Cuando era pequeña sentía cierta fascinación por los rompecabezas. Admiraba el modo en el que una figura podía ser obtenida a partir de piezas aparentemente inconexas entre sí que por sí solas parecían no tener ningún significado y que unidas formaban un todo. Recuerdo la frustración que sentía cuando no conseguía encajar todas las piezas y, en contrapartida, la gran satisfacción al contemplar la obra terminada.
Cuando el rompecabezas está sin resolver se produce en nosotros la duda. Cada pieza representa la incertidumbre, porque por sí sola no significa nada para nosotros y queremos encajarla cuanto antes para ver el rompecabezas terminado y aunque a veces el resultado sea diferente al que esperábamos, el sólo hecho de contemplar algo que reconocemos fácilmente, nos produce tranquilidad, estabilidad y nos hace entrar en la zona de confort, lo conocido. Lo mismo sucede con nuestra vida cotidiana, a menudo queremos dar estabilidad a nuestra existencia buscando el encaje perfecto ante situaciones sin resolver y entonces nos precipitamos y encajamos las piezas equivocadamente, obteniendo un resultado diferente al esperado y dando lugar a un nuevo rompecabezas que nos aleja de nuestras metas personales. En esos momentos sentimos que nuestra vida no marcha bien y es porque la rapidez con la que desarrollamos nuestra existencia y la falta de conexión con nosotros mismos, hace que consigamos el efecto contrario y que nuestro rompecabezas tenga cada vez más piezas separadas entre sí, cuando la realidad es que cada pieza requiere un tiempo y un espacio para desarrollarse y encontrar su lugar exacto.
La gran mayoría de piezas que conforman nuestro rompecabezas las vamos adquiriendo a lo largo de los años, es por ello que a veces tenemos la sensación de vacío, por aquello que anhelamos conseguir pero aún no ha llegado a nuestra vida. Otras veces sentimos que nos sobran piezas, es decir, situaciones que desearíamos no haber vivido y que preferiríamos olvidar cuanto antes, puede incluso que nos encontremos con piezas duplicadas, exactamente iguales entre sí, porque la vida pone en nuestro camino las mismas experiencias una y otra vez hasta que conseguimos superarlas. Y hay ocasiones en las que deseamos las piezas de los rompecabezas de otras personas, pensando erróneamente que son mejores que las nuestras.
El rompecabezas de nuestra vida está formado por nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. En el pasado está el comienzo, nuestro punto de partida y de referencia, por ello es fundamental conocernos a nosotros mismos, pues nuestro origen forma la primera pieza de nuestro rompecabezas y nuestra educación determinará la posición que adquirirán las demás piezas a lo largo de nuestra vida. El presente es el ahora, nuestro momento y el futuro el resultado, la proyección de nuestro presente. A veces nos pasamos gran parte de nuestra vida viajando a través del tiempo para intentar encajar todas las piezas y en esa búsqueda del encaje perfecto de nuestro rompecabezas nos olvidamos de lo más importante: vivir en el momento presente, aun cuando sólo dure un instante. El presente es el único lugar en el que podemos modificar cada pieza y encontrar la solución a todas las incógnitas de nuestra vida.
Si alguna vez te preguntas cómo puedes resolver el rompecabezas de tu vida, sólo cuando llegues a un conocimiento profundo de ti mismo, te darás cuenta que en realidad no te falta ni te sobra ninguna pieza, ni necesitas pasarte la vida entera intentando encajarlas entre sí. Lo extraordinario de la vida te enseña que todas las piezas que conforman tu rompecabezas son necesarias para tu crecimiento y evolución personal. Y por eso, tu rompecabezas es perfecto.