Es para flipar en colores y además asombrarse. Nunca ha habido por estos lares tanto plumilla que le dé con tanto tino a la tecla. Hay ganas de contar cosas y de hacerlo bien y con gusto. Ya no se puede hablar de generaciones como las del 98 o del 27, ni tan siquiera del siglo de oro de la literatura. El patio está cargado de personas que le dan al magín y que transmiten muy bien lo que en él hay. Dios creó a las personas y a los escritores, que son legión. En ocasiones te sientes guay del paraguay cuando a alguna vaca sagrada la pillas en un error gramatical o de sintaxis. La cagaste, te dices. Ja, tú también la pifias. Y entonces te hinchas, soplas y le sientes cercano. Es lo que hay, colega: hoy yo, mañana tú.
No sé si hay ojos para tantos libros y textos; pero desde luego, hay unas ganas locas de contar historias y de sentarse a reflexionar en torno a la soledad. Porque se trata de eso: de disponer de un rato de intimidad para expresar lo que otros van a leer, la mayoría de las veces con prisas y desgana. Al final resulta que no hay un porqué definido, cada cual sabrá. En mi caso, simplemente el darme el gustazo de reflexionar y de vivir el presente; y tras esa afirmación que no es presuntuosa, un recuerdo: la escritura marcó el paso de la prehistoria a la historia, casi nada y mucho para algunos.
Se nos pasa la vida entre letras, historias y darle al bolo, que para eso está sobre los hombros. Cada día un espacio en blanco y retador nos espera junto a unos dedos que no se deciden porque la idea no está bien pergeñada. El cerebro arde en cafeína y ordena lo que se desea contar. Y entonces surge la magia, porque es divino que los dioses se inclinen a tus pies, con su sabiduría para crear un texto nuevo. Al principio buscas que te lean, después ya no, porque la inteligencia te hace verlo como ese sudoku diario que has de resolver.
S. Beckett decía que "las palabras es lo único que tenemos". No, es la vida y cómo la afrontemos con su argumento, su estructura y las correciones que la hagamos. Es la perseverancia y el esfuerzo que le pongamos a la música, porque el ritmo marca el texto que escribamos. Al final, con la muerte, todos dejamos un libro, el nuestro. Por eso hagámoslo bien y no seamos solo aficionados, porque somos los protagonistas.