A Oscar y Yamit por su amistad y una verdadera caminata.
Y no hay un hombre solo
que comprenda la viva razón del canto nuestro.
JOSÉ HIERRO
Como si nos dispusiéramos a escalar el cielo
Aquella mañana compramos vino, robamos poemas,
Y dejamos que la escarcha y la niebla ajustaran el cuerpo para el asombro de un Dios
Escondido en nuestras manos.
La última parada del bus nos dejó frente altelón de unas nubes
que fueron despejando los caminos,
Zancos de lluvia llevaba en su afán el día
Y nosotros, una algarabía que soñaba las infancias.
Cada camino de mi patria es una vena destapada de recebo
Que siempre bordea los paisajes como si se tratara de la exhibición de primitivos trofeos.
Casitas con chimenea trazando mensajes de unión y amor dormido
Y árboles jugando a las escondidas con el viento
Comenzaron embriagar el odre y pronto, como tres bandidos locos
A tumbos bailábamos, rodeando felicesa todos los campesinos.
Uno de nosotros lloró hasta hacer crecer bultos de papá escondidos entre los pinos
Como si se tratase de extraños tesoros justos para nuestra hambre;
Su histeria parió de humedad la montaña otorgándonos pepitas de aire puras
Y los pulmones parecían llenarse de alas.
Otro parecía un monje perdido en el Edén,
un faro indicando la dirección del musgo entre los ojos
Y sus manos y su silueta parecían convertir nuestro panorama en la abadía de los ebrios.
Yo me puse a encontrar huevos de rocío
y a preguntarle al frío por la suavidad de sus frailejones
que cada día parecen más nidos de las invisibles criaturas emplumadas con el sosiego;
Como un ángel absorto buscaba nombrar las cosas con el rumor de las quebradas.
Todo se nos dio aquel día como si reír fuera el abracadabra preciso para enamorar el mundo.
La noche nos encontró abrazados, caminando como duendes que regresan cantando de las minas.