Revista Comunicación

El renacido, el Inárritu que quiero

Publicado el 15 febrero 2016 por La Cara De Milos La Cara De Milos @LacaradeMilos
renacido, Inárritu quiero

Mediante el título que corona este texto, podréis deducir que la que hasta hace poco era la última obra de Alejandro González Iñárritu, no fue santo de mi devoción. No obstante, con El renacido mi atención se ha vuelto a un irregular pero gran cineasta. Me ha encandilado su fotografía, Di Caprio y la mano firme con la que el mexicano ha dirigido una historia que aún bailotea en mi retina y en mis emociones.

renacido, Inárritu quiero

Lo que mejor me ha entrado sin necesidad de ningún suavizante de El renacido ha sido su ambientación de western, de película de frontera. Fiel hasta en la dermis, el filme de Iñárritu nos traslada, nos sitúa y nos hace respirar el aire de la época de la Compra de la Luisiana. Sin duda es uno de los grandes atractivos para quienes vemos en esa época un tiempo de romanticismo plagado tanto de crueldad como de pasión, emocional o de otra índole. Los tramperos, los traficantes de pieles, el conflicto entre la creciente nación de Estados Unidos y los franceses que aún perviven en la zona, así como su instrumentalización de los indios: todo late en El renacido con una minuciosidad por describir un momento histórico verdaderamente arrolladora.

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Y seguimos. El ojo de Iñárritu, y su pluma. Ambas extensiones de su conciencia trazan en El renacido el desarrollo de una historia que brilla mucho más por su condensación del deseo por la vida que por la acción que la circunda. Trazo gordo, con la obsesión latente por la subjetividad que posee al mexicano en los últimos años, para ofrecernos un lienzo salvaje, más cercano a la natura que a la sobrevalorada civilización. Mención aparte merece el cinematógrafo Emmanuel Lubezki, su compatriota, que se erige en una de las auténticas estrellas de El renacido. No exagero: cada fotograma de El renacido merece ser enmarcado; podría convertirse en un exposición. La vastedad del territorio, lo aciago de olvido, la ansiedad del aislamiento, el terror de lo desconocido, la esperanza del recuerdo... Todo trasladado a tu retina de un modo que Lubezki se propuso que no olvidaras.

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Y de una estrella a otra: Leonardo Di Caprio. Muchos han señalado que es su papel en El renacido el que le hace más merecedor del Óscar. La cosa va a estar reñida con un Eddie Redmayne que se ha superado en La chica danesa, pero es imposible la resistencia ante una interpretación que te atropella. Brutal, gestual, muda, cargada de emociones... Di Caprio recupera un valor al alza del pasado: transmitir sin hablar, sin palabras, con la presencia, con los movimientos, con la expresión. Uno no puede dejar de maravillarse ante la suerte que tiene de ver en vivo y en directo el brillo de una estrella; un actor que ha sabido defenestrar el sanbenito de actor para chicas que se le colgó en un principio.

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Y otra cosa: el antagonismo que destila El renacido es mitológico, por lo que hay que recalcar también la responsabilidad de Tom Hardy en el éxito de la cinta. Un antagonismo vibrante, sin muchos tapujos y sin muchos dilemas morales, que se imbuye de una épica sucia, crepuscular e infernal a partes iguales, para tejer una tela de araña que justifica tanto la venganza como la traición o el olvido. Una persecución, una huida, un viaje a través de las montañas vivas de las dakotas y de Montana (y de Calgary en Canadá que fue donde se rodaron muchas escenas) que puede provocar cualquier cosa menos indiferencia. Un éxito que tanto los Globos de Oro como los BAFTA parecen señalar a la Academia de Estados Unidos.

Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.


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