Revista Cine
Contemplo esas imágenes, cerca del final. Fotografías que nunca había visto, de Bob consumido por la enfermedad. De Bob con un gorro blanco, ya no para cubrir sus dreadlocks, desaparecidos por los tratamientos, sino para protegerse del frío en la gélida Alemania donde acudió en un último intento desesperado, y procurando evitar una estampa excesivamente triste. Son impresionantes, las primeras que veo (tras la foto de conjunto que ilustraba la contraportada de Uprising) que me hacen tomar absoluta consciencia del deterioro de quien parecía invencible, y de su lucha por su vida. Oigo sus palabras, voz cansada, fondo de pantalla en negro, prometiendo a sus fans un regreso, un renacimiento. Marley no es una película sino un documental. A los documentales les requerimos que sean interesantes, pues son meros ensayos donde el autor rara vez puede evitar tomar partido. Editando, seleccionando una cosa en vez de otra, montando, creando contextos que ayuden a que ese ensayo adquiera un cierto tono dramático. Marley es un drama: sabemos que morirá, que morirá joven y de una cruel enfermedad producto, casi de una absurda casualidad combinada exclusivamente con una cierta tozudez, y sabemos que morirá en la cúspide crítica y creativa. Estaba en la cima, y desde allí dio, simbólicamente, un salto arriba. Lo dije un día, y lo sigo sosteniendo: donde los primeros discos en estudio de su discografía (Catch a fire, Natty dread, Rastaman Vibration, Burnin') muestran aún retazos de un artista intentando algunos trazos de fusión entre rock y reggae, sus cuatro últimos (Exodus, Kaya, Survival, Uprising) son cuatro auténticas obras maestras donde el sonido es más complejo, la espiritualidad se profundiza, se experimenta, se busca tanto la lejanía de los espacios y el sonido como en la proximidad de los ecos. Dónde estaría Marley ahora, si arrastrando una decadente carrera como el último Elvis o el huidizo Stevie Wonder, o colaborando con músicos variopintos (nunca con Sting, por favor) en medio de alguna causa algo discutible. Cuántos hijos tendría, y de cuántas mujeres. Cuántos verían en él una especie de Mandela o, como Youssou N'Dour, o Gilberto Gil, metidos en política para aportar tanto su sabiduría como su poderoso tirón popular.Marley, afortunadamente, muestra sus flaquezas como ser humano, aunque por respeto y por veneración éstas quedan en segundo plano. Su ambición, sus continuas infidelidades, su dominio dentro del grupo. Pero, en cualquier caso, la música nunca deja de sonar, y eso es lo más importante. Hablamos de un soberbio documental sobre la vida de un músico y nada tendría sentido ahí sin la existencia de excelentes canciones, de música que puso, sí, todo un país, pero antes un género musical, en el mapa. Hablamos de sonidos que llegan al alma de quien ama la música, que nos llevan a otros sitios y de letras con mensajes combativos a la vez que espirituales. Fue único, no habrá otro como él, y Marley lo muestra a las claras.