Río Colorado – Río Negro – Argentina
Puede ser que nacer, lo que se dice nacer – con fecha, hora y lugar- sea cuestión de destino.
Y hasta el momento en que no emitimos nuestro primer llanto que abre la inmensidad del resto de nuestras vidas, hasta ese preciso momento, el destino ni siquiera es nuestro, sino de nuestros padres. A ellos que les tocó al azar, tal vez, el lugar dónde naceríamos, sin preguntarse si eso significaría algo para nosotros algún día.
Me siento como esas personas que se dan cuenta que el género que figura en el documento no coincide con el género de su esencia.
Pues, digamos, tengo el mismo problema, pero con mi lugar de nacimiento.
El metro cuadrado donde se escuchó por primera vez mi voz no me pertenece ni le pertenezco.
Fue un desamor a primera vista.
Tal vez alentado por la circunstancia de que en esas tierras, llamadas oportunamente “Distrito”, no existía el alma del pueblo o sus chusmas, sus veredas bañadas de otoño, escuelas y plazas, calles de tierra, pescadores, un río abajo, la casa de la portera al lado de la escuela, un árbol gigante de eucaliptus frente a la casa, las vías y el tren despertando a deshoras, el silencio de la hora de la siesta.
Hoy sé de dónde vengo y dónde ocurrió mi primer llanto verdadero.
De ese lugar a la orilla del río con agua pesada y oscura, por trayectos torrentosa, traicionera y acogedora. De ese pueblo que duerme en un valle a la ladera de una barda, con meses verdes, y otros con la interminable nostalgia de polvos, piedras y vientos.
El agua dulce de río cruza definitivamente mi vida y comprendo que es necesaria esta nostalgia nacida de la distancia, para poder adueñarme de un lugar de nacimiento que me pertenece tan sólo por amor. Primero. Único.