Revista Comunicación
Se decía que un pelo que cayera sobre una espada de acero de Damasco quedaría limpiamente cortado en dos. Ahora sabemos que el secreto de las poderosas cimitarras musulmanas que inspiraban terror a los cruzados cristianos era el vanadio, un elemento entonces desconocido que se extraía junto con el hierro, y que hoy se emplea en la industria para aumentar la fuerza del acero. Pero más allá de esa utilidad ancestral, el todavía poco conocido vanadio espera un boom de popularidad en los próximos años. Es un nuevo material de interés para las energías renovables, por sus peculiares propiedades químicas, que permiten fabricar baterías más eficientes para almacenar la energía de las instalaciones solares y eólicas.
El primer descubridor del vanadio fue el español Andrés Manuel del Río, una figura poco conocida en su país que se codeó con personajes de la talla del naturalista alemán Alexander von Humboldt y el químico francés Antoine Lavoisier, del que fue discípulo. Con la llegada de la Revolución Francesa, se dice que Del Río huyó disfrazado de aguador y así evitó compartir con su aristocrático mentor la muerte en la guillotina. Emigrado a México, en 1801 descubrió un mineral de “plomo pardo” del que sospechaba que contenía un nuevo elemento, al que llamó eritronio. La muestra fue entregada a Von Humboldt y analizada en Europa, pero la conclusión fue que no se trataba de un nuevo elemento sino del ya conocido cromo.
En abril de 1830 el sueco Nils Gabriel Sefström redescubrió el vanadio. Lo encontró en un mineral de hierro y él sí consiguió demostrar que se trataba de un nuevo metal. Tras barajar nombres como odinio y erian, finalmente lo bautizó en honor a la diosa nórdica Vanadis, símbolo de la belleza y la fertilidad.
Pronto se atribuyó al vanadio el secreto de las espadas árabes, pues se comprobó que, añadido al acero en pequeñas cantidades, producía aleaciones más fuertes. El magnate Henry Ford lo empleó en la carrocería de su famoso modelo T, el automóvil que puso al volante a la clase media estadounidense. Durante el siglo XX, el uso del vanadio se extendió para aplicaciones en las que se necesita un acero especialmente fuerte e inalterable al calor, como en ciertas herramientas, máquinas industriales y estructuras de construcción.
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“La fiebre del vanadio”
(open mind, 03.06.15)