Revista Opinión
La familia Tornabuoni fue una de las casas florentinas más respetadas y conocidas del siglo XV, propiciado este famoseo por su vinculación política con la familia Médicis. Al nombre de esta familia van ligadas dos mujeres que pasarían a formar parte de los libros de historia. La primera, Lucrecia Tornabuoni, sería conocida por sus habilidades políticas y por su talento literario. Sugeriría a Luigi Pulci el uso en poesía de temas caballerescos, empujón del que nacería 'El Morgante', poema épico, en tono burlesco, protagonizado por un gigante glotón, que es convertido por Orlando al cristianismo. Cervantes, que también haría uso de esta épica paródica, cita la obra al inicio del Quijote: "Decía mucho bien del gigante Morgante porque, con ser de aquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él sólo era afable y bien criado".
La segunda mujer ilustre de la familia Tornabuoni fue Giovanna degli Albizi, casada a los diecisiete años con Lorenzo Tornabuoni, primo de Lorenzo 'El Magnífico', hijo a su vez de Lucrecia Tornabuoni. Era, al parecer, un bellezón. No en vano sería objeto de devoción artística entre los pintores de la época. Domenico Ghirlandaio daría cuenta de su fotogenia en las paredes de la capilla Tornabuoni en la Basílica di Santa María Novella (Florencia), retratándola junto a Lucrecia Tornabuoni en la escena de la 'Visitación', uno de los frescos que ilustran la vida de Juan el Bautista. Pero la imagen más conocida de Giovanna es el retrato que este mismo pintor dibujaría a temple y óleo, ya fallecida la dama, en 1490. Este verano, hasta octubre, la galería Thyssen expone bajo el título 'Ghirlandaio y el Renacimiento en Florencia', 60 obras del arte florentino del Quattrocento que giran en torno al retrato de Giovanna degli Albizzi Tornabuoni. Hasta el gran Botticelli retrató a Giovanna bajo el personaje de Venus, vestida de Primavera, en su fresco 'Venus y las Gracias ofrecen dones a un hombre joven'.
El retrato de Giovanna degli Albizi, pintado por Domenico Ghirlandaio, es la obra más representativa del ideal de belleza femenina del Renacimiento. Giovanna aparece de perfil -al estilo clásico, medallístico-, a voluntad del propio pintor, engalanada con ricas prendas y joyas que atestiguan su condición aristocrática. Según los expertos, la vestimenta es quizá similar a la que llevó el día de su boda. Por otra parte, un libro de horas -los padres de la novia se lo regalaban a sus hijas antes de desposarse- revela la devoción religiosa de la dama y su serena preparación para la muerte. El fondo es austero, dejando protagonismo a la figura de la joven Giovanna, retratada con mirada serena. Cuentan que su marido, Lorenzo Tornabuoni, encargó al famoso pintor este retrato con el fin de tener una imagen siempre joven y bella de su amada, muerta a los 20 años al parir a su segundo hijo. Domenico Ghirlandaio tuvo así que guiarse por su memoria y por retratos anteriores a la hora de componer el retrato.
No hay en el retrato de Domenico ningún rasgo, detalle o ademán que denote el paso del tiempo. La juventud y la belleza se mantienen inalterables y en su máximo esplendor. Giovanna nunca morirá. A través de este retrato, constatamos su belleza inmaculada, su perfección. El hieratismo y la pose lateral subrayan esta intención del pintor por condensar todos los elementos que atestigüen la belleza de la protagonista. La serenidad es signo de perfección y eternidad. Al contemplar el cuadro de Domenico, casi que podríamos intuir que una coqueta Giovanna, bajo la contención de su gesto, estuviera pidiéndonos sin parecerlo, como la bruja del cuento, una justa constatación acerca de quién es la más bella del reino. Esta exaltación de la belleza se refleja de manera minuciosa en la cuidada presentación del peinado, tanto por su armonioso recogido como por su color dorado.
Para el pintor, la belleza, pese a ser representada bajo una forma sensible, adquiere su máxima expresión en la eternidad, es decir, es espiritual, paraliza el tiempo, reconociendo seres y objetos que trascienden su temporalidad. No en vano el cartelillo que puede verse a la derecha reza un epigrama del poeta Marcial, determinante para entender esta concepción estética: "¡Ojalá pudiera el arte reproducir el carácter y el espíritu! En toda la tierra no se encontraría un cuadro más hermoso". Es más importante la idea de belleza que la persona que ejemplifica esa perfección estética. No es inmortaliza un momento de juventud, sino su ideal atemporal. Quizá por ello el esta obra no es hoy tanto el retrato de una dama ilustre del Renacimiento florentino que realmente existió cuanto un paradigma sustancial de belleza, el ideal icónico de una época.
Pero Giovanna sí fue real, la octava de una familia que pronto buscó un apaño matrimonial que propiciara seguridad y nobleza a su hija. Lo encontraron en Lorenzo Tornabuoni, heredero de los Médicis. Cuentan que la boda duró tres días y que todos miraban embobados la belleza de Giovanna. A los diecinueve tuvo su primer hijo, Giovannino, y al año siguiente un segundo que le costaría la vida en el intento. El viudo volvió a casarse años después, aunque no tardaría en ser decapitado por traición. No tuvo mejor suerte el pintor Domenico Ghirlandaio, que moriría a los 45 años durante la peste de 1494. Todo el refinamiento estético, la necesidad de vencer a la muerte y al dolor a través del arte, contrasta con la realidad del siglo XV. Tiempos difíciles, incluso para aquellos que nacieron con un pan bajo el brazo. No es de extrañar que el arte, lejos de imitar a la naturaleza, buscara ya por entonces extraer de ella sólo aquello que la memoria recrea como una experiencia placentera. Congelar el tiempo perdido, inmortalizar un instante imaginario en el que todo es perfecto.
Hoy, el turista accidental que sienta repelús por museos y pinturas quizá descubra sin quererlo parte del universo del Quattrocento al pasar por la Vía Tornabuoni, una de las calles principales de Florencia que lleva el nombre de la famosa familia, convertido en lujoso escaparate donde la gente con posibles deja parte de su renta en tiendas de alta costura y joyería de postín. El retrato de Giovanna ejemplifica el inicio de nuestra modernidad, obsesionada por retener el tiempo a través de objetos bellos, copia idealizada de una realidad anhelada y quizá nunca vivida. Dorian Gray no quiere morir y acude al arte allá donde la ciencia no consigue los milagros que él sueña hacer realidad. El arte como dermoestética.
Ramón Besonías Román