EL REGALO PERFECTO (Capitulo cuarto)
Durante los siguientes meses, los encuentros entre Dieter y Margerite Dursnt fueron continuos, al principio con motivo de la demanda de divorcio que esta interpuso contra su marido, Ehud Goldblum, aduciendo que este le había sido infiel en numerosas ocasiones y que ya era incapaz de soportar una sola infidelidad mas y, después, era Dieter el que buscaba cualquier pretexto para encontrarse con la hermosa mujer. El caso fue que Elke, en base a ese sexto sentido que tienen las mujeres, percibió que algo había cambiado en su marido, que había dejado de ser el amante esposo y cariñoso padre que había sido hasta ese momento para transformarse en un hombre frio y distante que procuraba evitar su compañía y la de Ingrid y que prácticamente solo acudía al hogar familiar a dormir. Y de igual modo que había percibido este cambio, intuyó que el mismo había sido motivado por la aparición en escena de una tercera persona.
Y llegó el día de la vista y Dieter se llevó otra sorpresa más, pues él se había imaginado a un hombre físicamente castigado por años de largas jornadas de trabajo recluido en un despacho, buscando amasar más y más dinero; un hombre de espalda encorvada, como consecuencia de haber pasado muchas miles de horas, a lo largo de su vida, reclinado sobre una mesa, leyendo cartas y documentos; le había imaginado con una cabeza prominente, en la que el cabello brillaría por su ausencia, que se hundiría en medio de unos hombros estrechos; con una mirada triste y apagada, escondida detrás de unos gruesos cristales que intentarían compensar, con poco éxito, la pérdida de visión producto de sesiones interminables leyendo aburridísimos informes financieros; le había imaginado nada atlético, poseedor de una de esas enormes barrigas cerveceras que nacen justo debajo del plexo solar y de la cual parecen emerger cuatro escuálidas extremidades, asemejándolo a una garrapata. Sin embargo la realidad era muy distinta, pues Ehud Goldblum tenía más aspecto de ser un gigoló que viviría de las mujeres que un exitoso hombre de negocios. Más bien alto, de anchos hombros, porte atlético y pelo corto de un color negro azabache que expresaba a las claras que no era de origen ario, sin embargo su rostro más parecía griego que semita, pues su nariz no tenía nada de “ganchuda” sino que, por el contrario, era perfecta, siendo el caballete completamente recto. Definitivamente era un hombre muy bien parecido que no respondía al estereotipo de avispado hombre de negocios que habría amasado una fortuna por méritos propios, más bien parecía el díscolo heredero de uno de esos acaudalados financieros.
Y lo que más le molestó a Dieter de todo eso fue que se veía, a las claras, que Margerite continuaba estando profundamente enamorada de su marido, lo que se ponía de relieve por la forma en la que lo miraba y por cómo hablaba de él, pues en un receso del juicio, Dieter le preguntó a ella, después de ver el aspecto de Ehud, si la fortuna la había heredado de su familia, y ella le contestó:
-Cuando terminó la universidad, su padre le entregó cierta cantidad de dinero que él se encargó de multiplicar después del “lunes negro” de 1929, pues recibió información de algunos amigos que viven en Nueva York sobre lo que allí aconteció y se dedicó a comprar valores de empresas americanas que participaban en el capital de empresas alemanas; puso su vista en aquellas que fueran viables y que solo necesitaran de una inyección de dinero. Pidió dinero prestado a un interés alto, corriendo un elevado riesgo, pero todo le salió bien. No te puedo explicar muy bien cómo lo hizo, porque no entiendo mucho de eso, pero el cierto caso fue que compró muy barato, muchas participaciones en empresas alemanas muy importantes a base de invertir en empresas americanas que participaban en ellas y cuyos títulos se habían hundido en la bolsa. Gracias a eso se hizo multimillonario. ¡Es muy inteligente!
Ese “¡es muy inteligente!” le sentó como una puñalada en el corazón a Dieter y no tanto por la frase en sí sino por cómo la dijo, sin poder disimular la profunda admiración que aún sentía por su marido.
