Se habla siempre del concepto de príncipe destronado, el “pobre” niño o niña que pierde todos sus privilegios al llegar un hermanito.
Hoy, que celebramos el día del padre quiero hablar del rey destronado.
Cuando llega un niño a una pareja, el marido, compañero, pasa a un enésimo plano. Todo el mundo felicita a la madre, fija su mirada en el bebé, pero pocos se preocupan del padre que, paciente, espera en un rincón a que alguien se le ocurra darle una palamadita en la espalda y le diga enhorabuena.
Ya en casa, ve como la madre, absorbida y agotada por las atenciones que le supone el nuevo miembro de la familia, poco caso le hace al que hasta ese momento era el único foco de atención. A pesar de todo, sigue ahí, esperando, intentando no molestrar y queriendo ayudar. Quiero dar las gracias a mi marido, padre de mis hijos por:
Pasear hasta la extenuación a sus bebés durante largas y eternas noches y no quejarse ni un ápice.
Por consolar a la loca de su mujer cuando las hormonas y el cansancio hacían mella en su carácter.
Poner la lavadora cuando el cesto está a punto de reventar y los cajones permanecen vacíos como desiertos.
Por mantener la calma ante las rabietas de nuestros hijos y mi desesperación por no ser capaz de controlar la situación.
Por jugar con nuestros hijos y ser un niño más.
Por hacerles reir
Por estar ahí, siempre que lo necesito.
Por haber cambiado su trono por la trona de sus hijos con una sonrisa permanente en su rostro.
Por mil cosas más.
Feliz día del padre.