La primera sensación que recorre el cuerpo al visitar este espacio durante el invierno es contundente. El paisaje del páramo rocoso y arbolado transporta a tiempos remotos. Una mezcla de soledad y frío hará estremecer el cuerpo de cualquiera. La sabina albar (Juniperus thurifera) es un árbol bien adaptado a este lugar, duro y resistente, capaz de aguantar bien las bajas temperaturas y las heladas frecuentes. El suelo es escaso en esta zona dominada por la roca caliza y una geología kárstica que favorece la infiltración del agua de lluvia, aunque la sabina no es exigente y solo necesita recibir la luz solar para vivir. Por esta razón suele formar masas forestales mono-específicas y es frecuente encontrarla en bosquetes con ejemplares separados para evitar la competencia y la sombra. En Tamajón, en algunas zonas, la sabina se encuentra mezclada con encinas (Quercus ilex supsp. ballota) y sus parientes cercanos: los enebros (Juniperus oxycedrus). Aunque la convivencia entre especies no es mala, las sabinas centenarias están quedando relegadas poco a poco, ante un mayor avance del encinar y del enebral, que ecológicamente gozan de mejor salud y se encuentran en una etapa de clara progresión. Existen ejemplares de gran porte que hacen que el paisaje adquiera mayor belleza e interés para el visitante. Sus troncos retorcidos por el paso del tiempo y a veces, sus caprichosas formas, añaden encanto y misterio a la zona, activando la imaginación sobre los orígenes de este bello lugar. Las bayas o frutos de la sabina llamadas arcéstidas o gálbulos, son de color azul oscuro cuando maduran a finales de otoño, y se mantienen durante el invierno sobre los árboles. Se trata de uno de los escasos recursos alimenticios disponibles para muchas especies de aves, especialmente para las que deciden pasar el invierno en el sabinar. Estos frutos son muy apreciados por muchas especies de aves que vienen de otras latitudes, principalmente del centro y norte de Europa. Dichas especies pertenecen principalmente al género Turdus, como son el zorzal común (Turdus philomelos), el zorzal alirrojo (Turdus iliacus), el zorzal charlo (Turdus viscivorus) y el más escaso zorzal real (Turdus pilaris), además del frecuente y más conocido por todos, mirlo común (Turdus merula). Estas especies además de alimentarse con los frutos, ejercen una muy importante función de diseminación de semillas, lo que hace que se puedan transportar a otras zonas. De esta manera colaboran a la distribución de las especies vegetales, y en especial, a la supervivencia de la sabina. Pero no solo se encuentran zorzales y mirlos, sino que otras especies como el picogordo (Coccothraustes coccothraustes), el verderones común (Chloris chloris), el gorrión chillón (Petronia petronia) y el arrendajo euroasiático (Garrulus glandarius). Las diferencias interanuales en la fructificación de las sabinas y de los enebros, que también disponen de frutos similares, condiciona enormemente la cantidad de aves invernantes en la zona. De esta manera se demuestra de una manera cristalina la estrecha relación que existe entre la disponibilidad de alimento y la presencia de aves. Sin duda, este lugar, en invierno, representa un ejemplo claro de ecosistema singular y representa una oportunidad vital para los seres vivos. ADEL da a conocer, siempre desde el respeto a su majestuosidad y valores ecológicos, este maravilloso paraje de la Sierra Norte de Guadalajara.
Fuente Comunicae
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