El rey y el papa perdieron las mayúsculas, pero no sus privilegios.
El príncipe Felipe (en minúscula) estrecha la mano al presidente saliente, Víctor García de la Concha, en presencia de doña Letizia. EFE. J.J. GUILLÉN.
Se acabó para ellos, que disfrutaron tanto tiempo del privilegio de ser escritos con mayúsculas, como cualquiera de los sustantivos que designan títulos nobiliarios, dignidades y cargos o empleos de cualquier rango (ya sean civiles, militares, religiosos, públicos o privados). Ahora, y antes que comience el nuevo año, ya se escriben con letras minúsculas. El viernes pasado, en un solemne acto en el que el príncipe Felipe destacaba la importancia de la nueva ortografía castellana (esta disciplina, que da forma a “los pensamientos” y “sentimientos” de los hispanohablantes y que es el espacio lingüístico que mejor refleja “la preciosa unidad del español”), se daba paso al cambio. Y, con la nueva normativa, se eliminaba la mayúscula en el título real, al igual que los demás cargos institucionales como pueden ser los de papa. Aunque la mudanza se realiza con toda prudencia. No en balde, José Manuel Blecua, nuevo director de la Real Academia Española (RAE), puntualiza que se puede escribir en minúscula, pero también en mayúscula. En las dos. Y que, en todos los decretos reales, se seguirá escribiendo Juan Carlos Rey, con mayúscula.
Esta edición, la primera verdaderamente panhispánica, elaborada por las 22 Academias de la Lengua Española durante ocho años de trabajos, es “más científica, coherente y exhaustiva” que la de 1999 y nace con la vocación de ser una “Ortografía para todos” y de servir “a la unidad” del idioma. Salvador Gutiérrez, coordinador de la obra, nos recuerda que es “la primera de la lengua española realizada por todos y para todos. Una obra concebida desde la unidad para la unidad”. Una nueva edición que es “explícita, razonada, exhaustiva, coherente, simple, inteligible e incluso amena”. Un libro –añadía Mario Vargas Llosa en un vídeo grabado entre viaje y viaje– que “no debe intimidar a los lectores a pesar de su volumen”, porque en sus páginas “encontrarán respuesta para todas las dudas y preguntas que se hagan sobre el tema”.
La nueva ortografía de la lengua ya está disponible para los quinientos millones de hablantes en español. Pretende ser la más “científica, clara y razonada” para la Real Academia Española, cuyo adjetivo no deja de tener tintes monárquicos, adherida a la veintena de academias americanas –algunas de ellas, republicanas– que han optado por recomendar –no imponer– estas normas. Son sólo algunos cambios, los estrictamente necesarios, que habrá que incorporar a los que se sirven del castellano para expresarse. En la redacción final de la Ortografía se ha suavizado la propuesta, quedando como mera “recomendación”, que “no implica interferencia en la libertad que tiene cada hablante o cada país de seguir aplicando a las letras los términos que venía usando.
La “Ortografía de la lengua española” llega a las librerías al precio político de 39,90 euros. Cuarenta eurazos que habrá que gastarse para ponerse a tono con las últimas normas y dominar correctamente la lengua castellana. Aunque, en esta época austera y de crisis, la mayoría de los que practican esa lengua se conformen con leer algunas normas ofrecidas en los medios de comunicación. Lástima que no sean, como el hablar o el respirar, totalmente gratuitas.