En el planeta Baru (que literalmente significa “Nuevo”) existía una sociedad en la que los androides como ciudadanos del mundo habían sido una realidad, pero en la que, hacía diez años, una parte de estos androides habían sido considerados una amenaza por no aceptar trabajar para el gobierno, el cual ordenó la eliminación de cada uno de ellos a partir de ese momento. Cinco años más tarde, los androides restantes, es decir, los que habían aceptado formar parte del sistema corrupto, fueron eliminados por el bien de la humanidad de ese planeta. Abbi Edevane, la androide rebelde que había ayudado a que esto último fuera posible, había regresado a una vida tranquila en la grandiosa ciudad digital de Arkhville después de muchos años de lucha y asesinatos para llevar una vida pacífica, y lo consiguió.
Al menos hasta que se enteró de la noticia.
Estaba acostada en la cama, acariciando a su gato Jaspe en su regazo, cuando una imagen estática con un mensaje apareció en la pantalla fina como el papel que había colgada en la pared. Se veía a un famoso científico, que casualmente residía en la misma ciudad que ella, y junto a su cabeza, como si de un bocadillo de cómic se tratara, se leía el siguiente enunciado:
“Ha llegado la hora de que los androides vuelvan a escena. En el pasado hubo problemas debido a que la tecnología de aquel entonces no estaba perfeccionada, pero en esta ocasión estoy convencido que nada de aquello se repetirá. Y esto es gracias a un nuevo procedimiento que solo yo conozco. Por desgracia los datos para el desarrollo de los androides fueron borrados por el anterior gobierno, pero he redescubierto la forma de arreglar este problema”.
Abbi miró la pistola automática de proyectiles de plasma que reposaba sobre su escritorio como una reliquia que pensó que no debería volver a utilizar. Pero ahora sabía lo equivocada que había estado.
Tecleó el nombre del científico en su portátil, y gracias a la ley de transparencia que obligaba a que las direcciones de todo el mundo fueran públicas, supo dónde vivía. Así pues, se hizo con la pistola y varios cargadores de munición y se marchó, montando en la moto aérea que guardaba en el garaje.
Recorrió la ciudad a toda velocidad, sorteando los vehículos saltando desde diferentes niveles de circulación (existían diez, correspondientes a una altura distinta cada uno) hasta llegar a su destino, situado en un área en el que los edificios ciclópeos eran sustituidos por casas unifamiliares. Una vez ante la puerta, suspiró. Durante el trayecto había debatido consigo misma sobre si era ético destruir a un hombre antes de que cometiera un acto terrible, pero se le disiparon las dudas cuando vio a uno de ellos en el jardín.
Supo que era un androide porque no estaba del todo acabado; le faltaba el recubrimiento de la cara, por lo que se le veían los músculos faciales y el cráneo. Y es que los androides y los humanos eran imposibles de distinguir a simple vista. Le estaba saludando con una mano, dándole la bienvenida, pero Abbi no se lo pensó más (no iba a permitir que la humanidad cometiese los mismos errores del pasado). Le apuntó a la cabeza y disparó. El plasma no produjo ningún ruido, solo convirtió en un amasijo de sangre y cables muy pequeños allí donde fue a hacer impacto.
Acto seguido disparó a la puerta, convirtiéndola en astillas, y entró. Encontró al científico sentado a la mesa, comiendo tranquilamente. Lejos de asustarse por la llegada de la intrusa, su boca esbozó una leve sonrisa.
-Tenía la esperanza de conocerte algún día, Abbi Edevane, aunque no en estas circunstancias.
-De modo que ya me conoce.
-Sus hazañas son mundialmente conocidas.
-Entonces ya sabrá que no me ando con rodeos. Lamento que no haya tenido tiempo de terminarse la comida.
El científico hizo un gesto con una mano con el que trataba de quitar importancia.
-Supongo que no te gustaría formar parte del renacer de los androides, ¿me equivoco?
-Está usted en lo cierto. Si le mato, sus proyectos también morirán.
El hombre amplió su sonrisa.
-Siendo una heroína, no esperaba de ti que fueras una ingenua. Ya hay más de un centenar de androides fabricados y activados; además, los nuevos incluyen una mejora: pueden reproducirse entre ellos, sin ayuda de humanos. En cuanto a los informes y datos de mis investigaciones, sepa que están guardadas a buen recaudo. Aunque me mate no cambiará nada.
Abbi se lamentó para sus adentros. Sí, había sido ingenua, pero si algo le caracterizaba era que no le gustaba perder el tiempo, y ya que había ido hasta allí aprovecharía su visita como era debido.
-Se equivoca. Sí que cambiará algo: habrá un gusano menos en el mundo.
Apretó el gatillo. Dos gotas de sangre le salpicaron una mejilla.
A partir de ese día volvería a tener mucho trabajo, pero esa ya es otra historia.