Si algo tienen los libros de Emmanuel Carrère, que los hacen de inmediato atractivos para el lector, es la sabia combinación de autobiografía, literatura y ensayo, siempre mezclados de forma amena a la vez que con riguroso respeto a la veracidad de lo que está contando. Tanto El adversario como De vidas ajenas se atenían a estos principios, tal y como sucede con El reino, el último de sus trabajos. El reino parte de una más que interesante premisa: su conversión, cuando ya era un hombre adulto, en la treintena, a las antiguas creencias de su niñez, acogidas como una especie de vía de escape a una profunda crisis personal. Como suele ser común en estos casos, no hay conversión sin guías espirituales que ayuden a consolidar la fe, inspiradora y a la vez siempre renqueante, sobre todo cuando su poseedor es una persona culta e inquieta.
Porque la fe es decididamente algo irracional, pero no antinatural. Creer en lo imposible, en lo que no puede probarse, en lo que debería estar al mismo nivel que los relatos de nuestra infancia, debería ser un fenómeno marginal en una sociedad dominada por el pensamiento científico y en la que el acceso a la cultura es más fácil que nunca. Pero no es así. La fe sincera sigue existiendo en un gran número de personas, aunque la iglesia que se dice heredera de Jesucristo se haya convertido en una especie de multinacional con mucho dinero e influencias, cuya clientela no parece demasiado turbada por los continuos escándalos que surgen de su seno:
"(...) es extraño, si te paras a pensarlo, que personas normales, inteligentes, puedan creer en algo tan insensato como la religión cristiana, algo del mismo género que la mitología griega o los cuentos de hadas. En los tiempos antiguos, se puede entender: la gente era crédula, la ciencia no existía. ¡Pero hoy! Si un tipo creyera hoy día en historias de dioses que se transforman en cisnes para seducir a mortales, o en princesas que besan a sapos que, con su beso, se convierten en príncipes encantadores, todo el mundo diría: está loco. Ahora bien, muchas personas creen en una historia igualmente delirante y nadie les toma por dementes. Les toman en serio, aunque no compartan sus creencias. Cumplen una función social menos importante que en el pasado pero respetada y más bien positiva en su conjunto. Su disparate convive con actividades totalmente razonables. Los presidentes de la República hacen una visita de cortesía al jefe de esa grey. Digamos que es extraño, ¿no?"
Lo que intenta hacer Carrère es un ejercicio de autoanálisis, de exploración del propio yo de dos décadas atrás para tratar de comprender las verdaderas motivaciones que lo llevaron a tan insólita decisión. A veces se muestra avergonzado y a veces sorprendido de que esa persona a la que está estudiando se corresponda consigo mismo, sobre todo porque ahora se da cuenta de la fragilidad de su fe y de los autoengaños que le llevaron a aguantar tres años en el seno de la iglesia católica. La fórmula que utiliza para enfrentarse a esos fantasmas, además de la de contemplarse en el espejo del pasado, es la de volver a los evangelios, realizar una lectura crítica de los mismos e intentar así hallar pistas acerca de los auténticos orígenes de la religión mayoritaria en el mundo. Porque lo cierto es que esta fe, nacida en el seno del judaísmo, no contaba en sus primeros tiempos con todas las papeletas para lograr volverse viral, como se dice ahora.
Para emprender esta tarea, el escritor francés hace uso de dos guías de excepción, san Pablo y san Lucas, el evangelista. Nos encontramos así con un viaje muy personal al turbulento siglo I de la era cristiana, en el apogeo de un Imperio Romano que declaró la guerra a los rebeldes de Judea y acabó arrasando el templo de Jerusalén. Precisamente fue este el hecho histórico que posibilitó que a partir del año 70 se produjera un punto de inflexión entre los partidarios de Pablo, que acabarían desarrollando su iglesia en el seno mismo del Imperio y el resto de sectas cristianas, que acabarían en el olvido, incluida la de Santiago. ¿Hasta que punto la doctrina católica actual tiene algo que ver con el mensaje original de Jesucristo? Sin duda se han producido muchas manipulaciones en los textos evangélicos y no todas las fuentes son fiables, aunque alguna provenga de testigos directos de los hechos. Carrère se interesa sobre todo por la versión de Marcos, que parece la más terrenal y, por tanto, la que más podría ajustarse a la verdad, la historia de uno de tantos profetas judíos que surgieron en la época:
"Resumiendo: es la historia de un curandero rural que practica exorcismos y al que toman por un hechicero. Habla con el diablo, en el desierto. Su familia quiere que lo encierren. Se rodea de una banda de parias a los que aterra con predicciones tan siniestras como enigmáticas y que se dan a la fuga cuando le detienen. Su aventura, que ha durado menos de tres años, concluye en un juicio chapucero y una ejecución sórdida; en el desaliento, el abandono y el espanto. En el relato que hace Marcos no hay nada que lo embellezca o haga más amables a los personajes. Al leer esta crónica brutal, se tiene la impresión de estar lo más cerca posible de este horizonte para siempre inalcanzable: lo que sucedió realmente."
Desde mi punto de vista, Carrère es mucho más interesante cuando habla de su experiencia personal, porque no tiene reparos en ser implacable consigo mismo. La segunda parte de El reino es algo más convencional, más cercana a la ciencia histórica, a pesar de que la personalidad del autor sobrevuele todos los textos y los matices de su punto de vista estén siempre presentes. No es fácil analizar las contradicciones del relato del cristianismo, las fuentes dudosas, las tergiversaciones del mensaje original... Pero lo más sorprendente de todo es la forma en la que arraigó en nuestra cultura, para que siga teniendo vigencia veinte siglos después. En una entrevista concedida a El Cultural, Carrère vuelve sobre la idea de extrañeza que todo esto le produce:
"Yo diría que en el caso del cristianismo hay algo sorprendente: hay una historia, un relato que es seguramente muy bello pero también muy extraño, verdaderamente extraño, como si fuera una historia de ciencia ficción. Estamos tan acostumbrados a ella que no nos damos cuenta, pero si olvidamos esa familiaridad el relato que nos queda es de una enorme extravagancia. No lo digo para polemizar sino porque una de las muchas cosas que me interesaban era que el lector tomara conciencia de esa extraordinaria extrañeza... Para eso lo más importante era imponer una sensación de exterioridad."
Aunque sería verdaderamente insólito, no puede descartarse una nueva conversión del actualmente agnóstico Carrère, ni de cualquiera de nosotros. La religión es eso, un fenómeno social, una opción de vida que puede, en determinadas circunstacias, ser la respuesta a ciertas necesidades urgentes del individuo angustiado. Sabemos que todo es una fábula, que cualquier persona inteligente que se diga creyente, tendrá sus (frecuentes) momentos de duda, pero ahí está, ofreciéndose a quien quiera seguirla, como si el tiempo no hubiera pasado, como si la sociedad no hubiera evolucionado. Después de todo, es una de las características que nos retratan como especie y como individuos. Nos cuesta perder la esperanza, nos cuesta creer que no somos más que átomos y compuestos químicos. Lo verdaderamente revolucionario es lo que hace Carrère: una lectura sin prejuicios de los evangelios. Muchos lo hemos hecho (aunque pocos alcanzando la profundidad del autor francés) y sabemos que, en cualquier caso, el poder católico constituido, poco tiene que ver con las palabras del fundador.