En este mundo del usar y tirar y de la obsolescencia programada, aún quedan campos en los que la duración es un valor. Y uno de esos campos, hablando de duración, no cabe duda que son los relojes. Pero ninguno de ellos me temo que se puede comparar con el reloj Beverly, que lleva funcionando desde 1864 sin que nadie le haya dado cuerda, y todo gracias a la ciencia.
Arthur Beverly fue un contructor de relojes, además de matemático, nacido en 1822. En 1864 fabricó y echó a andar, aunque no se mueve, un reloj que lleva desde entonces sin pararse, y al que tampoco se le ha dado cuerda nunca. En la actualidad reposa en la tercera planta del Departamento de Física de la Universidad de Otago, en Nueva Zelanda. Insisto en un punto, por si no se han dado cuenta de su importancia: nunca desde su creación se le ha dado cuerda.
El reloj funciona gracias a un mecanismo que se acciona con los cambios de la presión atmosférica y de la temperatura del ambiente. El dispositivo tiene un caja hermética y esas variaciones en los parámetros del ambiente hacen que el aire dentro de la caja se expanda o contraiga, empujando así un diafragma. Si la temperatura en un día varía 6ºC, el sistema es capaz de elevar unos 2,5cm un peso que 0,55Kg, que hará que el reloj siga funcionando, accionado segundo a segundo por ese peso, que baja por la gravedad y sube por los cambios atmosféricos. Y con esos cambios va el reloj marcando las horas, desde hace siglo y medio.
Vía Curistoria