Revista Cultura y Ocio
Elsa, sale precipitadamente de casa de madrugada, sin observar que la luz de la escalera está apagada. Su interruptor, centrado en el amplio descansillo, queda al otro lado de donde ella se encuentra. Pegada a la pared, busca, el piloto rojo a oscuras. La penumbra se cuela por la puerta abierta de par en par de su casa; sin luces encendidas en su interior. En el rellano, solo ella y oscuridad ¡solo ella... y un tufillo a humo… de tabaco!De pronto, pasos, y ese olor… subiendo por su nariz. Su rictus de pánico no puede verse. Escucha descompasado su corazón junto al jadeo de otra respiración. No es su pulso lo que la asusta. Recuerda que es invierno, y el portal del edificio queda abierto día y noche. Al resbalón de su puerta lo atasca su grasa congelada ¡no cierra del todo, dando paso a cualquiera que la descubra!Repentinamente, una rodilla que no es suya, se le clava en la bastilla del chaquetón; impidiéndole cualquier desplazamiento. Cegada, nota el calor de otro en su espalda, inmovilizándose aún más. Unos labios ávidos vierten sobre su cuello vaho calentón y soban su piel helada. Su pánico, no encuentra suelo bajo los pies; es ascua voraz comiéndole los zapatos. Esta brasa se apaga de inmediato, con la líquida humedad, que sin control, baja por sus piernas. Tiembla sobresaltada con un chasquido, el temblor mecánico de sus rodillas que grita de miedo. Su boca no puede hacerlo bajo la boca del violador.Texto: Calamanda Nevado Cerro