Cuarenta euros diarios por trabajar nueve horas al día en una chatarrería. Es el paraíso en el que vivían 12 trabajadores en situación irregular en una chatarrería en un polígono industrial de Sevilla, algunos de ellos extranjeros sin documentación y sin los permisos para estar en España ni para trabajar. El empresario, S.P.F., ha sido detenido por la policía como presunto autor de un delito contra los derechos de los trabajadores.
Sin hacer un estresante esfuerzo de imaginación, no os resultará nada difícil imaginar lo que este individuo se gastaba en prevención de accidentes laborales en sus empleados, por ejemplo, o en algo más básico todavía, el disponer de unas condiciones higiénicas dignas en el tajo. Cero patatero, con toda seguridad.
Esta natural tendencia a la explotación ajena que afecta a buena parte del empresariado español, comenzando por su cabeza más visible, Díaz Ferrán, se torna incompresiblemente laxa a la hora de aplicarse ellos mismos los criterios de esa austeridad casi esclavista que exigen para los demás.
El mejor ejemplo que conozco es el gerente de Tussam, Carlos Arizaga. Dispone a su antojo de más de cuatrocientos vehículos oficiales, todos y cada uno de los autobuses con los que cuenta la flota, y sin embargo utiliza el vehículo oficial de la empresa, un Renault Laguna, para sus desplazamientos. El coche ya formaba parte del patrimonio de Tussam desde antes de que él tuviera el honor de dirigir la empresa. Es decir, otros gerentes lo habían utilizado con anterioridad.
Tal vez por eso mismo, Arizaga, tan exclusivo él, decidió hace tiempo comprar una moto, una scooter, para su uso personal cuando ejerce de mandamás del cortijo. Y allí está, a la sombra de un aparcamiento, sin otra utilidad que esperar, como Lázaro, la voz de su amo que le diga “Levántate y rula”.
No se trata de un gasto inútil, no, sino de toda una exaltación de la austeridad que tanto se empeña en exigirle a los demás, claro.