Por José Luis Barrera
(Publicado originalmente en su blog La Rue Morgue, Quito, el 1ro. de agosto de 2016)
El escritor Ramón Gómez de la Serna y la famosa muñeca robótica.
Ramón Gómez de la Serna coleccionaba toda clase de objetos en su torre de la Calle Velázquez, pero las joyas más valiosas eran las muñecas de cera.
Se sabe que el escritor tuvo dos: la primera murió de “rotura irreparable” y la segunda, después de que su sexo helado inspiró cientos de greguerías, fue abandonada por amor a un robot.
Un contertulio del Café Pombo le contó a Ramón que en Alemania habían fabricado una autómata capaz de mover cabeza y brazos.
El escritor no pudo resistirse.
Embarcaron al robot en Hamburgo. Iría por mar hasta territorio vasco y luego, por tierra, a Madrid. Jamás llegó.
De Alemania enviaron un telegrama para Ramón, explicándole que el barco llevaba buen viento hasta que al entrar en el Cantábrico, el mar se agitó. Pese al empeño de los marineros, el naufragio fue inevitable.
Ramón estaba devastado. Era el viudo de una esposa que nunca pudo tocar.
En 2001, Telefé Noticias entrevistó a cierto estibador vasco exiliado en Buenos Aires desde los años de la Guerra Civil Española.
Antes de concluir, el periodista hizo una pregunta sobre escenas o personajes que le hubieran impresionado.
El anciano habló del sobreviviente alemán de un naufragio que había decidido aislarse de la gente, cerca de San Sebastián. El extranjero con fama de loco despertaba la curiosidad de todos los vecinos.
Fue a espiarlo, descubriendo a una mujer desnuda sentada en el sillón de la sala. El alemán la besaba una y otra vez, pero ella, frígida, no dejaba de mirar la misma ventana desde donde acechaba el vasco.
“Sus ojos eran los de una muerta, pero le juro que movía el cuerpo”, concluyó.
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