Desde que en 2001 el cineasta griego Yorgos Lanthimos presentara su ópera prima "My best friend" enmarcada en el género de la comedia, sus obras han evolucionado por diferentes géneros y, en el 50 aniversario del Festival de Cine Fantástico de Sitges, era uno de los directores más esperados ya que su proyecto suponía para él una primera incursión en el cine de terror. "El sacrificio de un ciervo sagrado" se presentó con éxito y recibió el Premio de la Crítica José Luis Guarner.
Está claro que el Festival de Sitges sigue buscando películas que exploren los límites de los géneros. El director que analizamos a continuación es un buen ejemplo a tener en cuenta dada su trayectoria cinéfila en la que, de manera sutil pero contundente, ha ido analizando los sentimientos y emociones de las personas.
En sus anteriores films hemos podido ver una disección del concepto de la familia ("Canino", 2009) y del amor ("Langosta", 2015). Ahora la metáfora de sus anteriores películas deja paso a la cruda realidad de las consecuencias de matar a un ciervo sagrado. ¿Qué? Y es que resulta que el título de la película parece que hace referencia a los ciervos Sika de la ciudad de Nara. Unos animales sagrados considerados mensajeros divinos de un dios japonés Takemikazuchi.
Cuando te encuentras con semejante título puedes esperar una historia de cualquier tipo: entre lo fantástico y lo onírico. Nada más lejos de la realidad. "El sacrificio de un ciervo sagrado" es la historia de una venganza gestada con esmero y sigilo donde el "ojo por ojo, diente por diente" de Talión se mantiene imperecedero. Un relato de terror psicológico que nos irá marcando a lo largo de su metraje para concluir en un inesperado, cruel y espectacular final.
Barry Keoghan sorprende absolutamente con su puesta en escena y su facilidad para desenvolverse en las secuencias de la película. A pesar de su corta edad, ya ha trabajado en dramas como "Light Thereafter" (K. Bojanov, 2017) o el film bélico "Dunkerke" del maestro Christopher Nolan (2017).
Collin Farrell repite con Lanthimos tras su colaboración en "Langosta", donde el tema central era el miedo a vivir en pareja o el conflicto de la soledad. Nicole Kidman no es novata en este género (recordamos su interpretación de Grace en la sorprendente "Los Otros" de Amenábar) y, juntos, han colaborado recientemente en "La seducción" de Sofía Coppola (2017) donde pudimos apreciar la gran complicidad que hay entre estos dos grandes actores.
Ahora, la distancia que consiguen mostrar en cada una de las escenas de esta película, hacen que sintamos la frialdad y monotonía de este matrimonio de médicos que, acostumbrados a lo cotidiano, no tienen ningún interés por mejorarlo ni cambiarlo. Un matrimonio convencional que tendrá que decidir de manera cáustica para poder pagar las deudas contraídas a causa de los errores cometidos. Y es que aunque errar es de humanos, a menudo nos olvidamos que perdonar también lo debería ser.
Anna, una eminente oftalmóloga, y Steven, un prestigioso cirujano, son un matrimonio con dos hijos. Los cimientos de su relación se basan en la distancia, la frialdad y la apariencia social. Steven además, tiene extrañas citas con un joven llamado Martin, al que hace regalos, invita a comer... hechos que indican que existe algún aspecto turbio que los relaciona. El chico, en cambio, tiene otros planes para su amigo. Quiere exigirle un sacrificio final que marcará al matrimonio para el resto de sus vidas, removiendo aquellos sentimientos que estaban ocultos y aquellas situaciones delicadas que, aún sin curar, se habían ido cicatrizando con el paso del tiempo.
Hay varias referencias cinematográficas señaladas a lo largo del film, como por ejemplo, el terror enmarcado en una excusa cotidiana, visto en títulos como "La semilla del diablo" de Polanski (1968). En esta ocasión, Yorgos Lanthimos nos seduce con situaciones y diálogos faltos de profundidad. De entrada nos parecen irrelevantes pero poco a poco nos van conduciendo hacia un profundo precipicio de frustración y sacrificio. También se homenajea a películas como "Eyes Wide Shut" (1999) en la escena de la fiesta inicial, o con la similitud entre el hijo pequeño del matrimonio y el niño de la bicicleta de "El resplandor" (1980), ambas del mítico director Stanley Kubrick.
La música tan marcada a lo largo de la historia es un elemento antagónico a todo lo que acontece durante la trama. Es un personaje más que molesta y llama la atención para que el espectador se mueva de su butaca de manera incómoda e incierta.
Una de mis películas favoritas del pasado Festival de Sitges, con una fuerza arrolladora en un tempo lento pero sin freno. Fantástica. Para aquellos que todavía creen que se puede redimir de los errores. Errare humanum est, perseverare autem diabolicum. No os la perdáis.
Por Sergi Sanmartí (@Horadelsdaus)
Revista Cine
Sus últimos artículos
-
Fila EFE: Festival de cine de Madrid y las triunfadoras del Festival de San Sebastián
-
Fila EFE: Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña nos hablan de "Antidisturbios"
-
Fila EFE: Entrevista "Urubú" y Especial Festival de Cine de San Sebastián
-
Fila EFE: Entrevista a Achero Mañas y Especial Festival de Cine de Málaga