Amigo Lector:
En esta tercera ocasión me permito traer a este espacio el salmo 26 que es una oración para cuando fallan todas las esperanzas: que se multipliquen los enemigos, que crezcan las pruebas y las dificultades, «si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rm 8,31).
El Dios del salmista ilumina su vida en los momentos
de ansiedad y de peligro y le salva de las situaciones comprometidas. Contra
los ataques de los enemigos, Yahvé es el baluarte que defiende su vida.
Por tanto, no tiene que temer a nadie. Pasemos a la lectura del salmo 26.
1El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?
2Cuando me asaltan los malvados
para devorar mi carne,
ellos, enemigos y adversarios,
tropiezan y caen.
3Si un ejército acampa contra mí,
mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra,
me siento tranquilo.
4Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo.
5Él me protegerá en su tienda
el día del peligro;
me esconderá en lo escondido de su morada,
me alzará sobre la roca;
6y así levantaré la cabeza
sobre el enemigo que me cerca;
en su tienda sacrificaré
sacrificios de aclamación:
cantaré y tocaré para el Señor.
La luz de Israel
El salmista opone metafóricamente el mundo de la luz y de la salvación con el de los malvados, que son noche y perdición. Si la salvación es una aurora de luz, el portador de la misma -cuyo nombre es «Dios salva»: Jesús- hubo de ser la amanecida de la luz en nuestra tierra. Durante su jornada humana el Padre iluminó su camino, garantizando su seguridad personal. Cuando las oscuridades le rodearon en la cruz, puso su confianza en la luz indefectible: «Padre, en tus manos pongo mi vida». El Dios que dijo «brille la luz del seno de las tinieblas», respondió a la confianza de su Hijo e inundó de luz el rostro de Jesús. Cuantos creemos en Cristo somos hijos de la luz. Nos resta hacer brillar de tal suerte nuestra luz que los hombres glorifiquen a nuestro Padre.
Una piedra firme
El salmista expresa su confianza por contraposición: mientras sus enemigos tropiezan y caen, el corazón del salmista no tiembla, se siente tranquilo. El Dios sobre el que se apoya tan firmemente ha colocado en Sión una piedra angular, la piedra base de su reinado. Quien tenga fe en ella no vacilará. Aunque haya sido desechado por los arquitectos, Cristo es esa piedra. Sobre ella se levantan los cimientos formados por los apóstoles y profetas y surge el edificio bien trabado de la Iglesia, como templo santo del Señor. Las olas del mar pueden llegar hasta el edificio, pero no prevalecerán contra Pedro y su Iglesia. ¡Feliz la Iglesia que tiene tales fundamentos! ¡Feliz quien se construya sobre la piedra! No vacilará.
Deseo estar con Cristo
En un clímax ascendente, el salmista pasa de las metáforas a la realidad tangible: de la luz a la tienda, a la morada, al templo, donde Dios sacramentaliza su presencia. Llegar a esta meta forma en él un ardiente deseo. Es el deseo expresado por el Apóstol Pablo: «Deseo partir y estar con Cristo» (Fil 1,23). Cristo es la tienda de Dios con los hombres. Hacia ella se dirigen los cristianos, acompañando su marcha con cánticos de liberación. Mientras tanto, en nuestra etapa peregrinante, hemos de tener en cuenta que el «estar con Cristo» supera todas las categorías espacio-temporales y es una dimensión profunda: Ya «somos-en-Cristo». Lo importante es que nuestro ser vaya creciendo. La vida es estar con Cristo. Donde está Cristo está la vida y el reino.
Resonancias en la vida religiosa
Crisis superada por la confianza: Todos nosotros pasamos momentos de crisis y tentación. El temor se apodera de nuestro ánimo, nos asaltan pensamientos e intenciones perturbadoras; y, hasta en ocasiones, creemos que la capacidad de resistencia está al borde de su límite. La llamada de Dios está a punto de diluirse y nuestra vida comienza a orientarse hacia otras voces que llaman.
El salmo que recitamos proclama nuestra inconmovible confianza en el Dios que no permite que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas. Él es luz, salvación, defensa de nuestra vida, tranquilidad. Llamados a habitar en la casa del Señor, nosotros los religiosos sabemos por experiencia milenaria que la contemplación de Dios produce un gozo inefable y una seguridad a todo riesgo. Las tentaciones pasarán como las nubes y aparecerá de nuevo la luz de Dios, glorificada por nuestros sacrificios de aclamación y nuestro gozo festivo.
El Señor es la luz del mundo, el Señor es nuestra fuerza.
Con afecto, Tu Amigo Daniel Espinoza