Título: El sabor de las pepitas de manzana
Autora: Katharina Hagena
Editorial: Maeva
Año de publicación: 2011
Páginas: 221
ISBN: 9788415120247
Desde que descubrí este libro en el catálogo de novedades de la editorial Maeva me llamó la atención. Primero, por su portada, preciosa, relajante, cálida, sugerente. Y segundo, por su argumento. Así que no lo dudé y se lo pedí a la editorial que, muy amablemente, me lo envió a casa a los pocos días de su publicación, por lo que desde aquí les doy las gracias.
Por si no fueran motivos suficientes para leer el libro, Carmen, del blog Carmen y amigos, organizó una lectura conjunta a la que, por supuesto, no me lo pensé dos veces y me apunté. Y como soy muy obediente, hoy os traigo mi pequeña aportación a esta lectura conjunta con la que, ya os adelanto, he disfrutado muchísimo.
Tan solo me ha durado entre las manos tres días, desde un viernes a la tarde hasta un lunes a la noche. Ha sido una lectura relajada, pausada, reconfortante, acogedora y, sobre todo, hogareña. Una lectura que he disfrutado durante un fin de semana en el que casi no he salido de casa, en parte por culpa de la lluvia y en parte también porque me apetecía eso, quedarme en casa, acurrucarme en el sofá con la manta o en la cama con el edredón nórdico y sentirme como Iris en su casa de Bootshaven. Así no me ha resultado difícil sentirme identificada con ella y con su necesidad de leer y comer, disfrutar de esos dos placeres, de esas dos pasiones al mismo tiempo.
Qué delicia.
Iris es una joven bibliotecaria que ha regresado a su Alemania natal huyendo de Inglaterra y, especialmente, de su novio. Ella es solitaria, independiente y disfruta siéndolo. Por eso le gusta perderse por la vieja casa familiar, que ella acaba de heredar ahora que su abuela Bertha Deelwater ha fallecido.
Iris acude al funeral y al entierro de su abuela junto a su padre y su madre, Christa. Allí se reencontrará con toda su familia: las hermanas de su madre, sus tías Inga y Harriet; pero también con uno de los abogados de la familia, Max Ohmstedt, el hermano pequeño de Mira, la mejor amiga de Iris durante su infancia.
Y con Carsten Lexow, el antiguo maestro del pueblo, un amigo de su abuela Bertha que, como todos en Bootshaven, guarda muchas historias y secretos del pasado. Porque eso es lo más importante, el reencuentro de Iris con su pasado y con la historia de su familia, con su propia historia.
Así, al recorrer la casa familiar, el jardín, cada habitación, recorre también todos los secretos y los recuerdos, los suyos y los de su familia. Los de tres generaciones de mujeres: su abuela Bertha y su tía abuela Anna, su madre Christa y sus tías Inga y Harriet y su prima Rosmarie, su amiga Mira y ella misma.
Pero también el pasado de su abuelo, Heinrich Lünschen, a quien todos llamaban Hinnerk. Un pasado que el resto de la familia nunca ha recordado. O tal vez ha preferido olvidar. Leer, coleccionar, conservar, recordar, saber, olvidar, caer.
Todos estos recuerdos, estos secretos y estas historias del pasado tienen un sabor agridulce, como el de las pepitas de manzana. Esas manzanas que crecen en el jardín de la casa familiar casi milagrosamente. Como si fuese magia.
El pasado siempre duele, por eso a Iris no le gusta ni recordar ni olvidar. Porque le recuerda la demencia senil de su abuela Bertha. O los amores frustrados de sus tías. O la pasión que su madre siente por esa casa que ahora es suya, aunque no está segura de si realmente la quiere conservar o no. O la muerte de su prima Rosmarie.
Sin embargo, a pesar de la nostalgia y de la tristeza los recuerdos de Iris no son tristes. Son luminosos, casi mágicos, conmovedores, cálidos, agradables. Como el escenario que le rodea. La casa y el jardín de su familia. La esclusa. Los prados. Los senderos. La madera. El agua. La hierba. La tierra. El sol. El viento. Porque Bootshaven es un paraíso, un lugar idílico en el que todo es posible, lo bueno y lo malo, lo real y lo imaginario, el pasado, el presente y, por supuesto, el futuro.
No quiero desvelaros nada de la trama de la novela. Primero, porque quiero que la descubráis vosotros mismos y segundo, porque creo que los secretos de la familia de Iris, aunque sorprendentes, imprevistos, enigmáticos y atractivos, quedan en un segundo plano ante esta historia delicada, sutil, emotiva, intensa, entrañable y conmovedora. Una historia que se disfruta con los cinco sentidos, que se mete en la piel gracias al olor de las flores del jardín, al color de los prados, al sonido de los animales, al frío del agua del lago y, por encima de todo, gracias al sabor de las pepitas de manzana.