La semana pasada estuve en el taller para emprendedores “SpeedUp Murcia”, a la hora del descanso les dije a los participantes que a la vuelta del café se sentasen en un lugar distinto y con distintos compañeros. Este pequeño ejercicio me sirvió para explicar de manera sencilla que era eso del “área de confort”. Casi con toda seguridad, les dije, si no os propongo que cambiéis de sitio estaríais sentado en el mismo asiento no solo durante el desarrollo de mi taller, sino el resto de meses que dura la formación.
Y ¿Por qué ocurre esto?. Muy simple, hemos nacido para sobrevivir.
La función biológica más importante que realiza el cerebro es administrar los recursos energéticos de los que disponemos para fomentar comportamientos basados en la economía de nuestra supervivencia. En base a esto emergen comportamientos que promueven, lo que nosotros denominamos “bienestar“, o sea, la acción menos costosa que nos permite continuar viviendo nuestro presente.
Desde el punto de vista fisiológico se explica porque nuestras rutinas son conducidas por los ganglios basales, el centro de hábitos del cerebro, provocando una reducción en el consumo de energía. Este menor consumo de energía nos ubica en una especie de “zona de comodidad”.
¿Por qué nos resulta complicado salir de nuestro área de confort?
Como hemos comentado, el área de confort es un estado mental donde nos encontramos cómodos y seguros haciendo las cosas de manera rutinaria. Esas cosas que hacemos que nos hacen sentir bien, refuerzan el concepto “coordenadas vitales”.
Estas coordenadas son las que nos definen como seres humanos y están formadas por nuestros valores, creencias, motivaciones, esquemas de pensamiento y opiniones. O lo que es lo mismo, nuestras teorías sobre nosotros mismos, sobre lo que nos rodean, sobre el mundo y el futuro.
Las cosas que nos suceden en nuestro día a día operan sobre estas “coordenadas vitales” que organiza y guía la información entrante a través de determinados procesos u operaciones informacionales (atención, percepción, memoria, análisis diferencial) que generan los productos finales o conclusiones (cognitivos, emocionales y motores). A su vez, estos productos interactúan entre si y con lo que nos rodea (fundamentalmente con las personas con las que nos relacionamos) retroalimentando nuestras propias “coordenadas vitales”, fortificándolas o debilitándolas según sea el caso.
Otro concepto que hay que tener en cuenta es el conocido como “Economía Cognitiva”. Me explico:
La mente humana tiene la necesidad de organizar el mundo para no caer presos de su increíble variedad y variabilidad (sobre todo en los tiempos que corren). Nuestro sistema de procesamiento de información es realmente limitado, al igual que nuestra capacidad de prestar atención conscientemente (sería agotador conducir desde Murcia a Madrid prestando atención a todo lo que pasa por el camino).
Tenemos una tendencia natural a buscar lo “familiar”, lo que reafirme nuestras propias creencias y valores. Evitamos las contradicciones que afecten a la información que ya tenemos organizada. Necesitamos ser “consistentes” con nosotros mismos y con nuestro mundo, para reducir al máximo la incertidumbre y la complejidad.
Las creencias, los estereotipos o pensamientos categóricos reducen las demandas informativas. Hay menos necesidad de hacer excepciones a la regla, resolver contradicciones o afrontar la disonancia cognitiva. El procesamiento se hace más fácil y eficiente, pero su coste es que se pierde exactitud.
Pongo un ejemplo para entenderlo mejor: cuando alguien tiene la profunda creencia de que la crisis que estamos viviendo es “una mierda” y que van a acabar cerrando todas las empresas. Lo normal es que lo único en que se fije sea en la cantidad de empresas que están cerrando. Esto se convertirá en su verdadera “realidad” de la crisis.
Sin embargo, si su creencia es que la crisis puede ser una oportunidad para el cambio, la realidad que vera será distinta. Conocerá a personas que se están reinventando y empresas que están creándose.
Evidentemente, también verá los efectos negativos de la crisis pero estará convencido de la existencia de oportunidades.
En ambos casos, están viviendo realidades distintas. El primero filtra información y se queda con la que reafirme su creencia sobre la crisis. Por mucho que su “vecino” acabe de poner en marcha un nuevo negocio, no lo verá.
En el segundo caso, su predisposición es más positiva lo que le permitirá “encontrar” a personas que aprovechan la crisis para reinventarse. Él sí verá oportunidades, porque le ayuda a reafirmar sus creencias. En ambos casos tendrán razón sobre sus afirmaciones desde la perspectiva de cada una de sus “realidades”.
Continuamos con un pequeño ejercicio, ¿Cuántas veces se pasan el balón el equipo de la camiseta blanca?
¿Qué pasa si quiero emprender, pero creo que no voy a poder, que no tengo mentalidad emprendedora.?
Ojo, si tenemos creencias o pensamientos negativos sobre nuestra propia capacidad de emprender, el cerebro intentará encontrar indicios que confirmen esta creencia. Mucho cuidado, podemos sacar conclusiones equivocadas pensando que son realidades inmutables.
Tenemos que desafiar a las creencias que nos van a impedir asumir el reto de emprender y saber que lo que en ocasiones parece real solamente es una interpretación de nuestro cerebro.