NOS DUERMEN CON CUENTOS de L. Felipe
La penumbra, al igual que el crepúsculo o la media luz del circo o el teatro, favorecen los cuentos. Por eso, dichos a la luz del día y con los sentidos en plena forma es más difícil que convenzan. Hace falta crear un universo en el que los personajes y espíritus participen con unas leyes distintas a las cotidianas. Tanto para su inicio como para su final necesitan de frases rituales para crear y romper el hechizo. Eráse una vez…., En un país muy lejano…Hubo una vez….son muletillas de comienzo que introducen al oyente en el mundo de lo onírico, y que a su vez se rompe bruscamente con otras frases mágicas como Colorín colorado…Y fueron felices y comieron perdices….etc.
La unidad de los cuentos la crean personajes fantásticos de radicalidad extrema. De esta forma, participan hermosas princesas y horrorosos personajes que embrujan la trama ataviados de varitas mágicas, cucuruchos puntiagudos, túnicas o estrellas. El destino de las historias no es la razón. Al contrario, buscan estimular la imaginación mediante signos universales que lleguen a lo más profundo de la mente y para ello los personajes se transportan a mundos irreales en los que tienen que superar pruebas y luchar contra seres fantásticos.
Todos hemos sido acostados con cuentos y hemos visto la cara de sorpresa, con los ojos bien abiertos, en muchos niños. Pero….y ¿nosotros? ¿qué personaje mayor hay que nos los diga al oído? o ¿quizás debamos pensar como León Felipe, quien decía que ya se sabía todos los cuentos? Y es que el poeta dejó escrito que le dormían con cuentos. Pero… ¿quienes nos narran las historias con inflexiones de voz para dejarnos una moraleja interesada? Cabe preguntarse qué lugar ocupamos nosotros en el cuento y cuál es el universo en el que nos movemos dentro de la fábula.
No somos niños, pero quizás por andar con prisa no somos conscientes de que en la trama de nuestras vidas hay personajes fantásticos que modelan nuestra existencia mezclando las historias de la Cenicienta, con la de La Bella Durmiente, Caperucita o los Siete Cabritillos. Cuentos, todos ellos que nos contaron de pequeños mil veces para que no olvidáramos, pero que al llegar a mayores no sabemos reconocer a los personjes por aquello de que al ser mayores no queremos ver.