El Ridículo de (algunos) Políticos
Por Jmbigas
@jmbigas
El Molt Honorable President (en funciones) de la Generalitat de Catalunya, Artur Mas, ha hecho lo que seguramente es lo peor que puede hacer un político. Artur Mas ha hecho el ridículo.
Arriba, Artur Mas en el cartel electoral. Abajo, Charlton
Heston como Moisés en Los Diez Mandamientos (1956)
(Fuente: periodistadigital)
Porque no se puede describir de otra forma lo que ha protagonizado en los últimos meses. A partir de la masiva manifestación en Barcelona el 11 de Septiembre, con motivo de la Diada, Artur Mas quiso asumir el liderazgo de esa movilización, e instaló a CiU en una deriva soberanista, si no directamente independentista, que nunca había formado parte del ideario central de esta formación política y de sus votantes naturales. Desde la Transición, CiU se había caracterizado siempre como una coalición con responsabilidad política y sentido de Estado. Ha intentado invadir el espacio electoral de otros, y las urnas le han pasado dolorosa factura.
Da la sensación de que llegó a pensar que todos los votantes tradicionales de CiU se habían vuelto independentistas de repente, acompañándole en su propia mutación. Así, llegó a adoptar un cierto aire mesiánico (al estilo del mejor Moisés encarnado por Charlton Heston), de profeta elegido por su pueblo para conducirle a la Tierra Prometida.
Tras el fiasco de la reunión en Moncloa con Rajoy (la indolencia, cuando no la insensibilidad con que Rajoy intenta ventilar temas trascendentes, es otra conversación) decidió disolver el Parlament y convocar Elecciones Autonómicas en Catalunya para el domingo 25 de Noviembre, tras una legislatura que no llegó a los dos años, menos de la mitad de la duración esperada.
Su objetivo confesado y pregonado sin ningún pudor, como el que recita las Tablas de la Ley, era conseguir reforzar la posición de CiU (que estaba a seis escaños de la mayoría absoluta, y había podido - mal que bien - gobernar en minoría con la llamada geometría variable de apoyos puntuales) y alcanzar idealmente la mayoría absoluta, o lo que él mismo, de forma eufemística, denominaba una mayoría extraordinaria.
Sin embargo, los resultados de las elecciones fueron lo contrario de lo que pregonaba, y CiU ha visto reducida su presencia en el Parlament en 12 diputados, quedándose, pues, a 18 escaños de la mayoría absoluta necesaria para gobernar. Mucho se ha escrito ya sobre los posibles trasvases de votos entre las diversas formaciones, así como sobre la mayor participación que se recuerda de los tiempos modernos, y no insistiré en ello aquí.
Artur Mas y Oriol Junqueras (ERC) en el Palau de la
Generalitat de Barcelona.
(Fuente: elsingulardigital)
El efecto cierto es que, con estas elecciones precipitadas (que también tenían, como objetivo adicional, el de anular al máximo al PSC, sorprendido en su peor momento de confusión interna y de falta de liderazgo consolidado) ha comprometido severamente la gobernabilidad de Catalunya. Para presentarse a una sesión de investidura en el Parlament necesita imperiosamente el apoyo de por lo menos una de las tres fuerzas que disponen del entorno de los 20 diputados (ERC, PSC, PPC). Cualquier otra fórmula (por ejemplo, la abstención de dos de ellas) no le procuraría un gobierno suficientemente fuerte para poder abordar con garantías tanto el complicadísimo día a día (recortes recurrentes e impopulares para intentar hacer frente a la crisis) ni la labor titánica que se había autoimpuesto en el tema conocido como Derecho a Decidir (resumiendo, la celebración de una consulta popular sobre la independencia de Catalunya).
Pero qué solo está Moisés en la cumbre del monte. Tanto el PSC como el PPC acusan a Artur Mas de haber incumplido los pactos a los que llegaron con él al principio de la legislatura (en el caso de los socialistas, incluso se firmó, en su momento, un acuerdo que fue publicitado), y no quieren ni oír hablar de participar en un Govern presidido por Artur Mas. El PPC sólo lo haría si Mas renuncia por completo a su mesianismo identitario (traicionando así sus promesas electorales) y el PSC no visualiza ningún escenario de posible colaboración.
