Revista Salud y Bienestar

El Sanador Oriental

Por Dlemus

 Dado que la mente, el espíritu y el cuerpo son uno, todas las características humanas, sean emocionales, intelectuales o espirituales, tienen su órgano físico correspondiente.

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Todos sabemos, por ejemplo, que el cerebro es el órgano para pensar; sin embargo, ningún científico ni neurocirujano ha visto jamás un pensamiento. Los pensamientos son invisibles, pero si se lesiona el cerebro, disminuye la capacidad de pensar. Lo mismo ocurre con todas las demás partes del cuerpo.

Cada órgano tiene su papel en el mantenimiento del carácter de una persona. En la diagnosis oriental decimos que la salud del cuerpo está directamente relacionada con la salud de la mente y con la psicología personal. Incluso decimos que cada emoción está asociada con un determinado órgano o grupo de órganos.  

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El hígado, por ejemplo, está relacionado con la rabia. Cuando hay un problema o lesión en el hígado, uno siente más rabia. Los riñones son la sede de la voluntad y controlan el miedo; por eso, cuando hay problemas de riñón, se siente más miedo.

 Por todo ello, en la diagnosis oriental se piensa que la extirpación de la vesícula biliar o del bazo cambiará a la persona entera, dejará de ser quién era. En lugar de practicar cirugía, el sanador intenta rectificar el problema subyacente tratando su causa esencial. Esta filosofía nace de la forma de pensar oriental, que está dominada por el hemisferio cerebral derecho.

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La mente oriental piensa de una manera holista e intuitiva, en cuanto opuesto a una mente racional y segmentada. La filosofía oriental es más humanista y artística que tecnológica. Para el oriental, la vida es un cuadro en el cual todos los elementos son importantes para el conjunto. En cuanto se suprime cualquier elemento, se altera totalmente el cuadro y se crea uno nuevo.

La diagnosis oriental depende totalmente del contacto persona a persona. El médico oriental observa a la persona enferma, la palpa, la interroga minuciosamente y la escucha con atención. La relación entre paciente y sanador es tan íntima que llegan a ser uno. El sanador debe dejar de lado su ego y permitir que la información procedente del paciente dirija sus actos.

El papel del sanador oriental es pasivo y fortalecedor. En la diagnosis oriental tratamos de trabajar con las energías restablecedoras de la salud que hay en el interior del enfermo. El sanador no cura al enfermo; es el enfermo quien se cura a sí mismo. Todo lo que hace el sanador es orientarlo para que se cure o recupere él mismo. Así pues, el sanador es esencialmente humilde.

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La curación oriental adopta la visión macroscópica. Miramos el cuadro completo, la persona en su totalidad. Damos mucha importancia a la prevención de la enfermedad, buscando mantener y mejorar la salud. En la antigua China se le pagaba al médico para que conservara la salud del paciente. Si éste se enfermaba, no se le pagaba al médico.  Y cuando el que enfermaba era el rey, se decapitaba al médico de la e la corte. La prevención de la enfermedad era la «medicina» principal.

Otra diferencia entre la medicina oriental y la occidental es que la primera subraya la importancia de la comunicación persona a persona. Este no es un método de tratamiento masificado sino un proceso lento y laborioso en el cual nos fundimos todo lo posible con la vida única de otra persona

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