Durante la vista, Dieter, en representación de Margerite le exigió a Ehud la cantidad de veinticinco millones de marcos y la custodia del hijo de ambos, Hans, de tres años. Ehud Goldblum, por su parte, a través de su abogado respondió que estudiaría la petición de la que todavía era su mujer y le pidió a esta y al tribunal un plazo de una semana para contestar, con lo que Dieter, en nombre de Margerite estuvo de acuerdo. Al término de la semana, el abogado de Ehud Goldblum visitó a Dieter en su despacho para comunicarle que su cliente estaría dispuesto a pagar veintidós millones y medio de marcos, que era la cantidad que podría reunir en metálico sin tener que vender participaciones que le provocaran un grave quebranto económico y Dieter, tras consultarlo con Margerite, le contestó que aceptarían la propuesta. Así pues, Margerite se convertiría en una mujer rica y siendo muy hermosa, estando divorciada y siendo, además, su padre, un hombre muy importante dentro del partido político más importante en Alemania, sería una “pieza muy codiciada” entre los solteros alemanes de la más alta condición social.
Margerite, por su parte, confundió el agradecimiento y el cariño que la complicidad que había llegado a tener con Dieter le habían hecho llegar a sentir por él, con el amor y empezó a “alimentar” los sentimientos de este aceptando sus continuas invitaciones a almorzar y a cenar con la disculpa de hablar de aspectos relacionados con el divorcio.
Por otra parte, la situación en casa de Dieter se había vuelto muy tensa pues ya Elke estaba al tanto de los devaneos de su marido con Margerite Dursnt, que era casi una figura pública y algunos periódicos y revistas había publicado fotos de ambos antes, o después, de algunos de esos lúdicos encuentros. Las peleas por este motivo entre Elke y Dieter eran constantes y así fue que este decidió abandonar el hogar familiar y trasladar su residencia a un hotel que no estaba lejos del despacho, al tiempo que presentó la demanda de divorcio, pues Margerite le exigió que así lo hiciera para poder iniciar una relación con ella.
Uno de esos lunes en los que los socios del despacho se reunían en “Bernardino’s” para comentar aspectos relacionados con el trabajo, al tiempo que daban cuenta de un buen almuerzo, se produjo cierto alboroto a la entrada del establecimiento, viendo los socios como un grupo bastante numeroso de personas habían irrumpido en él y unos hombres vistiendo gabardinas de color oscuro se aprestaban a tomar posiciones estratégicamente, por la periferia de todo el local, manteniendo sus manos en el interior de los bolsillos, en todo momento; el revuelo fue grande entre el personal del restaurante, aprestándose a unir varias mesas, a uno de los lados del mismo, cubriéndolas con manteles y colocando, a toda prisa, los servicios sobre ellas.
-¡Es el mismísimo Hitler!-comentó, sorprendido, Koch.
Los cuatro socios del despacho miraban a la comitiva y exclamaban, admirados, cada vez que reconocían a alguna de las importantes personalidades que formaban parte del séquito del canciller , a medida que iban entrando en el local.
-¡Es Goering!…¡y Speer!
Luego, se pusieron tensos al ver que tres de aquellos hombres se acercaban a su mesa y, viendo que Hermann se ponía de pie, los demás le imitaron.
-Herr Dursnt, celebro verlo-le dijo Hermann al hombre que se había detenido delante de su mesa, flanqueado por dos de aquellos individuos ataviados con oscuras gabardinas y que mantenían, siempre, sus manos en el interior de los bolsillos.
-Hermann, yo también me alegro de habérmelo encontrado, pues quería tener la ocasión de agradecerle el magnífico trabajo que su despacho realizó con el divorcio de mi hija-respondió el recién llegado, al tiempo que estrechaba la mano del principal socio de la firma, afectuosamente.
-Bueno, en verdad se lo tendría usted que agradecer a Herr Dieter Haffner, nuestro socio más joven que ha sido el que ha llevado, personalmente, ese caso-le aclaró Hermann, señalando, con su mano, en la dirección de Dieter.
-¡Ah!, ¡así que es usted el brillante joven abogado del que todo Berlín habla!-dijo aquel hombre inmenso, de penetrante mirada, ante el que Dieter se sintió cohibido y al que estrechó su enorme mano tímidamente-Me gustaría que, uno de estos días, me visitara usted, en mi oficina de la sede del partido, muchacho.
