Revista Sociedad

El río de la vida

Publicado el 28 marzo 2014 por Bloggermam

rio“Esta niña va a ser muy inteligente, podrá hacer lo que se proponga”, “este niño va a ser un fenómeno en los deportes”, “verás como dibuja mi nieto, mejor que Picasso”, “como canta mi sobrina, será una estrella”.

Los niños colman de ilusión la imaginación de los adultos. Proyectamos sobre ellos nuestras mejores intenciones, nuestros sueños rotos y la esperanza de que alcancen una vida más feliz que la nuestra, sin ningún tipo de carencia afectiva o material.

Nuestra misión es prepararles para el momento en el que deban nadar por sí mismos en el río de la vida. Llegado ese momento todas las esperanzas son sólo rumores de un manantial de agua, lejano y joven, que nada tiene que ver con el torrente azaroso en el que deberán navegar por el resto de sus días.

A pesar de todos los esfuerzos por prepararles para lo que les espera no tenemos ninguna garantía de que la corriente les lleve por los mejore lugares. Toda la teoría se diluye en el momento de que nuestros jóvenes se zambullen en el río por sus propios medios.

Da igual que les hayamos advertido de que no se fíen de las aguas calmadas, que los remolinos ahogan y que las corrientes subterráneas son las más peligrosas porque no se ven. No importa lo que les digamos. Puede que a las primeras de cambio se aferren a un tronco creyendo que les mantendrá a flote y tarden un tiempo en darse cuenta de que está podrido y que les está hundiendo en el agua; o que traten de aprovechar un remolino para que su impulso les lance hacia una zona más amable del cauce saliendo en el sentido contrario y con exceso de agua en los pulmones.

Sólo podemos cruzar los dedos y desear que la corriente les golpee contra las rocas menos fuerte que a nosotros y estar atentos para curarles las heridas en alguna zona poca profunda o encima de la rudimentaria balsa que a veces logramos construir.

El río de la vida termina escupiéndonos a todos hacia una orilla olvidada, pero eso no impide que nademos con decisión en medio de cualquier rápido, que nademos más lejos cada vez, que sorteemos raíces enterradas, torrentes o monstruos acuáticos al acecho.

Y nada nos impide soñar con que ese niño nade mejor que Tarzán. Es más cuando le veamos nadar estaremos convencidos de que Jhonny Weissmuller era un mero aprendiz comparado con él.

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