“El retorno del Rey” es el tercer volumen de la novela de fantasía heroica "El Señor de los Anillos", del escritor británico J. R. R. Tolkien, literatura excelsa. Las aventuras de Frodo y Pippin y todo el resto, y el derroche de descripciones de la Tierra Media configuran un fascinante relato. La peli, bien. Pero la novela (las novelas) es extraordinaria. Vale para leerla de nuevo una vez cada diez años.
“El retorno del rey emérito” es una farsa más de esta mierda de estado monárquico corrupto que padecemos. Si no fuera porque afecta a varios millones de ciudadanos españoles podría valer como historia fantástica. Pero sólo es un relato triste y vergonzante.
La monarquía supuestamente reinstaurada por el dictador sanguinario que gobernó una buena parte del siglo XX el estado español, puede ser que recoja antecedentes de la monarquía borbónica de trescientos años. Y puede equipararse en cuanto a desastres, corrupciones, abusos, injusticias y malandanzas a las anteriores. Los últimos capítulos son nuevas contribuciones a la incuria y el desastre.
La actual polémica por el retorno al territorio del estado, después de dos años de ausencia voluntaria, estimula partidarios y detractores desde una variedad de ángulos. Vale que lo de ausencia voluntaria resulta un eufemismo de fuga. El monarca abdicado puso tierra por medio mientras se estaba dilucidando su actuación delictiva. Se fue lejos, a un país de escaso pedigrí democrático que no contempla tratados de extradición con el Reino de España. Cuando las instancias judiciales, después de demostrar que efectivamente era responsable de delitos fiscales, decidieron archivar los procedimientos con la interpretación sesgada de ciertas inmunidades y prescripciones, ha regresado de forma igualmente voluntaria y sin explicaciones a nadie ni de nada.
Hay quien piensa que hace lo que le da la gana, atribuyéndole una capacidad decisoria hábil y oportuna. Otros piensan que es un caradura sinvergüenza, constantemente aprovechado de sus privilegios. También es posible que, como tantos indeseables o delincuentes, hace lo que puede, lo que le permiten y toleran y porque no tiene, para él, mejor opción.
En cualquier caso, sus hechos reflejan la catadura moral del personaje, claramente reflejada en su biografía pública.
Sus hagiógrafos y defensores suelen omitir una variedad de sucesos que apenas ocultan detalles de tal catadura.
En un país que atribuye al nacimiento el carácter definitorio de las personas, se olvida que Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón nació en Roma. O sea que es italiano, ¿no?. Para los que sostienen que uno es de donde fue a la escuela, se recuerda que se educó en Portugal hasta los quince años. Después de pegarle un tiro a su hermano, se formó en las academias militares de tierra, mar, y aire, defensoras de la moral de la guerra. Para cuando continuó su educación universitaria en la Complutense ya eran conocidas sus aficiones por las señoritas de buen ver. Sus compañeras de clase recuerdan que esa afición se veía completada por la disposición de muchas a complacerlo. Esa cualidad de mujeriego, de otra manera dicha, de promiscuidad, le ha acompañado toda la vida. La promiscuidad de los próceres, en un tiempo feudal legalizada como “derecho de pernada”, se suele ver con benevolencia en las sociedades mediterráneas, a pesar de la admoniciones de las religiones contra el adulterio. Aunque cuando media una distancia de edad, posición social, autoridad o poder, se aproxima peligrosamente al estupro.
Los partidarios de interpretar los cambios políticos de la segunda mitad de los años setenta como “la transición”, se apuran a añadir el calificativo de “democrática”. Calificación más formal que real porque quedaron muchos obstáculos, pedruscos o “búnkeres” por derribar. Y, puestos a personalizarlo, atribuyen el supuesto éxito al rey nombrado por Franco. Eso sólo ya bastaría para cuestionar la calidad de democrática: fue una imposición que miedos antiguos o inmediatos a la fuerza de los militares dieron en una aceptación que tuvo algo más que sometimiento. Pero la decisión de ceder parte del poder a unas estructuras democráticas formales por parte del monarca, no fue por su magnanimidad y supuesto talante conciliador. Fue porque resultaba clarísimo que intentar mantener una jefatura del estado autoritaria no hubiese sido soportada por la gente--la gente, que eso de “el pueblo” queda como utópico y “la nación” como cuartelero--en un momento de inestabilidad. Le hubiese costado el cargo y, posiblemente, la cabeza.
En realidad el Borbón no ha hecho nunca nada por voluntad propia, real, sinó por intentar encontrar la opción que le resultara más favorable personalmente. Por un momento pensó que podía intervenir de forma más directa en modular la constitución del estado cuando quiso, y consiguió quitarse de enmedio a Adolfo Suárez con la ayuda de los militares. Calculó mal por fiarse de unos chusqueros impresentables que soñaban aún en la guerra de África y, a mitad del ejercicio, cambió de dirección y de sentido. Así, a media noche, y tras comprobar que los generalotes no le iban a hacer caso a él ni a su compinche Armada y que, además, no tenían huevos para llevar adelante la asonada, acabó saliendo en la tele con la guerrera puesta y unos pantalones de chándal por debajo que no se iban a ver. Y todo para decir que “...aquí no ha pasado nada…”. Al día siguiente la gente salió en masa a la calle y le dejó muy claro que los tiempos estaban cambiando.
