"Es el ruido de las cosas al caer desde la altura, un ruido interrumpido y por lo mismo eterno, un ruido que no termina nunca, que sigue sonando en mi cabeza desde esa tarde y no da señales de querer irse, que está para siempre suspendido en mi memoria, colgado en ella como una toalla de su percha."
Esta interesante novela viene a contar, individualizándolo en una sola persona, la entrada de todo un país, Colombia, en el universo del narcotráfico casi sin enterarse. De hecho los personajes de la narración se ven absorbidos por esta vorágine de una manera no traumática, con suavidad, sin aspavientos, casi sin darse cuenta. Lo que comienza siendo una leve falta o ilegalidad pasable -el menudeo de yerba- irá subiendo de gravedad según vayan apareciendo ceros a la derecha de las cifras obtenidas por lo que decididamente ya es tráfico de estupefacientes. Es entonces cuando las autoridades tomarán cartas en el asunto y los servidores como Laverde de los grandes capos irán siendo atrapados por la DEA, la Agencia antidroga norteamericana, y encerrados en las prisiones estadounidenses por el comercio ilegal.
El ruido de las cosas al caer relata la vida de un joven profesor de Derecho, Antonio Yammara, y la relación que sostiene con Ricardo Laverde, un enigmático hombre con el que conversa en un billar de Bogotá y del que se sabe poco sobre su pasado. Sin embargo, la incipiente y fría relación entre ellos dará un giro inesperado el día en que Ricardo sufra un atentado, en el cual Antonio saldrá herido.
La acción de la novela transcurre entre 1996 y 1999, si bien se produce constantemente en la narración -en especial en la última fecha- un retorno al pasado, a los años 70 y 80. Conoceremos a través de las pesquisas realizadas por Antonio Yammara, narrador y protagonista principal de la novela, la genealogía familiar (padres y abuelos) de Ricardo Laverde, y también el mundo doméstico más cercano de este personaje enigmático (el de su mujer Elaine y su hija Maya). Es, pues, la novela, un constante y desordenado flash-back cuyas piezas Antonio precisa ordenar en su cabeza para dar adecuado sentido a su vida que se ha visto alterada a raíz de su casual encuentro con Ricardo en 1996.
Antonio es un joven profesor universitario que tiene affaires sentimentales con alumnas. Concretamente será con una de ellas, de nombre Aura, con la que formará pareja estable y tendrá una hija, Leticia. Dice de ellas que son la razón de su vida, pero sin embargo y contra todo pronóstico se arriesga a perderlas por ver de entender lo que tres años atrás le sucedió junto a Ricardo cuando éste fue balaseado y él herido.
De esto va en síntesis este relato. Un relato que se engolfa en la tradición de la narrativa colombiana moderna que inaugurara Gabriel García Márquez. De hecho hay frases que parecen tomadas de la novela " Cien años de soledad" ("Mucho más tarde, recordándolos para su hija o para sí misma, Elaine tendría que aceptar [...]"), de " Crónica de una muerte anunciada" ("El día de su muerte, a comienzos de 1996, Ricardo Laverde había pasado la mañana caminando por las aceras estrechas de La Candelaria, en el centro de Bogotá") y de alguna otra obra del de Aracataca que durante la lectura de Aureliano Buendía y demás personajes de Macondo. "El ruido de las cosas al caer" me han hecho evocar en mi cabeza la literatura de Gabo. Pero más que el empleo de frases que se asemejan a otras empleadas con magisterio por el Nobel colombiano, la similitud mayor con éste he creído hallarla en ciertas construcciones sintácticas como son las repeticiones de frases idénticas para introducir oraciones sucesivas con -seguramente- el deliberado deseo estilístico de producir un efecto rítmico que -ahora sí que sí- recuerda la escritura del creador de
- Bien lo sabía él.
- Bien lo sabía él, que acompañó a Ricardo [...]
- Bien lo sabía él, que estaba junto a Ricardo cuando [...]
- Bien lo sabía él, que ayudó con sus propias manos a [...]
- Bien lo sabía él, que vio despegar el Cessna y [...]
- Bien lo sabía él.
- Bien lo sabía él, que doce horas antes de llegar a [...]
De cualquier manera me parece algo excesiva la denominación que algunos críticos literarios dan a Juan Gabriel Vásquez como el nuevo García Márquez. Él mismo sin menospreciar para nada al premio Nobel colombiano de Literatura se defiende de este marbete ("Repito aquí lo que ya he dicho en otra parte: ningún escritor colombiano que tenga un mínimo de ambición se atrevería a seguir por los caminos ya explorados por la obra de García Márquez; pero ningún escritor con dos dedos de frente despreciaría las puertas que esa obra nos ha abierto, las libertades que nos ha heredado.").
Lo que sí que realiza Vásquez en su novela es un evidente homenaje a la literatura colombiana; un homenaje que, además de las alusiones que hace al escritor nacido en Aracataca y a su obra principal, se evidencia en las directas menciones a literatos colombianos ilustres como José Asunción Silva, León de Greiff y también Aurelio Arturo, el poeta al que hace referencia en el último de los seis capítulos que forman el libro. Es especialmente el poemario " Nocturno" de José Asunción Silva, cuyos versos van entremezclándose con la audición privada que en ese mismo instante Ricardo Laverde está haciendo de una cinta de cassette, uno de los momentos centrales y esenciales en el desarrollo de la novela:
- "Aura, aquella mujer extraña que se acostaba conmigo en las noches y comenzaba a soltar anécdotas propias o ajenas, y al hacerlo fabricaba para mí un mundo absolutamente novedoso donde la casa de una amiga olía a dolor de cabeza, por ejemplo, o donde un dolor de cabeza podía perfectamente saber a helado de guanábana."
- "esos lugares, donde unos veteranos de los Cuerpos de Paz, que acababan de pasar tres años en el Cauca y en Putumayo, se habían convertido de la noche a la mañana en expertos en éter y en acetona y en ácido clorhídrico, y donde se armaban ladrillos de producto que podrían alumbrar un cuarto oscuro con su fosforescencia."
- "Era la Hacienda Nápoles, el territorio mitológico de Pablo Escobar, que en otros años había sido el cuartel general de su imperio y había quedado abandonada a su suerte desde la muerte del capo en 1993."
- "Yo tenía catorce años esa tarde de 1984 en que Pablo Escobar mató o mandó matar a su perseguidor más ilustre, el ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla"