Por franciscomiralles
Enviado el 23/02/2018
En los años 90 en algún día festivo venía a mi casa un hombre corpulento de mediana edad
llamado Juan Ramoneda, el cual se ganaba muy bien la vida haciendo de representante en una
prestigiosa empresa de Confección tanto masculina como femenina ya que era amigo de mis
padres. Pero él sabía que sobre todo su éxito profesional que lo expandía también en el ámbito
social, se debía fundamentalmente a su carisma particular, y a su brillante locuacidad; pues se
consideraba un hombre de mundo a propósito de los viajes que tenía que hacer a lo largo y
ancho de la península Ibérica para promocionar a su empresa.
En efecto, Juan Ramoneda una facilidad de palabra extraordinaria por lo que sabía exponer sus
argumentos, sus puntos de vista con tal envidiable convicción y con una pasmosa rotundidad, que
hacía pensar en la afinada retórica del cónsul romano Cicerone en la Antiguedad según el
temperamento latino que desde siempre nos ha caracterizado, razón por la cual eclipsaba a los
demás que no acertaban a expresar con la suficiente claridad sus opiniones.
A pesar de su actitud grandilocuente, cuando Juan Ramoneda anunciaba a sus amigos y conocidos
que los iría a visitar en compañía de su mujer a sus casas, éstos se frotaban las manos porque
sabían que iban a pasar un rato entretenido, y bastante ilustrativo.
Así era. Juan en las reuniones sociales solía contar anécdotas divertidas de todas clases que se
suponía que las había vivido en situaciones diversas; ponía ejemplos precisos para iluminar sus
teorías fueran políticas, o de cualquier otro tema; aunque quienes le conocían bien sabían que
en muchas ocasiones exageraba sus vivencias para provocar la risa, o el estupor. Debido a esta
tendencia de comediante, en sus charlas se colaba de vez en cuando una mentira sobre algo
pero que al soltarla lo hacía con aquel peculiar gatbo y gracia, que dicha mentira pasaba por una
verdad incuestionable, y todo el mundo se la tragaba.
Quizás para los amigos lectores juan Ramoneda no era más que un chispeante charlatán. Y algo
de eso había. Pero lo cierto era que también era un sujeto inteligente. Sabía profundizar en
muchas cuestiones, y sabía matizar cualquier situación de su entorno en función de su aguda
percepción que por supuesto estaba animada por un instinto práctico de la existencia.
Y su fondo cultural, su ingenio era una consecuencia de los libros que había leído que le hacían
distinguirse en su medio ambiente de clase media que estaba compuesto por simples
comerciantes del ramo de la Confección, los cuales sólo valoraban la iniciativa, y la lucha diaria
para mejorar su posición económica y cualquier veleidad psicológica la consideraban músicas
celestiales.
Juan en sus monólogos minimizaba la leyenda del Diluvio Universal del Génesis al postular que
se trataba de unas inundaciones que había sufrido una población de la antigua Sumeria, pero
como sus habitantes sólo conocían aquella región creyeron que el mundo entero se había
inundado y sus oyentes le reían la ocurrencia; en otro orden profetizaba acerca de los grandes
cambios que vendrían en el futuro en el comercio tradicional.
Mas hurguemos más a fondo en la naturaleza de juan Ramoneda. ¿Por qué se mostraba tan
autosuficiente en sociedad hasta el punto que era como un oráculo mundano, y le importaba un
rábano lo que sus contertulios pudieran pensar puesto que no le interesaba dialogar con nadie?
Pues en una discusión siempre hay un margen para que el otro me pueda convencer de algo.
La verdad era que Juan Ramoneda lo que quería por encima de todo era deslumbrar a su
interlocutor con su brillante discurso. Él era un tipo egocéntrico que apabullaba al personal.
Pero si lo que él buscaba afanosamente era exhibirse ante la gente, a mi juicio era porque en
su fuero interno pesaba un sentimiento de inferioridad, que lo trataba de ocultar con la máscara
de la prepotencia, de la fanfarronería.
Por ejemplo, si este hombre ostentaba su erudición era porque había tenido que dejar de ir a la
escuela de muy joven para ponerse a trabajar y ayudar a la mísera economía familiar, y así
disimular su falta de preparación academica. Si presumía de libertino con las mujeres cuando
iba de viaje, era porque en su juventud un día en que su mujer le instó a casarse con ella, y él
se negó, a la entonces ligue le entró un arrebaro de cólera y le atizó con un zapato hasta que
Juan cedió llevado por su fragilidad anímica. Huía como podía de la figura de "calzonazos".
El ego es una cualidad natural de nuestra mente, que nos permite superarnos a nosotros mismos,
y no es tan malo como predica la moral hindú por considerar que es la fuente de nuestros
deseos. Lo malo es cuando este ego se desmadra de un modo enfermizo, tras el cual subyacen
casi siempre unas carencias. Si los actores de teatro buscan el aplauso, es para compensar una
pertinaz timidez, un complejo de inferioridad; y otro tanto sucede a algunos escritores como he
podido comprobar.
Para mi todo arranca en una falta de educación humanista, ya que en muchas escuelas sólo se
han enseñado las disciplinas, y en muchos hogares al menos hasta ahora no se ha dialogado
demasiado. Estoy convencido que a Juan Ramoneda en su seno familiar se le ordenó a cumplir
con su obligación de trabajar, y nadie le preguntó jamás su parecer sobre cualquier cuestión,
ni qué le pasaba cuando él se sentía triste. No se lo valoraba como persona.
Todos somos susceptibles de padecer el maldito egocentrismo, mas yo quiero atenerme al
principio del filósofo Aristóteles que dice: "Que no hay que pecar ni por defecto, ni por exceso,
porque la virtud está en el término medio". Cosa nada fácil de conseguir.