En el Parque de Oriente en Zaragoza, en una explanada muy próxima al embarcadero del Ebro, se ha levantado (2009) el gnomon más largo del mundo. Se trata de un reloj horizontal convencional orientado según el meridiano y con gnomon paralelo al eje de la Tierra pero de dimensiones colosales. Desde el año 2013 posee el correspondiente Certificado Guinness.
La visión de la esbelta escultura nos produce sensaciones encontradas. No podemos dejar de gozar con la belleza de la silueta voladora que desafía la gravedad. Estructuralmente es admirable: un mástil de acero de 45´67 metros de longitud se eleva más de 30 metros del suelo. El ángulo de inclinación lo marca la latitud del lugar – ángulo del plano superior- pero el autor para soportar el voladizo ha ensanchado la base y levantado un plano inferior convergente con menor inclinación.
La losa enterrada es un elemento clave para soportar tan osada estructura. Se nota que Juan Antonio Ros, escultor y diseñador del dispositivo, es también ingeniero de caminos. Como escultura de líneas convergentes que apuntan al infinito y como desafío técnico es una obra digna de disfrutar.
Lo que nos deja cierta pena es su valor como reloj e instalación didáctica pensando en una visita escolar. No siempre las mayores dimensiones son lo óptimo. No siempre la belleza se concilia con la utilidad.
Los relojes solares sufrieron la puntilla definitiva cuando en 1900 se adopto la hora unificada en España: pasar de la hora solar a la oficial requiere tener presente la longitud local, la ecuación del tiempo y los desfases oficiales sobre UTC (tiempo universal coordinado). Un reloj solar hoy tiene sentido entre otras cosas para aprender astronomía básica sobre el sistema Tierra-Sol que determina tantas cosas de interés general como el clima, las estaciones, la duración del día, etc. El inacabado reloj de Vadorrey no cumple su función tanto como debía algo tan espectacular.
Dos cosas alteran el valor como instrumento, una relacionada con su gigantesca estructura y otra es su falta de acabado. Juan Antonio Ros tenía previsto un parque astronómico que ocho años después no se ha ejecutado. Si comparamos con el reloj de Rivas-Vaciamadrid vemos que faltan innumerables marcas. La circunferencia horaria y la línea meridiana es lo único que está señalado. Con esas dimensiones se echa en falta todo el zodiaco, incluso los días, a lo largo de la meridiana. Faltan las hipérbolas de evolución de la sombra por lo menos en los solsticios (el de invierno se vería limitado por la inclinación del terreno cuya sombra a mediodía se va a los cien metros de la base). Seguro que Ros tendría previsto todo lo comentado y muchas cosas más pero da la impresión de que el impulso se ha detenido: ni el patrocinador Bantierra ni el Ayuntamiento parecen dispuestos a terminar. ¡Ojala nos equivoquemos!
Algunas cosas son dignas de mención: el panel de lectura señala no solo la ecuación del tiempo sino los problemas de deformación de la singular estructura de acero, las deformaciones gravitatorias se han solventado con la caja de anchura de un metro y sección decreciente pero ello a su vez supone un problema de estratificación térmica que produce apreciables deformaciones del gnomon. Una sombra tan ancha hace que la lectura pierda precisión.
Nos ha gustado mucho el lugar donde recostarse para situarse en el eje del mundo, ¡es emocionante desde el punto de vista ptolemaico: todo giraría a nuestro alrededor!
Lo más curioso y sorprendente: el asteroide. Una esfera-espejo de dos metros de diámetro con cinco cráteres y alusiones a la sostenibilidad y nuestras obligaciones ambientales. No creo que se contemplará pero el espejo esférico es el mejor homenaje al al-Mutaman, emir de Zaragoza y el geómetra más destacado de al-Andalus, capaz de situarse a la altura de Alhacén y mejorarle la solución del problema del espejo circular mediante cónicas. Prefiero recordarle aquí que en su abandonado monumento.