Había una vez un rey que, a pesar de ser extremadamente rico, tenía fama
de ser muy generoso y no preocuparse de su riqueza. Cuanto más daba
para cuidar a sus súbditos, tanto más se llenaban los cofres de su
fabuloso palacio.
Un día, un sabio que estaba pasando muchas
dificultades buscó al rey para descubrir su secreto. Pensaba:
- ¿Cómo es posible que el rey, que no está versado en las sagradas
escrituras y no lleva una vida de penitencia y renuncia, pueda vivir
rodeado de tantas riquezas materiales y, pese a ello, no estar
contaminado por ellas? Yo, que he renunciado al mundo y conozco todos
los Vedas, tengo un montón de problemas y, en cambio, él es virtuoso y
todos le aman.
Al llegar delante del rey, le preguntó cuál era el secreto de vivir de aquella forma. El rey respondió:
-
Enciende un candil y recorre todas las dependencias del palacio, así
descubrirás mi secreto. Aunque con una condición: si dejas que la llama
se apague, caerás muerto.
Así fue cómo el sabio visitó todas las salas y dos horas después volvió a donde estaba el rey y éste le preguntó:
- ¿Has visto todas mis riquezas?
Todavía temblando por la experiencia, el sabio respondió:
- Su Majestad, no he visto absolutamente nada. Estaba tan preocupado por mantener la llama encendida que no he notado nada.
Con la mirada llena de misericordia, el rey le habló sobre su secreto:
-
Así vivo yo, señor Sabio. Presto tanta atención a mantener la llama del
alma encendida que, a pesar de tener tantas riquezas, no me afectan.
Soy consciente de que yo soy quien tengo que iluminar mi mundo con mi presencia y no al contrario.
Esta historia ilustra dos hechos:
- La virtud o el defecto no está en tener las cosas, sino en saber cómo utilizarlas.
-
El verdadero esfuerzo se limita a mantener la conciencia interior
espiritualmente encendida y no a luchar contra supuestas tentaciones y
amenazas.
Extraído del libro La Paz comienza contigo