mientras en el opuesto Javi, Marcos de Armas y Óscar alegan a buen ritmo. “Hola, chicos, qué bueno verlos”, les lanzo. “¿Tú eras…?”, pregunta más serio que un guardia Uge. “¿Serás capullo?”, le lanzo esperando la sonrisa de la broma.

También han llegado Marcos López ojitos azulesCarlos González Ardiles, Carlos Onésimo, Suso, Cristóbal…  El tiempo parece que se detuvo cuando dejamos de vernos. ¡Pero si vino incluso Sotero, qué sorpresa! “Yo esto no me lo iba a perder”, asegura quien nos cuidó en aquel famoso viaje.

—Señores, se me van sentando ya—, eleva la voz desde la barra Lucy, tratando de poner un poco de orden. Ya cogen sitio Cristina, ¡cuánto tiempo, guapa!, Belén, ¡amiga…!, Esther Peña y su incansable sonrisa.

Remoloneando un poco ocupamos los sitios, casi al tiempo que llegan Celeste y Cande, juntas siempre en estos saraos. También Esther Cruz, “¡viniste!, qué bueno, mi niña”, le digo desde la otra punta. Sonia aparece por fin (creí que no vendría y casi se va la última).

—Siéntate ya, Naima, y deja de mandar como en el colegio—, me sueltan. Pero lo mío es incurable, es lo que ellos no saben.

Anécdotas y más anécdotas, de los leñazos en la pista de patinaje en Granada, de la piscina del hotel de Córdoba, de aquel armario sin techo del hostal Los Naranjos de Sevilla, desaparecido hoy a pesar de buscarlo y buscarlo. Entonces llega Diana, (¡no sin mi caña!), a tiempo para la carne de fiesta, los huevos, el queso… ¿y qué más que no me acuerdo?

—A ver, yo quiero hacer un brindis por nosotros, por los que lamentablemente ya no están y por los que no pudieron venir—, dice firme Tedy. ¡Salud!, se oye al unísono.

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De todas las profesiones que elegimos en estos 28 años, por la fotografía no nos dio a ninguno, es evidente.

Ya en la cháchara del final de la cena aparecen Carmen y Leonor. Besos y más besos. ¿Pero cuántos somos? “Tere los contó, creo que 37”, dice alguno. Casi una clase de las de entonces.

Llega el turno de las fotos, de los pequeños grupos, de las puesta a punto, del famoso “las chicas del cuarto”. Allí nos acordamos también de nuestro maestro Humberto, al que Tere había enviado un correo para invitarlo y tan cariñosamente nos responde que le es imposible porque se encuentra viviendo hace cuatro años en nuestras antípodas. Pero también salen los nombres de Carmen Mingorance, de Jose el de Lengua, de doña María… Miles de anécdotas desconocidas por unos, recordadas por otros.

37 almas en la mejor edad, los 40 y pico, que son hoy dependientes, sanitarios, abogados, profesores, vigilantes, educadores, aparejadores, médicos, sanitarios, periodistas, recepcionistas, cuidadores, monitores, concejales, militares y a saber qué más. Acaba la noche y en la mente de todos subsiste una idea: la de una nueva cita,  a ser posible con guateque incluido.


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