En Padrón (A Coruña) murió la única mujer que recuerdo que aparecía en la asignatura de Literatura en la lejana E.S.O: Rosalía de Castro. No la estudiamos en gallego, pese a ser una lengua cooficial, pero al menos leímos versos de su Cantares Gallegos. Tampoco nos hablaron de su discurso feminista, de los textos en los que clamaba por la libertad de movimiento, de acción y educación de las mujeres.
Nacida en 1837, murió con sólo 48 años, cuántos versos le quedarían por escribir. Sobrecoge visitar la Casa Museo Rosalía de Castro, en Padrón, muy recomendable por la cantidad de documentos que se exponen sobre ella y su familia, y plantarse delante de la cama en la que murió, cerca de una ventana, con un ramo de flores siempre presente sobre la almohada. Allí, se escuchan audios con citas y versos de Rosalía y se muestran extractos de algunas de sus cartas personales. En una de ella, la poeta y narradora habla de su gran salón, que, en cambio, es una jaula, porque, por ser mujer, se ve obligada a recluirse en la estancia, sin el derecho de salir cuándo y a dónde quiera. Rosalía de Castro podía tener su habitación propia, pero quería abandonarla en el momento que le viniera en gana, como hacían los hombres de su familia.
Pero basta leerla, su poesía, su prosa, sus cartas, para entender que, pese a que su cuerpo estuviera anclado a las convenciones de una época, ella era libre, así lo atestiguan los aires frescos que recorren sus letras.