En estas condiciones, sólo queda la posibilidad de acuerdo con Esquerra Republicana de Catalunya. Pero Oriol Junqueras ya ha dejado claro que, si bien estarían dispuestos a apoyar a un gobierno de Mas en el Parlament, de ningún modo van a formar parte de él y a corresponsabilizarse de la acción de gobierno (que se adivina cruda por la crisis). Y exigen, además, que la consulta popular se realice en 2013 (no les resulta suficiente la promesa de realizarla durante los cuatro años de la legislatura). Conviene tener en cuenta que CiU representa una derecha burguesa neoliberal, mientras que ERC es un partido de izquierda que de ninguna forma quiere ser copartícipe de recortes sociales y ataques frontales al Estado del Bienestar. ERC no quiere quemarse en esa hoguera. Les une lo identitario, pero les separa todo lo demás.
Los populares y los socialistas podrían considerar la posibilidad de formar parte de un gobierno de CiU sólo si no estuviera presidido por Artur Mas. Lo que abre la posibilidad de la dimisión de Mas tras el ridículo cosechado. Una posibilidad que desde CiU se niega por activa y por pasiva, cada vez que sienten la proximidad de un micrófono. Claro que el único recambio que se adivina viable sería Oriol Pujol, el hijo del President Pujol, y eso sería salir del fuego y caer en las brasas, sería pasar de un profeta neoliberal con cara de señor, a un padrino de aspecto patibulario. De prosperar este escenario, incluso podría peligrar la propia coalición, ya que Unió Democràtica podría decidir buscar otros océanos que surcar.
La situación está tan complicada que incluso se está especulando con la posibilidad de que no hubiera más remedio que convocar nuevas elecciones, ante la imposibilidad de formar un gobierno sólido. Un escenario rechazado también desde CiU. Lo que se entiende, porque unas nuevas elecciones en los próximos meses produciría una polarización todavía más clara del electorado, que podría arruinar por completo el liderazgo que todavía conserva CiU.
En estos días complicados, quien más lástima me da es Duran i Lleida, a quien le toca defender lo indefendible, clarificar lo que es turbio y desmentir lo evidente. Duran siempre ha sido un caballero de la política, con amplio sentido de Estado y de actitud siempre responsable. Tener que dar la cara en estos momentos en la España no catalana no tiene que ser, para nada, plato de gusto. Porque inevitablemente se acaban dando mensajes ya no matizados, sino directamente diferentes si no incluso contradictorios, a los incondicionales en Catalunya y a la opinión pública en el resto de España.
Josep Antoni Duran i Lleida, líder de UDC, en una de
sus entrevistas en Los Desayunos de TVE.
(Fuente: minutodigital)
Le he oído ya a Duran i Lleida en varias entrevistas en radio y televisión, y me recuerda al mayordomo que debía seguir, con la chequera en la mano, al señorito pendenciero, para pagar y compensar por todo lo que, en su entusiasmo y frenesí, el señorito rompió por tabernas y lupanares. Y los mensajes contradictorios que intenta transmitir me recuerdan a la peor etapa de los años de plomo de Arzalluz en Euskadi, cuando se transmitían unos mensajes para el resto de España durante la semana, con Arzalluz de traje y corbata, y otros completamente diferentes para sus simpatizantes el fin de semana, por las campas del País Vasco, con Arzalluz jersey al cuello.
Lo que está absolutamente claro es que Artur Mas ha hecho lo peor que puede hacer un político: el ridículo. Se metió en una aventura con un objetivo, y ha obtenido estrictamente lo contrario. Su credibilidad y fuerza se han deteriorado muy seriamente, y su dimisión debería ser la consecuencia más natural de tamaño fiasco.
Cualquier otra cosa serán paños calientes.
JMBA