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El secreto de la bandolera

Publicado el 15 junio 2018 por Herminio
'La Calderona' es una célebre bandolera que actúa en el camino de Aragón. En su juventud fue una de las actrices más famosas de los corrales de comedias de Madrid, y posteriormente ejerció de abadesa de un convento. Pero su gran secreto, que nadie conoce, está a punto de ser revelado.
María Inés Calderón, 'la Calderona', actriz, abadesa y bandolera del siglo XVIIGuardó el botín en la alforja, se ajustó el pañuelo que le tapaba la cara, y se aprestó a subir a la cabalgadura.
De repente descubrió, al mirar a su izquierda, un destacamento entero de soldados que le encañonaban. Soltó rápidamente la escopeta, para que entendiesen que no iba a oponer resistencia.
Nada presagiaba este terrible final cuando se despertó esta mañana, antes del amanecer, y contempló cómo el sol emergía desde las entrañas del mar, acariciando con sus rayos las hojas de los naranjos que crecían junto a la casa.
Llevaba un par de años viviendo sola en aquella recóndita atalaya, en una pequeña alquería deshabitada. En su día había pertenecido a una familia morisca, que tuvo que abandonarla de formada precipitada, a principios de siglo.
Amanecer en el Levante español.Se hallaba en plena sierra, cerca de la Font del Ullalets, en la falda de la Mola de Segart, y no muy alejada de la aldea de Gilet, que languidecía desde la partida de los sarracenos.
Después de los conversos, se marcharon la mayoría de los campesinos cristianos, en busca de las parcelas que los infieles poseían en valles más fértiles que aquellos predios montañosos del interior.
A María Inés le fascinaba perderse por el trazado árabe de sus calles, y comprobaba que, pasados cuarenta años desde su marcha, el Reino de Valencia aún no se había repuesto de las consecuencias del decreto de expulsión de los moriscos de 1609, que suponían más de un tercio de la población.
La expulsión de los moriscos tuvo una trmenda repercusión económica en la España del siglo XVIILos impuestos descendieron, el rendimiento agrícola disminuyó, la Taula de Canvi de Valencia quebró, y devino frecuente la presencia de moros en la costa, ya que los corsarios berberiscos pronto se aprovecharon de las circunstancias, embarcando entre su tripulación a algunos de los desterrados, que contaban con un valioso conocimiento de la zona.
Debido a la pobreza, y a una serie de malas cosechas y pandemias de peste, comenzaron a proliferar cuadrillas de facinerosos, como la que ella capitaneaba, en las que se integraban labradores arruinados, perseguidos por la justicia y jóvenes desertores de las sucesivas levas que se promulgaban.
Los moriscos son expulsados de ciudades y aldeas. En el Reino de Valencia, suponían un tercio de la población.También surgieron gavillas armadas más numerosas y organizadas, que trabajaban al amparo de las clases altas. Condes, almirantes, marqueses, notarios, vizcondes, miembros de la Inquisición y del clero, comerciantes pudientes y personajes influyentes, dirimían entre ellos sus disputas por fincas, o sus rivalidades familiares, con la cooperación de estas bandas.
Fue precisamente una de esas extensas cuadrillas la que le capturó seis años atrás, cuando viajaba a Valencia, huyendo del monasterio de Valfermoso, ubicado en un idílico y silencioso bosque de la Alcarria. Había pasado quince largos años en él, e incluso durante los tres últimos había ejercido de abadesa, pero siempre se había sentido ahogada en aquel ambiente.
María Inés era una mujer de fuerte carácter y variados recursos, de modo que no se acobardó frente a los atracadores. Su líder, Don Jaume Ruiz de Castellblanc, señor de Torrebaja, quedó gratamente impresionado por su coraje, así como probablemente por su figura, y le invitó a que se uniera a su formación. A ella le agradó la idea, y rehusó seguir su camino hacia el convento del Santo Espíritu, adonde se dirigía inicialmente.
Bandoleros de la época, cruzando un río.Pero después del robo de ganado en una hacienda de Alonso Muñoz, contador del Santo Oficio, Don Jaume fue procesado por el Tribunal de la Inquisición. Aunque no se presentó, el embargo de sus bienes, y la persecución posterior motivó que la banda se disolviese.
