Revista Opinión

El regalo perfecto (Segunda parte)

Publicado el 15 enero 2020 por Carlosgu82

El regalo perfecto (Segunda parte)

EL REGALO PERFECTO (SEGUNDA PARTE)

La tienda de antigüedades que estaba aquí al lado; la que estaba dos locales más allá.

-¿Al lado de la zapatería, dice usted?

-¡Sí!, ¡exacto! Está su establecimiento, al lado la mercería, al lado de esta la zapatería y, al lado de esta última estaba la tienda de antigüedades de la que le hablo.

-Señora, ese local lleva cerrado desde hace muchos años. Varios son los negocios que yo he visto que se abrieron en ese local y ninguno de ellos llegó al año; todos cerraron antes de que se cumpliera el año y del último de ellos hace ya bastante tiempo. ¡Qué más quisiera Herr Horst que poder alquilar ese local, pero es como si se hubiera corrido la voz de que estuviera maldito! Y todos nosotros, los que le hemos alquilado los demás locales, estamos deseando que lo alquile pues es un nido de ratas y da una mala imagen para nuestros negocios.

-¡Ay, señora!, ¡no me diga usted eso que, entonces, sí que empiezo a preocuparme de verdad!

-¿Y no es posible que se haya equivocado de calle, señora?, ¿no es posible que la tienda de antigüedades de la que usted habla se encontrara en una calle distinta?

-No, señora, recuerdo no haber dado más de cincuenta pasos desde que salimos de ella para entrar aquí.

-Pues siento no poder ayudarla, señora, diciéndole otra cosa, pero, si quiere, puede usted preguntar a otras personas que trabajen en los locales que hay por aquí cerca; aunque ya le anticipo que todas le dirán lo mismo que le he dicho yo.

-Bien, señora, no la entretengo más, que veo que el local se le está llenando. Muchísimas gracias-y, diciendo esto, Elke salió del establecimiento para hacer, exactamente, lo que la buena mujer la había sugerido que hiciera, entrando en la zapatería.

Allí fue una joven y bella señorita la que, de inmediato, fue a su encuentro, nada más Elke hubo entrado.

-Buenas tardes, señora, ¿le puedo ayudar en algo?

-Buenas tardes, señorita, solo quería preguntarle si usted sabe qué es lo que ha pasado con la tienda de antigüedades que había aquí al lado.

-¿Tienda de antigüedades?, ¿de qué tienda de antigüedades me habla, señora?

Al día siguiente, buscando resolver el problema de la tinta para la pluma, Elke se dirigió, con ella en el interior de su bolso, a la papelería más popular de la ciudad, un local enorme en el que uno podía encontrar de todo lo relacionado con artículos de escritura; manualidades; arte…y en la sección correspondiente a la de los artículos de escritura, sacó de su bolso la cajita  y la puso sobre el mostrador, abriéndola para que el empleado que la atendía pudiera ver su contenido. Este observó la pluma durante nos instantes y, acto seguido le dijo:

-Por favor, señora, tenga la amabilidad de esperar  un momento-dicho lo cual desapareció, volviendo, instantes más tardes, acompañado por un señor de cierta edad.

-¡Una Sauver & Parmentier! Las había visto en fotos pero nunca había tenido una ante  mí-dijo el hombre más viejo, el recién llegado, con admiración-Señora, le doy el doble de lo que haya pagado por ella.

Elke la miró sorprendida, pues no se había esperado aquello; ella creía que aquel hombre había venido a ayudarla a comprar la tinta para la pluma; lo que no se esperaba era que hubiera venido a hacerle una oferta por la pluma. Recuperada de la sorpresa inicial, le respondió:

-¡Uf!, ¡no, señor! Le agradezco su tentadora oferta pero tengo que rechazarla, pues llevaba varios días buscando el regalo perfecto para mi marido y no me veo, otra vez, vuelta a empezar cuando ya queda menos de una semana para su cumpleaños. ¡Qué va!, ¡ni loca!