-Desde luego, señor-le contestó Dieter.
Y tal encuentro se produjo una semana más tarde, pues Dieter, “empujado” por Hermann, acudió a la sede del Partido Nacional Socialista alemán en donde fue recibido por Joachim Dursnt de manera muy cordial. Esta vez Dieter iba mentalmente preparado para el encuentro y dejó a un lado su timidez mostrándose como el joven decidido y ambicioso que, en verdad, era.
-Como le manifesté hace unos días, tengo un alto concepto de su valía después de ver cómo se manejó en el asunto del divorcio de mi hija, joven. Y también estoy al corriente de que tanto usted como ella tienen la intención de que su relación no termine con la firma de su acuerdo de divorcio-le dijo el corpulento político a Dieter.
-Si, señor, amo a su hija. En principio solo era mi cliente pero terminé por enamorarme de ella. No fue algo premeditado, pero sucedió-respondió Dieter.
– Lo entiendo; le entiendo, perfectamente, pues mi hija es una mujer muy bella. Bueno, joven, en el partido necesitamos de gente como usted para construir la nueva Alemania, así es que si usted se afilia y colabora con nosotros le auguro un brillante porvenir en él. Y si, finalmente, entra usted a formar parte de mi familia, todavía más.
-Bien, señor, pensaré en esa posibilidad con el mayor interés-respondió Dieter.
Esa misma tarde, ya en su despacho, que continuaba siendo el mismo pese a su ascenso a la categoría de “socio” en la firma, Dieter se dedicó a ordenar su mesa, pues como no había quedado en cenar con Margerite, no tenía ninguna prisa en regresar a su hotel para cenar solo en el restaurante que había en el mismo, o en su habitación. Y fue así que, haciendo limpieza de papeles inútiles y ordenando los cajones, al abrir uno de los últimos del lado de la derecha, se encontró con los trocitos de madera de lo que había sido la cajita en la que había venido la pluma que le había regalado Elke, momento a partir del cual no había vuelto a perder uno solo de sus casos, y fue en ese momento en el que volvió a ver el papelito escrito en latín que, todo parecía indicar, había estado oculto en el interior de aquella. Como la iglesia de St. Martin le quedaba de camino al hotel y allí se encontraba el pater Helmut Briegel que, además de ser el párroco, era profesor de latín en varios de los institutos de la zona, decidió llevarle el papelito para ver si, de una vez, podría enterarse de qué era lo que ponía en él.
Y eso fue lo que hizo Dieter, pero para su desgracia, el pater se encontraba muy ocupado con los preparativos de una boda que habría de celebrar aquella misma noche, siendo así que tuvo que dejarle el trozo de papel quedando en volver a pasar por la iglesia, en el término de unos días, para recoger el mismo con la traducción escrita en el reverso.
Dos días más tarde, Dieter se encontraba en compañía de Margerite en “Bernardino’s” y, cuando disfrutaba del momento más agradable de la cena, mostrándose ella inusualmente próxima y romántica, ante el embelesamiento de Dieter, hizo acto de presencia un numeroso grupo de hombres entre los que, tanto él como Margerite reconocieron a Ehud, siendo así que, a partir de ese momento, toda la “magia” y el romanticismo del momento se difuminó y ella solo tuvo ojos para mirar, desde la distancia, al que fuera su marido. A partir de ese instante ella se mostró distraída y la conversación decayó, limitándose a contestarle a Dieter con monosílabos, por lo que este desistió y terminó por callar. Y fue en ese preciso momento en el que este se dio cuenta de que la sombra de Ehud siempre sería demasiado alargada y se interpondría entre él y su hermosa acompañante; y fue a partir de ahí que él empezó a sentir un odio, por el que había sido el marido del objeto de su deseo, como no había sentido antes por nadie. En vista de que lo que estaba siendo una velada perfecta se había tornado en un tormento para él, decidió darla por concluida y, con la disculpa de que se tenía que levantar temprano al día siguiente, llevaría a Margerite a su casa, para lo que tomaron un taxi por fuera del restaurante y tras dejarla en su casa, Dieter decidió irse a su hotel dando un paseo.
