Una semana después continúan expresándose en numerosos medios españoles reticencias al mensaje del Rey Juan Carlos en Nochebuena por falta de contundencia frente al desafío separatista del nacionalismo catalán.
Parece que no lo hemos entendido, porque su mensaje no estaba en las palabras: Don Juan Carlos, entre numerosa simbología sobre su reinado y la Corona, mostraba por primera vez, situado tras de sí, un cuadro del Museo del Prado con la figura de Felipe V, el Vade reto Satana del nacionalismo, que lo acusa de iniciar hace tres siglos “la degradación de Cataluña”.
Era el primer Borbón, el vencedor en la Guerra de Sucesión española, 1702-1714, que concluyó tras la caída de Barcelona, ciudad que, como Madrid y buena parte del país, apoyaba al pretendiente derrotado, su primo el Archiduque Carlos, de la Casa de Austria.
Dos años después Felipe V dictó como Cédulas Reales los Decretos de Nueva Planta que abolieron el derecho público de Aragón, al que pertenecía Cataluña, y también el de Castilla, que integraba también el País Vasco, algo que siempre se olvida.
Así, unificó la organización territorial, con lo que todos los habitantes lograran similares derechos, por encima de viejos fueros y privilegios para los poderes locales.
Gran parte de los españoles acogieron satisfechos las nuevas leyes, que los libraban parcialmente de los odiosos explotadores cercanos, sobre todo la nobleza, los grandes propietarios y el insaciable clero.
Ahora, el nacionalismo reivindica el régimen feudal anterior, brutal y reaccionario: presenta la servidumbre como “identidad nacional”.
Al exhibir por primera vez a Felipe V junto a él, Don Juan Carlos le advierte al nacionalismo que, como ese antepasado, defiende el progreso, no la involución hacia el medioevo, al estilo del islam salafista.
No hay otra explicación para la presencia destacada de ese cuadro: fue una advertencia muy clara y rotunda, pero no verbal, sino en el monárquico lenguaje simbólico.
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SALAS
Y así se nos va el año, con el deseo de felicidades para cada uno de los admiradores de Salas y de los lectores de estas Crónicas.