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Enzo Pazi ha rescatado, en su bellísimo ensayo La dialéctica en Platón un aspecto singular del filósofo griego ajeno a la interpretación –ya no tan habitual, por cierto, pero aceptada durante mucho tiempo- tradicional que lo consideraba dictador del concepto totalizador y adalid por excelencia del dogmatismo ontológico. Basándose en el más herético de los diálogos platónicos, El Sofista, piedra de escándalo para los discípulos ortodoxos del padre de la filosofía occidental, Paci nos alumbra con una luz muy útil para reescribir ese camino aparentemente imposible entre el concepto totalizador y el aislamiento atómico que caracteriza a la vez que esclerotiza a nuestras ciencias contemporáneas.
Ante la pregunta primordial que origina todo conocimiento humano, existe un camino intermedio entre la respuesta totalizadora y tiránica del concepto y el aislamiento atómico del conocimiento que niega su evidente orfandad teórica. Un camino que también puede poner en común las distintas respuestas a aquella pregunta evitando, por una parte, la fusión en un único discurso superior o pretendidamente superior a los demás, y por otra parte rescatando al discurso atómico de su orfandad, al recordarle la pertenencia a un mismo padre, el interrogante primordial. Es aquí donde el concepto platónico de participaciónen la idea nos revela su idoneidad como método o trazado que permite reunir en el mismo foro a lo diverso de la experiencia sensible e intelectual, respetando sus relaciones concretas con lo universal al tiempo que ligando estas relaciones con su causa común. Siguiendo la interpretación de Paci, para Platón el ser está presente en el devenir como necesidad y exigencia, como un sentir implícito la necesidad del ser en la pobreza del devenir. Trasladando estas palabras a nuestro contexto, ello significaría que la respuesta a la pregunta originaria puede transitar un camino alternativo al propuesto por nuestra modernidad filosófica en la que, o bien el concepto aprehende la totalidad del ser- Descartes, Hegel- o bien la realidad es inaprehensible y en último término indescifrable e incomprensible- de Nietzsche hasta los existencialistas-. La propuesta de Platón no opone el ser absoluto al no ser, sino que niega la existencia de un ser absoluto y concede una cierta participación del no- ser en el ser.
Esta gradación ontológica se traduce, en el contexto de nuestro tema, como una cierta postura o actitud frente a dos tipos de exigencia; la relativa al modo del conocimiento –según el lenguaje de este ensayo, la relación entre pregunta y respuesta- y la que se refiere a la diferencia y/o pertenencia común de las distintas disciplinas y fragmentaciones teóricas entendidas como manifestaciones concretas de una respuesta dada a una pregunta originaria. Frente a la actitud tradicional de la modernidad que se abre en Descartes y llega hasta Hegel, en la que se concibe la razón como piedra de toque de la comprensión del ser, y la negación a reconocer cualquier tipo de inteligibilidad del mundo en su totalidad- pretensión que va desde Nietzsche y su apología de la destrucción de la razón a sus discípulos en la postmodernidad- el Platón de Paci nos propone una vía intermedia en la que el no-saber socrático del método mayéutico participa no obstante del saber en una relación de visión, de no pertenencia del saber que sin embargo conserva el destello de la idea en el horizonte de su ser: La necesidad del ser en la pobreza del devenir. Ya no se trata de subsumir la pluralidad de la experiencia en la telaraña omnicomprensiva del concepto, ni de perder la esperanza en hallar inteligibilidad alguna en la vida. La necesidad del ser en la pobreza del devenir es a la vez vida y conocimiento, conocimiento de la vida si se quiere, pues es a la vez imagen de la relación real que constituye el tejido de la vida real- la vida vive porque ama la vida y muere porque no la posee, resume bellísimamente Paci- y a la vez imagen de nuestro conocimiento posible, que no niega la verdad de la vida y su principio mortal inherente a ella, ni se aferra a un oscuro escepticismo en el que no hay brillo de la idea en el horizonte. Por el contrario, tanto la vida como participación de la vida en la idea de la vida y el conocimiento como participación del conocimiento en la idea del conocimiento son movimientos del no ser hacia el ser, por tanto no muda no-existencia ni ser absoluto: una relación en la que, por decirlo de alguna manera, fragilidad y permanencia, ser y no ser, conocimiento e ignorancia y, en fin, vida y muerte se miran rostro frente a rostro, y ese encuentro da forma a su vez a nuestra vida y nuestro conocimiento posible. Mas en cuanto movimiento hacia el ser, esta relación jamás constituye una relación estética, permanente como un estado o una cristalización, sino que tiende de continuo a una mayor claridad- Luz, más luz, decía Goethe- a una dispersión de los objetivos logrados en torno a un círculo nuevo de mayor comprensión y perfección. Ello es lo que evita que esta relación se esclerotice en un dogma definitivo a la vez que pueda permitir el crecimiento exponencial de la vida y el conocimiento en un tiempo siempre indeterminado, en el que ambos se enriquezcan mutuamente, siempre alcanzando nuevas cotas de cercanía y luz, destellos cada vez más brillantes de esa idea cuya relación con nuestro ser hace posible precisamente nuestro ser.