Como de camino pasó por delante de la iglesia de St. Martin y no era muy tarde, decidió probar fortuna y ver si el pater Helmut Briegel estaba disponible y así fue que se llegó hasta la sacristía para reunirse con el sacerdote, que, en ese momento, se encontraba ordenando todos los ornamentos que, habitualmente, utilizaba en las homilías.
-¡Hombre!, ¡mi querido amigo Haffner!-exclamó el sacerdote al ver aparecer a Dieter ante él, al tiempo que, de su bolsillo, sacaba el papel que Dieter le había entregado dos días antes y se lo entregaba-Toma, aquí tienes la traducción prometida. Me ha costado, pues se trata de un latín bastante, pero que bastante antiguo. ¿Está asociado este papel con algún objeto?
-No, padre-mintió Dieter, intuyendo que sería mejor que lo hiciera-Lo encontré en el interior de un libro que estoy leyendo.
-Pues si estuviera relacionado con algún objeto el que lo poseyera debería de tener mucho cuidado con él, pues no hay que tomarse a broma estas cosas relacionadas con la brujería y el satanismo-le dijo Briegel, adivinando que Dieter le estaba mintiendo-La gente se toma a la ligera estas cosas y no debería de hacerlo. El texto parece haber sido extraído de un libro muy antiguo de brujería y parece estar relacionado con un instrumento de escritura.
-Gracias, padre. Como ya le he dicho, encontré este papel entre las páginas de un libro que me estoy leyendo, y me picó la curiosidad por saber qué es lo que pone en èl-le respondió Dieter, siguiendo una máxima dentro del mundo del Derecho que es la de no desdecirse de nada que se hubiera dicho anteriormente, al tiempo que se guardaba el papel en el bolsillo interior de la chaqueta, el mismo en el que tenía la pluma.
-Bonita pluma-dijo Briegel, enigmáticamente, al ver el clip dorado que asomaba del bolsillo, cuando Dieter abrió su chaqueta para guardar el trocito de papel.
Al día siguiente, mientras hacía un alto para tomarse un respiro en medio de una mañana que estaba resultando particularmente exigente en el plano laboral, Dieter se acordó del papel que había guardado, la noche anterior, en el bolsillo interior de su chaqueta y que había permanecido allí desde ese entonces y se levantó de la silla para dirigirse hacia el perchero en el que había dejado colgada aquella y coger el trocito de papel, hecho lo cual regresó a su asiento, depositando el papel sobre la mesa, delante de él, en mitad de la escribanía.
Ante sí tenía la cara del papel en la que, en una bonita letra en caracteres góticos, estaba escrito:
“Mattis tractatus in praestigis.
Omnia te scribere, cum hoc scribendi instrumentum erit in tu am gratiam.
Is mos succurro vos dans ideas et terribilis, de te scribere omnia.
Sed si vis extende potestatem habere facultatem ad malum inimici tui, tibi committitur accipiendo Lucifer, sicut Deus.
Hoc enim, tibi scribere ter, cum hoc instrumentum scriptera. Lucifer est, deus meus, mea, solum Deum et ad eum ego consecrant vita mea.
Quondam vos have fieri discipulum Magister, poteris ulcisci inimicos tuos, monitum cum instrumento scripto, ter et nomine inimicum tuum ut poena vis imponere ei. ”
Luego, le dio la vuelta y, por la otra cara, en una bonita letra cursiva también, el pater Briegel había escrito la traducción:
“Tratado completo sobre la brujería.
Todo lo que escribas con este instrumento de escritura redundará en tu favor.
Él te ayudará dándote ideas e inspirándote sobre todo lo que escribas.
Pero si quieres extender tu poder para tener la capacidad de perjudicar a tus enemigos, tienes que empezar por aceptar a Lucifer como tu dios.
Para ello tienes que escribir, tres veces, con este instrumento de escritura: Lucifer es mi dios, mi único dios y a él consagraré mi vida.
Una vez te hayas convertido en discípulo del Maestro, podrás castigar a tus enemigos escribiendo con el instrumento de escritura, tres veces, el nombre de tu enemigo, así como el castigo que quieres imponerle.”