Arrastra los pies, le gusta sentir las hojas crujir bajo sus botas de suelas desgastadas y con agujeros; igual que si estuviera pisando cucarachas ¡Como si tuviera poder sobre algo!
Es tarde, el paseo desierto. Mira su reloj, sabe que no funciona desde hace años. Lo lleva porque se lo regaló Marisa el día que lo abandonó.No lo quita de la muñeca, ni siquiera porque su metal le de alergia, ni porque llegue siempre tarde a recoger las cartas del buzón de Navidad. Acude al trabajo cuando han cerrado la fábrica de juguetes. Intenta bajar las chimeneas al mediodía, adelantándose a Noche Buena.Se acerca debajo del banco, detrás de la fuente. Ve una sombra familiar, deja caer la colilla de los labios y la pisa.Lentamente llega hasta un bulto informe, se sienta con disimulo ocultando sus malas intenciones. Mira su alrededor, y cuando está seguro de que no le ve nadie, da una brusca patada al fardo de juguetes, que se abre ante sus ojos.Ha retrasado el reparto más de veinte horas. Ahora debe deshacerse rápidamente de todo.Malhumorado, deposita juguete a juguete, dentro del contenedor de basuras.Texto: Calamanda Nevado CerroRevista Cultura y Ocio
Papa Noel camina por la calle sin prisa. Lleva las manos en los bolsillos, una colilla en la boca, y mira al suelo. Tiene el pecho manchado de ceniza, no se da cuenta. Camina absorto. Su trabajo en Navidad lo ensimisma. Lleno de ambición, lucha cada año por promocionarse. Esta noche el ulular del viento acompaña su desánimo.