Participó en otras dos formaciones, hasta que decidió instalarse por su cuenta en las proximidades del camino de Aragón, bastante transitado en aquellos tiempos por comerciantes de grano, vino, lanas, arroz, frutas, maderas, salazones y manufacturas. Gradualmente se le unieron varios forajidos, hasta completar una pequeña cuadrilla.
Y es que aquel abrupto terreno, de escarpada orografía, brindaba considerables ventajas para el desarrollo de su actividad delictiva, con múltiples escapatorias para su fuga y ocultación, tras el asalto a los viandantes
Vista de la Sierra de la Calderona, en el interior de la provincia de Valencia.Además, la pobre densidad demográfica, la soledad de la ruta, y el hecho de que se trataba de una vía directa a la frontera con Aragón, reino en el que podía beneficiarse de la protección que otorgaban los fueros en términos de extradición, constituían razones de peso para elegir aquel emplazamiento.
Sus atracos esporádicos no habían llamado excesivamente la atención, y la gente del lugar no les denunciaba, en parte por el temor de represalias, y también porque no esperaban recibir ninguna gratificación por su delación.
Mapa del Reino de Valencia, a mediados del siglo XVII.En los últimos tiempos, las arcas de la Justicia estaban vacías, y ya no se desplegaban enérgicos planes para combatir el bandolerismo como antaño. Con la reducción de los envíos de metales preciosos desde América, y las constantes guerras en Europa, el Estado estaba al borde de la bancarrota.
No había fondos con los que premiar las acusaciones o las colaboraciones para detener a los criminales, ni para formar batallones con los que apresar bandidos, y ni tan siquiera para pagar a alguaciles, veguetas y justicias, los distintos funcionarios encargados de velar por la seguridad del Reino.
Cuadro de azulejos de la época.No obstante, María Inés procuraba bajar muy de tarde en tarde a Gilet a por provisiones. Era improbable que los aldeanos la delatasen, pero no podía estar completamente segura. Así que prefería viajar a Valencia, donde pasaba desapercibida, para adquirir ropa y otros enseres, sin perder nunca la oportunidad de asistir a cuantas obras de teatro se representaban.
En aquel paraje disfrutaba de una vida relativamente acomodada y tranquila, mucho más gratificante que la estancia en el convento, al menos hasta que aceptó el encargo de Vicent Vallterra, señor de Canet.
La misión consistía en secuestrar a un mercader valenciano, José Donato Reguart, el cual le adeudaba al señor Vallterra una notable suma, que ascendía a varios miles de libras, por deudas de juego, y que constantemente se negaba a pagar.
Camino de Valencia a Zaragoza, que cruza la sierra de la Calderona.El noble estaba informado de que el marchante había partido rumbo a Vila-Real con un buen cargamento de telas para vender, hacía una semana. A su vuelta, como tenía por costumbre, pararía en una venta del arrabal del Salvador, en los extramuros de Sagunto, seguramente con el zurrón rebosante de dinero. Lo abordarían a la salida, de manera que, del botín, el señor de Canet se cobraría su deuda, y el resto sería para ellos.
A María Inés le parecía un trabajo sencillo. El comerciante viajaba sin compañía, y después de comer y beber en el hostal, sus sentidos estarían mermados. Le aguardarían en el cruce de un camino secundario, a pocos metros de la fonda.
Bandoleros al acecho, en el recodo de un camino.Se acercó corriendo el joven Miquel, a darles el recado del posadero, de que el comerciante ya se disponía a reemprender su marcha, y se apostaron hasta que llegó.
Anestesiado por el vino que le había ofrecido abundantemente el mesonero, apenas si tuvo fuerzas para impedir que le sustrajeran la bolsa.
Sin embargo, sus voces habían alertado a la partida de soldados que pasaba por el camino principal, y que ahora les apuntaban a la cabeza. Su enorme número convertía inútil cualquier intento de luchar o escaparse. Al mando de la expedición iba un destacado militar, cuyo rostro le resultaba familiar, pero al que no terminaba de reconocer.
Les encerraron en la prisión de las Torres de los Serranos, la gran puerta de entrada en la muralla norte de la ciudad. Imaginaba que les juzgarían pronto, ya que les habían pillado con las manos en la masa, por lo que la instrucción sería rápida.
