Revista Opinión
No es la primera vez que me ocurre al pasar cerca del portón del edificio rehabilitado, las mismas ventanas, la misma fachada, las mismas garitas que escoltan la gran puerta de madera, que también es la misma. Sobre esta, aún se distingue la leyenda grabada sobre la piedra,como el efecto del sol deja las marcas de la ropa sobre la piel, un cierto escalofrío me recorre la espalda.
Como pasa con todos los recuerdos infantiles, el tiempo cambia la perspectiva, incluso el tamaño de las cosas. Allí donde la memoria te trae un largo y ancho pasillo oscuro, hoy solo reconozco apenas unos pocos metros que llevan desde la calle al interior del edificio, en los que no llegan a producirse sombras, al colarse el sol desde la puerta y desde el patio al mismo tiempo.
Y cada vez que me acerco al portón, escucho al sargento Retortillo, que lo mismo sirve de filtro a las visitas, las identifica convenientemente y las deriva a la dependencia oportuna, que impone silencio a la chiquillería al salir o volver del colegio. Siempre me ha parecido que hubiera sido más eficaz, en vez de la enfermera que desde las paredes de hospitales y ambulatorios recuerda que estamos en un centro de salud y que no podemos gritar, que el sargento Retortillo lo haría mejor, tan marcial, coronado por el tricornio, y aprovechando su estrabismo para controlar un amplio campo visual sin cambiar la mirada.
Retortillo, Florencio Retortillo, el sargento Retortillo, siempre estaba en el pasillo de entrada a la casa cuartel, estuviera o no de servicio, incluso cuando estuvo una larga temporada con la cadera rota, allí estaba, imponiendo el silencio en "su territorio" controlando las almas que entran y salen del edificio, creo que controlando las alegrías y sus manifestaciones.
Analfabeto funcional, no logró nunca leer más de una página de un libro completa, y no porque no lo intentara con José María Pemán, a quien siempre profesó admiración y respeto, pero no, leía y releía siempre la misma página sin enterarse de la retórica, ni siquiera de lo que decía. Pero su participación activa durante la no guerra en la ciudad, y sus visitas al muelle cuando volvían los pescadores le convirtió en sargento, cosas del cuerpo.
Seguro que son recuerdos desfigurados de la niñez, seguro que la imagen que tengo de él no hace justicia, seguro que el sargento Retortillo tenía otros valores, pero son mis recuerdos, y con ellos he crecido, he envejecido. El ambiente asfixiante, el silencio impuesto, las puertas cerradas...siempre me recuerdan la voz de barítono del sargento Retortillo.