Finalmente, Elke salió de la papelería con el botecito de tinta para la pluma. Según le explicaron allí, la tinta que llevaba esa pluma era tinta de lo más corriente, que podría encontrar casi en cualquier lado.

El día del cumpleaños de Dieter cayó en domingo, así fue que este y Elke continuaban, todavía, durmiendo cuando Ingrid entró en la habitación y se subió a la cama de sus padres, cantando el “cumpleaños feliz”, a voz en grito, para despertarlos. Tanto Elke como Dieter se incorporaron, riéndose ante la ocurrencia de su hijita, quien, seguramente, habría estado esperando, pacientemente, a que sus padres se despertaran hasta que ya no pudo aguantar más.

-Anda, mami, dale nuestro regalo a papi.

Elke se desperezó y se alongó, en la cama, para abrir una puertecita que había en la parte baja de su mesita de noche, extrayendo de ella dos paquetitos y entregándoselos a Ingrid, la cual, en el momento de entregárselos a su padre, le dijo lo que ella y Elke habían estado ensayando, toda la semana:

-Muchas felicidades, papi. Esto es de parte de mami, y mía, porque te queremos mucho y porque queremos que te acuerdes de nosotras cuando la uses.

Dieter les agradeció el regalo, colmándolas a besos y cuando se disponía a abrir los paquetitos, Elke le dijo:

-El paquetito pequeño, primero.

Una vez que Dieter hubo abierto el paquete y visto lo que había en su interior, dijo, entre las risas de todos:

-¡Un bote de tinta para pluma estilográfica, no me puedo ni imaginar lo que contiene el otro paquete!

Pero, luego, cuando abrió el paquete que contenía la pluma, abrió la cajita de madera y la vio, se quedó mirándola por algunos segundos, para, luego, exclamar:

¡Es la pluma estilográfica más bonita que he visto en mi vida!, ¡gracias!-y dicho esto, se giró hacia Elke para besarla, sinceramente conmovido. Y, luego, cayó en la cuenta y antes de que Ingrid se enfurruñara, la besó también a ella:

-Gracias a ti, también, mi vida.

Al día siguiente, lunes, Dieter tenía la vista preliminar de un juicio y debía de acudir al Palacio de Justicia a eso del mediodía; así fue que dedicaría buena parte de la mañana a preparar su exposición y, decidió probar la pluma que “sus chicas” le habían regalado el dìa anterior; a tal fin, colocó el periódico que había comprado esa misma mañana, camino de la oficina, y que ya se había leído, mientras degustaba un par de cafés, sobre la escribanía que había sobre su mesa para que no cayera ni una gota de tinta sobre aquella; a continuación extrajo la cajita con la pluma y el botecito de tinta del cajón de su mesa en el que los había guardado, nada más llegar, abriendo la primera y sacando la pluma de ella y, luego, desenroscando la tapa del bote para dejarlo abierto…mientras realizaba todas estas operaciones, en un torpe movimiento le dió un codazo a la cajita que había contenido la pluma, que salió despedida, estrellándose contra el suelo. Dieter maldijo su torpeza que había sido la causante de que una cajita que se había mantenido intacta durante muchos años, a pesar de que, seguramente, hubiera pasado por muchas manos, él la hubiera destrozado en menos de un día entre las suyas. Pero, bueno, a pesar de que le hubiera gustado conservar la cajita, lo cierto era que no pensaba usarla nunca más porque el clip de la pluma se veía bastante fuerte, y a partir de ese momento, la llevaría, siempre, sujeta en el bolsillo interior de su chaqueta.

Una vez cargada la pluma, guardó el botecito con la tinta en el cajón en el que acostumbraba a guardar el material de oficina y realizó las primeras anotaciones viendo que el plumín se desplazaba con suavidad sobre el papel y que el trazo era uniforme…en fin, que respondía, ampliamente, a las expectativas; se trataba de una magnifica pluma además de ser un onbjeto de una belleza fuera de lo común.