Celda de la época.A lo largo de la tarde les fueron llamando de uno en uno. Primero se llevaron a los hermanos Andreu y Pere Cetina, agricultores saguntinos, y que habían formado parte anteriormente de la legendaria cuadrilla de Pere Xolvi.
Luego vinieron a por el molinero Mateo Armany, un muchacho recientemente incorporado a la banda, y que era quien les había puesto en contacto con el señor Vallterra, además de feligrés habitual de la venta del Salvador y amigo del dueño.
Pintura de la ciudad de Valencia, en la época del relato.Al rato les llegó el turno a José Usso, ‘lo Teixidoret’, un sastrecillo de Betxí, fuera de la ley por su desmedida afición a los trucos de cartas y por implicación en la distribución de moneda falsa, y a Vicente Granell, un abogado huido de la justicia por el asesinato premeditado de un colega suyo, el notario de Peñíscola.
Finalmente recogieron al último de sus compinches, Miquel Borrás, el chico que les había avisado de la llegada del mercader, y que colaboraba periódicamente con ellos como mensajero, o para aprovisionarles de comida, vino u otros artículos, especialmente cuando se ocultaban tras dar un golpe.
Galeras españolas.Ninguno regresó a la celda. Durante todo el tiempo de espera se entretuvo cavilando qué condena podría caerle. No olvidaba que ella era la cabecilla de la cuadrilla.
A diferencia de sus compañeros, que probablemente terminarían en galeras, o combatiendo en Cataluña, tales sentencias quedaban descartadas por su sexo y edad. La insuficiencia de contingentes provocaba que la mayoría de los delincuentes fuesen reclutados en los tercios que luchaban en el Principado, o bien remitidos a los destacamentos de Milán, Nápoles o Sicilia.
Ejecución pública de un reo.Tampoco creía que la enviaran a los presidios de Ibiza, Menorca, Melilla u Orán. Tales traslados resultaban muy costosos, y su finalidad primordial consistía en que los reos se enrolasen posteriormente en las guarniciones de dichas fortalezas.
En su caso, la pena pecuniaria carecía de sentido, dada su indigencia. Solo se le antojaban como castigos plausibles para redimir su delito y circunstancias, la horca, la mutilación de algún miembro, la demolición de su vivienda o el destierro.
Pensó que su única oportunidad pasaba demostrar al tribunal su audacia y carisma, para que le extendiesen un salvoconducto, con el objeto de infiltrarse en otras bandas y delatarlas.
Corral de comedias del siglo XVIIEn el crepúsculo, cuando el carcelero le sirvió un mendrugo de pan, le preguntó por el destino de sus acompañantes, y si sabía cuánto tiempo la tendrían allí, pero el guardián no le contestó.
Pasó la noche en vela. Comenzó ideando una argumentación eficaz para su defensa ante el juez, pero decidió finalmente que debería poner el énfasis en la puesta en escena.
De algo tenía que servirle su experiencia teatral, de cuando era una de las actrices más aclamadas de Madrid y podía presumir de que hasta el celebérrimo Don Diego Velázquez la había retratado.
Retrato de María InésTal era su fama, que disponía de un balcón privado para disfrutar de los espectáculos que se realizaban en la plaza Mayor, regalado por el propio rey, lo cual le había supuesto la envidia de media corte, reina incluida.
Su padre, Juan Calderón, fue quien le introdujo desde pequeña en el mundo de las tablas. Él se dedicaba a proporcionar hospedaje y todo cuanto necesitaran a las compañías que viajaban hasta la capital para representar sus obras.
Por otro lado, su apellido inducía a que muchos la relacionasen con el prestigioso autor teatral, Don Pedro Calderón de la Barca, que triunfaba con sus obras en los corrales de comedias de la Villa, e incluso se extendió el bulo de que, de pequeña, el dramaturgo la había adoptado, tras encontrarla abandonada en la puerta de su casa.
Edificio del Palacio del Real, en Valencia, derruido en el siglo XIXPor múltiples causas, desde el debut en el Corral de la Cruz, su carrera había sido un auténtico éxito, aunque a ella no se le escapaba que el prestigio de 'la Calderona' se debía más a su belleza, sensualidad y promiscuidad, que a sus dotes interpretativas. Así, mantenía una nutrida lista de amantes, a pesar de su precoz matrimonio con Pablo Sarmientos.
