Esta última semana hemos visto el regreso del presidente Trump al centro de la intención de voto de los ciudadanos. La recuperación de la economía, tras la crisis del coronavirus, y la reapertura del país, se ha evidenciado con la creación de los 2,5 millones de empleos en mayo y los que se están creando en junio. La gestión firme de los disturbios provocados por los ANTIFA y grupos de ultra izquierda, ha hecho posible reconducir la violencia en las calles hasta un nivel controlable. Esto ha marcado su liderazgo de nuevo frente a los pusilánimes Gobernadores y alcaldes demócratas que se dejan comer la merienda por los radicales violentos.
Frente al candidato demócrata, Joe Biden, Trump ha mostrado perfil presidencial y un desempeño hábil de esta situación potencialmente dañina. El presidente ha demostrado una vez más que sabe moverse entre las trampas que los medios de comunicación, el establishment, el Estado Profundo y el Partido Demócrata le tienden sin cesar con el fin claro de derrotarlo en las urnas.
El golpe definitivo a esos planes oscuros de sus enemigos ha sido el anuncio del regreso a los rallies electorales el sábado 20 de junio en Tulsa, Oklahoma. Un evento masivo para el que ya hay más de 800.000 solicitudes de asistencia.
La reanudación de los mítines es temida por los demócratas y los medios de izquierda porque saben de la enorme capacidad de movilización y convencimiento de Trump en su comunicación directa con los ciudadanos. En esa situación es imbatible porque se crece, despliega su encanto, su liderazgo y su capacidad para hablar claro a los votantes. Los rallies electorales son la guinda del regreso de Trump a lo más alto de la escena informativa, son el mecanismo que le permiten controlar la narrativa con una eficacia asombrosa.
No son las noticias ni las declaraciones oficiales, son los rallies los que aúpan a Trump a altas cotas de popularidad porque se muestra tal y como es: honesto, sincero, brutalmente realista, carismático, humano, patriota y luchador hasta el último segundo.
Los medios y los demócratas lo temen porque saben de su habilidad para conectar con el pueblo estadounidense. Poco importa que los que lo odian, gentes de izquierda cada vez más radical, le odien más; son irrelevantes. Pero los que lo adoran y los que se mantienen a la expectativa, acaban rindiéndose a la evidencia: Trump es nuestra mejor esperanza para los Estados Unidos. No el dormilón y titubeante Joe Biden, sino Donald Trump, el peleón que pelea y trabaja por los americanos y su país sin descanso.
El presidente ha superado todos los ataques de un lado y de otro. Ha cumplido 74 años en plena forma física e intelectual y se dispone a volver a demostrarlo en esta campaña electoral que está a punto de reanudarse.
Trump brilla en estos días con su lealtad hacia los Estados Unidos, su disciplina para aguantar a los medios corruptos y manipuladores sin perder la sonrisa y el aplomo, con la destreza para guiar a la nación en estos tiempos convulsos del coronavirus y los disturbios organizados para perjudicarlo electoralmente, con la gallardía del Comandante en Jefe que actúa como tal con orgullo y acierto. Trump reza a menudo y parece que Dios lo escucha porque prevalece frente a tantos enemigos poderosos y se dirige hacia una victoria apabullante en noviembre. Una victoria que sellará el futuro de los Estados Unidos con prosperidad. Realmente, lo mejor está por venir de la mano del presidente Donald Trump.