Revista Opinión
Ayer lució un sol de invierno estupendo, y estar entre las tonalidades cobrizas que dibujan el paisaje de la cuenca minera, entre Minas de Rio Tinto y Nerva, en la que se denomina Peña del Hierro, ha sido como un viaje al interior, no de la tierra, sino de uno mismo. La naturaleza tiene esas cosas que propician que te sientas bien, a pesar de lo estéril que pueda parecer el paisaje, una simple ingenuidad, pues el mismo río, contraviniendo lo obvio está poblado por microorganismos, en un medio tan hostíl como inapropiado para la vida, su alta acidez, el bajo pH, y la elevada concentración de metales pesados, que son muy tóxicos (cobre, arsénico, cadmio y otros), hacen de este río el hábitat más seguro de: eucariotas, algas, hongos, hongos filamentosos, protozoos, o amebas. Uno de los descubrimientos más curiosos es que el pH tan ácido es mantenido así precisamente por la propia comunidad microbiana. El río Tinto, por tanto, no estaría así debido a la contaminación producida por la actividad minera, sino que este ecosistema era así cientos de miles de años antes de que esta actividad comenzara.En la foto inferior podemos observar los primeros metros del nacimiento del Río Tinto, en la superior el actual lago de lo que fuera una mina a cielo abierto inundada en las tres primeras galerías, la Peña del Hierro; y entre medias: brezos, musgos y líquenes del escenario que salpican el paisaje a ratos cubiertos de pinos y monte bajo.
Fotografías: A. Morales (C) 2010