Se sumergió, de lleno, en la preparación de la vista preliminar y, en un momento dado, miró la hora en su reloj de pulsera, viendo  que ya eran las once y cuarto, quedándose asombrado de lo rápido que había pasado el tiempo. Ya estaba en el límite así que debía de darse prisa si no quería llegar tarde al Palacio de Justicia. A toda prisa, comenzó a ordenar los papeles que inundaban su mesa y lo hizo en tres montones: en uno de ellos colocó todas sus notas; en otro colocó todos los documentos relacionados con el caso, que le habían servido para redactar sus notas y que era probable que necesitara durante la vista y en el tercero colocó los documentos de los que se había servido pero que era seguro que no necesitaría. Estos últimos los guardo en un cajón tal cual los fue recogiendo y los otros dos los introdujo en la cartera, que siempre dejaba colgada del perchero; de allí mismo cogió el abrigo y la bufanda, poniéndoselos, y fue en ese momento que se percató de que la cajita de la pluma aún estaba en el suelo, por lo que procedió a recoger sus trozos; “quizá algún ebanista fuera capaz de recomponerla”, pensó y mientras los recogía, vio un papelito que desdobló, viendo que, en el mismo, había un texto escrito en latín. Todas las tardes, a medida que  los empleados de la firma comenzaban a abandonar sus despachos para marcharse a sus casas, dos empleadas se dedicaban a limpiarlos para, a continuación, cerralos con llave; a la mañana siguiente, antes de que todo el mundo llegara, las mismas empleadas  llevaban a cabo una limpieza menos en profundidad que la llevada a cabo la tarde anterior, pero que era una limpieza, al fin y al cabo, o sea que era prácticamente imposible que aquel papelito hubiera estado ya allí; era casi seguro que hubiera estado en el interior de la cajita y que al desarmarse esta, hubiera “aparecido”. Dieter cogió los trocitos de madera y el papelito y lo guardó, todo, en uno de los últimos cajones de su mesa, que acostumbraban a estar vacíos. Esto fue lo último que hizo antes de salir disparado hacia la parada de tranvía que había justo delante de la oficina.

Mientras iba sentado en el tranvía,  iba ordenando sus papeles y le dió por pensar en la forma en la que había estado trabajando aquella mañana, durante algo más de cuatro horas, sin haber realizado descanso alguno y manteniendo, en todo momento, un altísimo grado de concentración durante el cual las ideas fluían por su mente con una facilidad pasmosa; todos los aspectos del caso los vió con una claridad asombrosa. Seguramente aquel estado que él había experimentado era lo que la gente solía denominar “inspiración”.

A lo largo de los tres meses siguientes, los casos en los que intervino Dieter se contaron por éxitos y este hecho empezó a ser la comidilla en los mentideros legales, hasta el punto de que un conocido periodista, que cubría las noticias surgidas en los tribunales de justicia y que trabajaba para el principal periódico a nivel nacional, escribió un artículo sobre el joven y muy prometedor abogado Dieter Haffner “al que, dada la muy brillante oratoria que desplegaba ante los tribunales, comparó con los más excelsos abogados romanos de época republicana, algunos de los cuales como Marco Tulio Ciceron, alcanzaron tal fama que la gente acudía al Foro,  a ver como realizaba sus exposiciones ante el pretor”, como si de una obra teatral se tratara.

