Por: Francisc Lozano*
Santiago de Cali vista desde la Colina de San Antonio. Fotografía de Francisc Lozano Durante las últimas tres décadas, el Valle del Cauca ha tenido que soportar que sólo se hable de él por hechos complicados en materia de seguridad, de presencia de grandes carteles de drogas y de escándalos de corrupción en la política. Esas realidades, que aún siguen existiendo, en el último tiempo han sido eclipsadas por las impresionantes participaciones de deportistas como María Isabel Urrutia (primer oro olímpico en la historia de Colombia), Orlando Duque (probablemente el mejor clavadista de salto de altura de la historia de ese deporte), Yuri Alvear, Óscar Figueroa, nuestros excelsos patinadores, Juan Sebastián Cabal, Robert Farah y Alejandro Falla, y todos los demás extraordinarios deportistas (cómo olvidar a los equipos femenino y masculino del América de Cali), artistas, científicos, emprendedores, y demás vallecaucanos que nos llenan de orgullo y alegría. Pero retrocedamos un poco: En la década del 70, Cali y el resto del Valle del Cauca se habían convertido en el epicentro del acontecer deportivo nacional y hemisférico. En el 71, la Sultana del Valle acogió los Juegos Panamericanos, y con su civismo y la excelente realización de las justas americanas logró consolidarse como ‘la Capital Deportiva de América’. Los asistentes a las disciplinas deportivas de esa época quedaron maravillados por una ciudad que cuidaba de sus escenarios deportivos y artísticos, sus calles, y que se empezaba a perfilar como la capital de la industria cinematográfica colombiana. Desde esa época y hasta la aparición de los impresionantes deportistas ya mencionados y de todos los demás a quienes me falta tinta para nombrar, el polo de desarrollo del suroccidente colombiano tuvo pocas razones para festejar. Este año, más que otros en mucho tiempo, hay muchas cosas por celebrar. A los logros inmensos e inéditos en la historia de Colombia de Juan Sebastián Cabal y Robert Farah, hay que agregar uno que hace veintitrés años que nos era esquivo. Por fin nos volvimos a hacer con los Juegos Nacionales y, para culminar la faena, también nos llevamos los Juegos Paranacionales. La espera fue tortuosa y la sensación de impotencia nos había invadido por un par de décadas. En el imaginario colectivo parecía que, sin importar cómo se afrontaran, siempre seríamos segundos o terceros. Pero lo peor era que la mayoría de esos juegos fueron ganados por la delegación de Antioquia, nuestra máxima rival en materia deportiva. Pero este año fue a otro precio, a pesar de que los fantásticos deportistas antioqueños mantuvieron el liderato de los Juegos por varios días, cuando el Valle del Cauca tomó la punta, jamás permitió que otra delegación se la arrebatara. Las justas nacionales terminaron con 165 preseas doradas, 138 medallas de plata y 121 medallas de bronce para el Valle, para un total de 424. Los antioqueños se llevaron un total de 422, de las cuales 148 fueron doradas y 136 eran de plata. En los Juegos Paranacionales, los vallecaucanos acumularon 284 medallas, con 138 de oro, 80 de plata y 66 de bronce. Bogotá fue su inmediata perseguidora con 114 de oro, 82 de plata y 64 de bronce. Deportistas de los juegos Paranacionales. Fuente.paranacionales.gov.co
Grupo de deportistas del Valle. Fuente: elcolombiano.com Desconozco la estrategia usada por los vallecaucanos este año, pero estoy seguro de que debe ser actualizada y perfeccionada en los próximos juegos, para que se pueda consolidar el retorno del rey. Vale la pena felicitar a las instituciones deportivas departamentales y municipales, a los organizadores y a la gobernación del Valle del Cauca por tan espectaculares logros.