Revista Opinión

El “seco” de gato: ¿mascota a la olla?

Publicado el 22 marzo 2018 por Carlosgu82

Por: Javier Alejandro Ramos

Los amantes de los animales ponen el grito en el cielo cuando, en el Perú, reconocidos sibaritas alaban la delicia culinaria que es el seco de gato. Y a quienes tienen la valentía de señalar que lo han probado (y disfrutado), les endilgan los más gruesos calificativos, ya que al felino tímido pero astuto se le considera una mascota, compañera del ser humano, y no un vulgar potaje, pues para eso están los peces, los pollos, la res o el cerdo.

Se afirma que poner un gato en la olla es de bárbaros, y asocian el origen de la costumbre de prepararlos a tiempos de antaño, cuando los esclavos negros del sur de la capital trabajaban en las plantaciones, y al no poder permitirse la compra de otras carnes o usar las aves de corral de sus patrones, criaban y sacrificaban a estos animalitos, adobando sus presas para cocinar con ellas sus manjares. Es por todos conocido que en esta parte de América del Sur, la mejor sazón se encuentra en las manos morenas.

El presente artículo no es ni una justificación culposa ni la apología de lo que los animalistas consideran un crimen de lesa mininidad. Es presentado de una manera jocosa, humorística, y seguro puede herir alguna susceptibilidad, pero es simplemente una reafirmación fáctica de algo que ciertamente ocurre. El gato se cocina en muchas partes, y además, su sabor y la textura de su carne no tiene nada que envidiar a la del cabrito o a la del conejo, otros dos animales que sí se crían, a sabiendas y sin remordimientos de doble moral, de que serán cebados para comerlos.

Nadie nace vegetariano (o vegano, como se ha dado en “evolucionar” a la palabra). Lo primero que prueba el ser humano al nacer es la leche materna. Luego va variando a la de vaca, se añade a su dieta el huevo por su alto contenido proteínico, y un día, sin drama alguno, el niño termina comiendo una deliciosa pierna de pollo en casa o en un establecimiento comercial, un riquísimo pez frito, o una compacta y adictiva hamburguesa de carne ¿o no?. Y ni los padres ni la sociedad están torturándolo al indicar que el ave de corral, el pescado o la res que ahora son parte de su cadena alimenticia, sufrieron a la hora de entregar el espíritu en aras de la supervivencia humana.

En China y otras partes del Asia es sabido que las personas comen roedores e incluso perros, el animal más doméstico que existe, y hasta llamado “el mejor amigo del hombre”. Volviendo al Perú, de donde proviene el autor de este artículo, no es un secreto que los barcos chinos que depredan el riquísimo mar de Grau a vista y paciencia de las autoridades, tienen entre sus tripulantes expertos chefs en perros, que consiguen en las noches cuando van a los puertos. Y el rumor general es que en los restaurantes de comida oriental, conocidos como chifas, muchas veces la carne de cerdo o de otro animal “decente” para ser comido, se confunde con la del can que paseaba por ahí un día antes.

Sin ir muy lejos, en la misma región amazónica peruana, es costumbre comer insectos como hormigas, gusanos (llamados suris) y arañas fritas (una tradición camboyana, también), y hasta monos, lo que ya sí  podría considerarse antropofagia, pues mientras ellos descienden del árbol, nosotros descendemos de ellos ¿no es cierto?

El seco de gato bien preparado, y aquí debe permitírsele al suscrito una atingencia muy personal, ¡es un potaje sabrosísimo, divino! Adobadas las presas del felino, en vinagre y ajo, se prepara un aderezo de cebolla, culantro molido, especerías, zapallo loche, arvejas y chicha de jora, para posteriormente añadir los trozos de carne y patatas, para quienes lo prefieran, o yucas si es otro el gusto. Hay quienes le incorporan unos trozos de zanahoria, mientras que para otros chefs es preferible unas tiras de pimiento.

Jocosamente se señala que cuando se le cuenta a una dama que ha comido este potaje el hecho de que la carne que ha paladeado con satisfacción es de un gato gordito, la  fémina gritará y hasta pretenderá expectorarlo de su sistema digestivo a la mala. Imposible aventura. El gato, dicen, se agarra con las uñas, y no hay forma de que salga.

La tradición existe en serio, aunque este artículo esté siendo publicado en NoCreasNada. En localidades del sur de Lima, como El Carmen, Chincha y Cañete, hasta hay una festividad en honor a Santa Ifigenia, protectora de los afrodescendientes, llamada “El Curruñao”, donde varios mininos son estoicamente sacrificados para la preparación secular de los potajes con los que la población celebra la fecha. Varias organizaciones de protección de los animales domésticos y opuestas a la crueldad contra ellas, han presionado por años a las autoridades, incluso a varios congresistas, para que se ponga término a lo que señalan es una costumbre salvaje que, además afirman, podría tener consecuencias nefastas de salubridad.

No han logrado nada. Costumbres son costumbres. Los defensores de la tradición gatuna, han indicado que a diario se matan miles de pollos para comercializarlos en los supermercados, y que una docena de gatos criados ex profeso para una celebración, no es el fin del mundo.

De un tiempo a esta parte, se ha evidenciado que el Perú es una potencia gastronómica en el planeta. Creemos que el honor es merecido, y el tema de los potajes de gato no tiene nada que ver con eso. Es una tradición que no es de todos los días, sino como señalan sus oferentes, “para ocasiones especiales”. Es la manera que ellos tienen de agasajar a sus visitantes ilustres o a quienes les hacen el honor de ir a sus viviendas. Muchas tribus en el África u Oriente Medio tienen costumbres similares desde tiempos inmemoriales, y si bien son polémicas para el hombre moderno, pensando las cosas objetivamente, la alimentación humana a base de especies animales, obviando si son mascotas o no, existe desde que el ser humano se dedicó a cazar, en la Era Paleolítica.


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