Por fin llegó la mañana, y el carcelero abrió la reja. La condujeron esposada hasta la Audiencia, ubicada en el Palacio del Real. En aquellas tempranas horas no había mucha gente por las calles, por lo que se ahorró el bochorno.
Retrato del infante Don Juan José de AustriaLa subieron al primer piso. Hubo de esperar un momento en el pasillo, mientras los alguaciles entraban en una gran sala para avisar de su presencia. Le hicieron pasar, y se vio rodeada por varios magistrados.
Al fondo, el misterioso caballero que comandaba las tropas que les detuvieron les indicó a los guardias que le soltasen, y que abandonasen todos la estancia. María no acababa de entender nada.
De pronto, se fijó en sus manos, que jugueteaban con el broche de oro que le habían sustraído al ingresar en la celda. Sin mayor dilación, el joven le inquirió sobre la procedencia de aquella joya.
Una hora después, María Inés paseaba libre por el centro de la ciudad, camino del mercado que se celebraba entorno a la catedral, portando un salvoconducto y la bolsa repleta de reales, de los cuales se aprestaba a gastar una parte en renovar su raído vestuario.
Llevaba la mirada perdida, pues su mente no dejaba de pensar en la insólita reunión con aquel muchacho de veintidós años, el cual le refirió que se trataba de Su Alteza Don Juan José de Austria, hijo bastardo del rey Felipe IV, si bien legitimado por el soberano desde hacía una década.
Otro retrato, unos años más tarde, de Don Juan José de AustriaBautizado con el nombre de 'Juan de la Tierra', al igual que el resto de chiquillos de padre anónimo, fue reconocido por el monarca Felipe cuando cumplió los doce.
A partir de entonces, y en tanto que todos los herederos legítimos morían antes de alcanzar la adolescencia, recibió una esmerada educación, como un verdadero príncipe, y con un nombre acorde a su estatus, Don Juan José de Austria, que recordaba al ilustre vencedor de Lepanto.
Le explicó que el rey le había confiado el Virreinato de Sicilia, tras haber conseguido pacificar aquella posesión de ultramar, que se había revelado contra la metrópoli.
Sublevación de los segadores catalanesTras la brillante campaña en suelo italiano, el soberano le asignó un nuevo cometido: le encomendó la misión de reconquistar la sublevada Cataluña, en la que los campesinos y los segadores se habían levantado en armas frente a la monarquía y las élites que la sustentaban, y habían proclamado la República.
Al mando de los tercios, Don Juan había logrado recuperar la mayor parte del territorio, pero Barcelona llevaba unos meses resistiendo el embate de los ejércitos castellanos, aún sin el apoyo de la corona francesa.
Don Juan regresaba a Valencia para que Don Pedro de Urbina, virrey valenciano, le entregase una nueva leva de mozos y de convictos, cuando al atravesar Sagunto oyó a alguien que pedía auxilio, y envió a los soldados para ver qué sucedía.
Retrato del rey 'pasmado', Felipe IVMaría Inés se esforzaba en escuchar lo que le estaba contado, pero no era capaz de concentrarse en su relato. A duras penas conseguía contener sus lágrimas, hasta que sus piernas no la sostuvieron más y se derrumbó.
Jamás había olvidado la mañana en que le arrebataron de entre sus brazos al fruto de su apasionado romance, que no duró dos primaveras, con el pasmado rey Felipe.
El propio monarca, cuya enorme afición al teatro únicamente era superada por su adicción a los placeres de la carne, ordenó su confinamiento en el lóbrego monasterio de la Alcarria.
No había vuelto a ver a su retoño, ni a tener noticias de él, aunque imaginaba que podía ser cualquiera de aquellos bastardos a los que Felipe había reconocido como hijos legítimos.
Broche dorado del siglo XVIIEl broche que le habían quitado era idéntico al que había lucido la difunta reina Isabel de Borbón, la actual soberana Margarita de Austria, y algunas de las concubinas favoritas del monarca, como bien sabía Don Juan.
Su hijo le devolvió la joya y le consoló, le dio un dulce beso en la frente, y le restableció su libertad. Esperaban encontrarse otra vez en mejores circunstancias, si bien ambos intuían que jamás habrían de coincidir de nuevo.
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