Conjunto Escultórico en honor al ¨Pelú¨
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La naturaleza impredecible del cerebro humano y la condición de que cada mente crea su propio universo de acuerdo a sus experiencias y realidades da nacimiento a las más impresionantes y bizarras personalidades e individuos, formas de vida, pensamientos que algunos encuentran aberrantes para otros son perfectamente posibles, somos tan parecidos como inmensamente diferentes y cada una de nuestras cabezas ve la realidad con su propia luz. Desde las diferencias de pensamientos intelectuales o puntos de vista distantes en las situaciones más personales, hasta la habilidad de lograr abstraerse completamente de una sociedad y sobrevivir en condiciones que otros seres tildan de imposibles e incluso tienen la capacidad de arrastrar a muchos al borde de la locura o el suicidio. Uno de estos personajes extraños existen en la Cuba del siglo XIX, su nombre fue Enrique Rodríguez Pérez, y pasó a la historia de Cuba como el Pelú de Mayajigua ,inspirando muchísimas leyendas urbanas a su paso. Enrique, feroz combatiente del Ejército Libertador, peleaba en la Guerra de los Diez años que se extendió desde 1868 hasta 1878, en una de sus cruentas batallas, donde los mambises valerosos cabalgaban ondeando sus machetes afilados contra las metrallas españolas, quedó yaciendo en el campo apestante a muerte, junto a los agonizantes y los cuerpos de los fallecidos, al despertar de su letargo y darse cuenta de que sus heridas no eran fatales decidió adentrarse en el monte para escapar de los españoles, quienes le rematarían, transcurría por aquel entonces e año 1876. Se adentró profundamente en la manigua, donde permaneció y se repuso de sus heridas al abrigo de la madre naturaleza, tomando de ella todo el alimento que ofrecía. Poco después, mientras se hallaba en una de sus incursiones de cacería cayó en un hoyo, fracturándose la pierna, logró con mucho esfuerzo y dolor volver a rastras a su refugio, donde se vio obligado a permanecer inmovilizado por la gravedad de su herida. Luchando por sobrevivir en aquella incapacidad de moverse, ingirió todo lo que encontró a su alcance, sus zapatos, la vaina de cuero de su machete le sirvieron como alimento y su propia orina le salvó de la deshidratación. En tales circunstancias su recuperación tardó muchísimo, su ingravidez le obligó a caminar de rodillas por tres años y curaba sus intensos dolores con miel y una resina segregada por un árbol llamado ¨manajú¨, abundante en la zona. A pesar de sus deplorables circunstancias de salud y su limitada movilidad Enrique aprendió a tejer sus ropas con fibra de manguey, se construyó una pequeña choza con pencas de palmas y en los alrededores de su escondite cultivó algunas viandas y frutas. Valiéndose de su ingenio y sus esfuerzos heroicos se impuso ante la indomable naturaleza virgen y llegó a poseer 17 asentamientos diferentes entre cuevas y bohíos, también construyó un improvisado almacén, donde guardaba miel y manteca en recipientes confeccionados con güiras secas. Conservaba el fuego en pequeños agujeros que cavaba en la tierra, donde tapaba los tizones encendidos con cenizas y hojas secas, cocinaba sus alimentos aderezados con pedacitos de yagua verde, en imitación a la sal común, de la cual carecía.Ajeno al paso del tiempo y a las noticias de la civilización ignoraba el final de la guerra, escuchaba detonar las bombas que se empleaban el la construcción del ferrocarril, identificándolas como disparos de los fusiles del enemigo, y como en su mente la contienda continuaba construyó también varias trampas que le alterarían si alguien se acercaba a sus propiedades.Así vivió por más de 30 años desprovisto de todo contacto humano, sin más compañía que una cachorra de perro jíbaro, sobreviviendo como la madre naturaleza y su ingenio se lo permitían, hasta que un día dos mujeres que decidieron acortar el camino hacia su destino, tomando un trillo que se adentraba en el monte, se llevaron una gran susto cuando lo divisaron, dibujándose ante sus ojos como un gran monstruo peludoEl revuelo se adueñó del pueblo más cercano a las montañas que servían de hogar al ¨pelú¨ y un campesino de la zona, llamado Plácido Cruz, intrigado por el rumor hizo su misión intentar comunicarse con el solitario ¨monstruo¨. Casi tres años trascurrieron para que Plácido lograra acercarse al exmambí. Ganó su confianza con inmensa paciencia y cuidado, dejándole comida en diferentes sitios junto a pequeños mensajes escritos y haciéndole señales amistosas desde la distancia hasta que poco a poco se ganó la confianza de Enrique y le convenció de regresar a la civilización.Vistiendo únicamente sus ropas tejidas, asustado, sucio y con la barba y el cabello enmarañados fue sacado de su refugio en el corazón del campo y llevado el 4 de mayo de 1910 al poblado de Mayajigua. Al principio era objeto de burlas constantes de personas indolentes que lo miraban como una aberración de circo, sin detenerse a pensar que solo era un hombre honrado y confundido por las circunstancias de su vida y que a pesar de todas sus vicisitudes nunca había robado o dañado a nadie, pero almas bondadosas también se acercaron al ¨peludo de la montaña¨ para ofrecerle ayuda. Fu acogido con nobleza y cariño por China Diaz, quien junto a otros vecinos del lugar cuidadosamente lo pelaron, afeitaron, sacaron de sus pies numerosas piedras que tenía terriblemente encarnadas y le alimentaron con una sopa caliente que le produjo un desmallo al desnutrido hombre. La noticia de su aparición fue pasando de boca en boca, hasta que llegó a oídos de su hermano, quien vivía en Remedios y al enterarse de que estaba vivo salió presto a buscarlo y regresarlo a su hogar. Volver a vivir en familia fue muy desafiante para Enrique, cuentan que solía pasar largas horas sentado en el suelo, con la mirada triste, tejiendo , siempre tejiendo. Las referencias de su muerte son inexistentes, es totalmente desconocido donde o como terminó su vida, sin embargo la leyenda popular reza, que añorando la soledad y el lenguaje de la naturaleza, que había sido su hogar durante tantos años huyó de la civilización, regresando a los montes donde había aprendido a ser feliz.