Así fue que, un domingo por la tarde, mientras Dieter disfrutaba, riéndose como un loco, contemplando como Elke e Ingrid jugaban a perseguirse, la una a la otra,  en el pequeño jardín trasero de la casa,  como si de dos niñas se tratara, con Elke enfadándose, cuando Ingrid le hacía trampas, sonó el timbre de la puerta. Dieter, que se divertía de lo lindo con aquel infantil comportamiento de su mujer, que parecía la más niña de las dos, que llegaba a pedir, incluso, su intermediación como si él fuera el padre de ambas, se levantó de su silla, maldiciendo entre dientes a quien fuera que hubiera tenido la ocurrencia de venir a estropear aquel momento mágico. El caso fue que cuando abrió la puerta, se encontró frente a una de las últimas personas a las que hubiera esperado encontrarse, pues se trataba de Herr Mikhael Holm, que era uno de los socios de la firma de abogados más importante de Berlin y una de las más importantes de Alemania, con el que se había enfrentado en algunos juicios en los que siempre Dieter había salido victorioso .

-Buenas tardes y perdone que le moleste un domingo por la tarde, Herr Haffner, pero creo que lo que tengo que decirle va a interesarle, y mucho.

-Buenas tardes, Herr Holm. Pase, por favor; está usted en su casa-le contesto Dieter que, tras estrechar su mano, se hizo a un lado para que el hombre entrara.

Tras hacerlo pasar a la pequeña salita de estar y hacerle un gesto para que se sentara en uno de los sillones que en ella había, desde la puerta, le preguntó:

-¿Qué le apetece tomar, Herr Holm?, ¿te?, ¿café?, ¿limonada?, ¿cerveza?

-Si no es mucha molestia, Herr Haffner, una limonada estaría bien.

-Desde luego-y, dicho esto, Dieter desapareció en dirección a la cocina, reapareciendo al instante, trayendo consigo una bandejita en la que había dos vasos de limonada, dejándola en la mesita y poniendo uno de los vasos en la propia mesita,  delante de Herr Holm y sentándose en el sillón que había frente a este.

-Pues usted dirá, Herr Holm, soy todo oídos.

Menos de una hora más tarde, Dieter acompañó a aquel hombre hasta la puerta de entrada a la casa, en donde se despidió de él con un cordial apretón de manos y, en cuanto la cerró detrás de aquel, que ya había descendido por las pequeñas escaleras que conducían a la calle, Dieter tuvo que meterse la base de uno de sus dedos índices en la boca para mordérselo y reprimirse así, las ganas de ponerse a gritar como un poseso, pues aquel hombre le había propuesto  incorporarse a su firma, con efecto inmediato, doblándole el sueldo que cobraba en la actualidad y con la promesa de hacerlo socio de la misma, en un plazo de dos años, si en ese tiempo, la cifra de facturación  se veía incrementada en un cincuenta por ciento.

Una vez Dieter hubo recobrado algo de su habitual serenidad, regresó al jardín en donde, de inmediato, Elke se dió cuenta de que algo importante había sucedido:

-¿Quién era?, ¿qué quería?, ¿qué te dijo?

-Era Mikhael Holm, uno de los socios de la firma Walter Lahm y asociados, uno de los despachos de abogados más importantes del país. Me ha ofrecido entrar a formar parte de esa firma, pagándome el doble de lo que cobro ahora mismo.

Elke se llevó las manos a la boca para no gritar, mientras se levantaba del suelo y corría hacia Dieter para fundirse con él en un abrazo. Cuando, por fin, se hubo calmado, le “preguntó”:

-Supongo que le habrás dicho que sí.

-Pues no, le dije que me diera un par de días para pensarlo.

Elke agachó la cabeza para quedarse mirando al suelo durante unos segundo y cuando, al fin, volvió a alzarla, le dijo:

-Bien hecho.

Ya había empezado a oscurecer y la puesta de sol trajo consigo un descenso bastante acusado de la temperatura, siendo asi que, los tres, entraron en la casa, yéndose Elke en dirección a la cocina, a preparar la cena; Ingrid subió a su cuarto, para ponerse a jugar con sus muñecas y Dieter volvió a la salita de estar, para sentarse en su sillón, frente a la chimenea, que había encendido, y se sumió en sus pensamientos, mientras contemplaba el crepitar de las llamas, saboreando aquel momento de triunfo.


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