A partir de ahí bajó el tono y se centró en las putas y en ganar dinero. Sus acólitos le montaron un sistema robusto de comisiones, básicamente del petróleo, e inversiones en empresas inmobiliarias y turísticas que no tardó en rendir pingües beneficios. Algún tropezón tuvo cuando, necesitado de liquidez, pidió un préstamo a los saudíes. Los préstamos entre reyes no tienen intereses. Por un malentendido, los bufones de la Casa Real le hicieron un feo al representante de la Casa de Saud que vino a pasar cuentas y cuando le cerraron el grifo, se vió obligado en un momento débil a pedirle un prestamito transaccional a Mario Conde. Pero una cosa es prestar dinero y otra creerse que eso te dé derecho a cogerle los huevos al prestatario. El banquero se equivocó y el estado, ese estado cabrón que no perdona y del que el Borbón era el jefe, lo acabó metiendo en la cárcel por pasarse de listo.
A los bufones que tenía para llevarle lo de los dineros se le hicieron los dedos huéspedes y pensaron que también podían sacar tajada. El Manuel Prado y Colon de Carvajal, entre otros que andaban en la administración de la fortuna del rey, también acabó en la cárcel.
Las fortunas no se ganan, se amasan. O sea que hay que magrearlas, darles vueltas, estirarlas y luego pasarles el rodillo, volverlas a amasar, dejarlas que fermenten y seguir añadiendo ingredientes para que vayan creciendo. Y evitar que no merme. Eso es lo que ha hecho el Borbón con su fortuna.
Para un país en el que todos estaban en el trinque, que “il capo de tutti il capi” sea un mangante era una garantía de que se podía seguir así. “Cosí fan tutte”. Cuando hubo un lío con los tanques Leopard II, que si los vendían a Arabia Saudí sin las aplicaciones informáticas de la dirección de tiro, eran más baratos que los que vendían los alemanes, unos y otros se pusieron de acuerdo en decir que ya había bastante y decidieron echarlo y cambiarlo por el hijo, más joven, más alto y menos putero.
Coincidió que se rompió la cadera al caerse de la cama de su última concubina cuando andaba cazando elefantes en Botswana. Aún así tuvieron que inventarse una ley de abdicación a la Jefatura del estado, notablemente fuera de la sacrosanta Constitución Española. Pero para eso están los funcionarios. Y el hijo, llamado “el Preparao”, feliz.
En el emeritazgo aguantó un tiempo, pero empezaron a salir historias sobre su fortuna, su churri se largó con 100 kilos de US$ que le había dejado para que se los guardara y desposeído de inmunidades constitucionales, los perros de la Hacienda del estado empezaron a pedir cuentas. Le hicieron un apaño, pero acabó decidiendo poner tierra por medio y se largó a Abu Dabi. Una vez más, la salida que más le convino personalmente.
A ver. Lo de la inmunidad, más bien impunidad, es otro cuento chino. El articulo 54 de la sacrosanta Constitución Española, en su apartado 3º, dice textualmente:
“La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el artículo 64, careciendo de validez sin dicho refrendo, salvo lo dispuesto en el artículo 65, 2.”
La persona es inviolable, pero sus actos estarán siempre refrendados por:
Artículo 64
1. Los actos del Rey serán refrendados por el Presidente del Gobierno y, en su caso, por los Ministros competentes. La propuesta y el nombramiento del Presidente del Gobierno, y la disolución prevista en el artículo 99, serán refrendados por el Presidente del Congreso.
2. De los actos del Rey serán responsables las personas que los refrenden
Sus actos refrendables tendrán que ser más o menos legales, pero no delitos penales. No van a refrendar que pegue a su mujer, que le de un hachazo a su yerno (cualquiera de los dos se pudo merecer), o que viole a una menor. Ni que evada impuestos, ¡joder!. En cualquier caso, habría que meterle mano al presidente del Gobierno o al ministro del ramo que toque y refrende.
Pues los fiscales, después de admitir y pormenorizar que toda una serie de “actos” del sujeto que nos ocupa son constitutivos de delitos flagrantes, llegaron a la conclusión que quedaban cubiertos por la impunidad o bien, que por el tiempo transcurrido habían prescrito.
Y eso ha conducido al circo que se ha organizado con su retorno: “El retorno del rey”. Los tertulianos y periodistas (no son lo mismo, aunque a veces forman parte de la misma camada) se han despepitado para encontrar explicaciones a las idas y venidas. Vano esfuerzo:
¿Por qué se fue de España?: Para evadir impuestos.
¿Por qué se fue a Abu Dabi?: Para evadir impuestos (los moros no tienen acuerdo de extradición)
¿Por qué sigue allí?: Para evadir impuestos, porque su fortuna continúa produciendo los beneficios naturales de todo buen montón de dinero.
¿Por qué ha vuelto?: Por que le ha dado la gana, aunque por un tiempo breve, para seguir evadiendo impuestos (más de 180 días en territorio nacional le obligarían de declarar los beneficios y pagar impuestos)
¿Va a dar explicaciones? “Explicaciones, ¿de qué? Ja. ja, ja…”
¿Vale?. Pues vale.
XA. Mayo 2022
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