Revista Cultura y Ocio
Cuando se pregunta a lectores, estudiantes o incluso profesores, por los poetas del 27 el nombre que siempre sale a la primera línea de la memoria es Federico García Lorca. Después, en proporciones variables, surgen Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Pedro Salinas y Luis Cernuda. Pero el “patito feo” del grupo suele ser el santanderino Gerardo Diego, a quien se lee poco, se valora poco y se recuerda poco, ni siquiera por haber compartido premio Cervantes con Jorge Luis Borges.Hoy traigo a esta página su producción inicial El romancero de la novia, que se completó con Iniciales y que constituye una buena muestra de sus primeros pasos líricos, donde trabajó con unas asonancias deliciosamente musicales y donde practicó unos frecuentes encabalgamientos rítmicos de gran elegancia (incluso cuando se antojan demasiado abruptos, como ocurre en “El retrato roto”). Temáticamente, el recorrido que siguen los poemas del volumen es muy claro: el vate se enamora de una chica, con alborozo casi adolescente (“Eres mi novia, mi novia... / palabra divina. Suenas / a música, a luz, a labios, / a corazón, a pureza”) y, después de algunos altibajos en los que incluso acarician la posibilidad de devolverse las cartas (“Nube de primavera”), se produce la ruptura definitiva. El poeta le agradece todo el tiempo que compartieron y anota que ahora todo es en su corazón “Frío... Soledad... Silencio...”.El profundo dominio de los octosílabos se enriquece en Iniciales con una mayor variedad métrica (heptasílabos, endecasílabos) y se amplía también el abanico de temas: los atardeceres, con su esplendor de luces (“Fuego”), las peticiones a Dios para que le conceda el don de la voz lírica (“Poeta sin palabras”), etc. Gerardo Diego se ejercita aquí en los sonetos (“Era una vez”), sobrevive incluso a un experimento con la cuaderna vía (“La caravana de las lecheras”) y propone la desnudez, la sobriedad y la contención como formas poéticas (“Química”).
En suma, un volumen juvenil pero que ya evidencia al poeta estupendo que el cántabro siempre fue. No se merece la amnesia con la que tantos lo cubren.